Capítulo 11: Afrodisíaca

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Llegan al restaurante y piden la carta. José Luis observa cada detalle de Altagracia mientras ella elige su plato. La manera en la que mordía su labio con suavidad cada vez que estaba indecisa entre dos platos que le llamaban la atención, o como de vez en cuando pasaba sus uñas con delicadeza por su cuello. Esa mujer tenía un sex appeal increíblemente fuerte.

– ¿Qué sucede?– dice dándose cuenta de cómo la miraba.

– Eh nada– le sonríe– ¿Ya elegiste?

– Si, todo listo. ¿Y tú qué vas a pedir?

– Lo mismo que tú pidas– estaba tan concentrado en observarla que no se dió tiempo de leer la carta.

– Bueno, ¿Y si lo que pido no te gusta?

– Estoy seguro que me gustará– le hace una seña al mesero.

– ¿Van a pedir?– pregunta el mesero.

– Si– dice con seguridad– Tráeme unas ostras a la plancha y una ensalada César por favor– le entrega la carta.

– ¿Y el señor?

– Lo mismo que ella por favor, y traemos el mejor vino que tengan.

– Perfecto señor, en un momento les traigo el vino– dice para luego retirarse.

– Así que ostras eh– le sonríe.

– Si, me gustan los mariscos.

– Comenzando temprano con los afrodisíacos.

–Ay José Luis– ríe– yo no necesito ayuda de afrodisíacos.

– ¿Ah si?– y vaya que tenía ganas de probar eso.

– Una mujer como yo no necesita de esas cosas.

El mesero llega interrumpiéndolos y les sirve vino en sus copas. Altagracia inmediatamente toma un sorbo de la suya.

– Está muy bueno– dice al saborearlo.

– Esta exquisito– dice José Luis sin quitarle los ojos de encima.

– Pero pruébalo primero.

– Con gusto– sonríe y bebe un sorbo sin dejar de mirarla– Está casi perfecto.

– ¿Casi? ¿Que le falta según tu?

– No te lo diré aún– ríe– Eso me lo dejaré para mí hasta que pueda tenerlo todo.

– Que misterioso José Luis– bebe otro sorbo.

– No más que tú Altagracia. Tu si que eres misteriosa, parece que escondes muchas cosas.

– Todos tenemos nuestros secretos, ¿no? Tú, por ejemplo, tienes varias mujeres y tu esposa no lo sabe.

– Eso es diferente...

– ¿Por qué es diferente?

– Porque son cosas de mi vida que no tienen importancia. Además, Eleonora ya ha sabido de mis infidelidades.

– Y si no la amas ¿por qué no te divorcias y ya?

– Porque no puedo, simplemente eso, no puedo.

– ¿Ves? Y tienes más misterios, más secretos, no es solo lo de las infidelidades.

– Eres bien curiosa eh– ríe– ¿Y tú?

– ¿Yo qué?

– ¿Le has sido infiel a tu marido?

– No– dice en seco.

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