Capítulo 56: Reconciliación

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La doña decide finalmente hacerla pasar y Regina entra dando un tour rápido por la sala con los ojos. El lugar le parecía exquisito, bastante elegante, justo como a su hermana le gustaba.

– Bueno, toma asiento– dice Altagracia luego de unos segundos en silencio.

– Gracias– dice sentándose en el sofá.

– ¿Quieres beber algo?

– Agua, solo agua– le sonríe.

Altagracia se acerca a la cocina y busca un vaso. Se acerca a ella y le entrega lo que le pidió para beber.

– Altagracia– dice recibiendo el vaso– Yo quería hablar contigo porque la verdad es que ayer, mientras te oía hablar, me di cuenta que...

– No digas nada por culpa Regina. Si conté que te ayudé a escapar no es para que te sientas culpable, solo era parte de la historia y ya– dice interrumpiéndola.

– No es culpa Altagracia– la mira– Solo me abriste los ojos. Me porté muy mal contigo cuando tú ya has sufrido demasiado. Pagaste por adelantado cada uno de tus errores. No necesitas que venga yo a hacerla de juez.

– La verdad es que no, no es lo que necesito.

– Fui una egoísta al culparte de todo.

– Regina, todos cometemos errores– le sonríe– Yo solo quiero estar bien con mi familia. Son todo lo que tengo, y no quiero estar llevándome mal contigo ni con Mónica.

– Ella está muy feliz de tenerte cerca.

– Y yo estoy muy feliz también. Mónica es lo mejor de mi vida.

– Lo sé...creo que lo demostraste cuando Gabino intentó matarla, o cuando dejaste todo por ella. Sé muy bien que amabas a Saúl.

– Si, tu lo has dicho, lo amaba. Ya no queda nada de eso más que el cariño y el respeto. Por eso me molesta que creas que puedo hacer algo en contra de mi hija.

– Lo sé, ahora lo entiendo mejor– agacha la mirada– Pero dime algo ¿ahora estás enamorada de José Luis?

– No sé...bueno si– se retracta– José Luis se ha encargado de hacerme feliz sin comprarme, ¿me entiendes? Solo con su amor.

– Te entiendo muy bien– le sonríe– Altagracia...¿te puedo dar un abrazo?

– Eso no tienes ni que preguntarlo– le sonríe y se acerca a ella para abrazarla.

Ambas necesitaban reencontrarse con la otra, sentir ese amor que las había sostenido durante tantos años. Por más de veinte años eran solo ellas dos contra el mundo, y la separación entre ellas había dejado un gran vacío en sus corazones.

– Yo siempre voy a estar para cuidar de ti– le dice en medio del abrazo.

– ¿Te he dicho que eres la mejor hermana que me pudo haber tocado?– dice secándose las lágrimas.

– No– ríe y se seca las lágrimas también– pero me alegra saber que algo en esta vida pude haber hecho bien– ríe.

– Pues lo eres– ríe– Y perdón por no haber sido lo suficientemente buena contigo.

– Ya, shh– la hace callar– No digas esas cosas. Ven– se pone de pie– Acompáñame a desempacar al cuarto.

– ¿Desempacar? No estoy entendiendo nada– dice siguiéndola.

Ambas llegan al cuarto y Regina se sienta en el borde de la cama mientras observa a Altagracia abrir una de las maletas que estaba llena de ropa.

– Yo pensé que aquí vivías.

Infielmente TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora