Capítulo 36: No me evites más

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Cuando Altagracia sale del carro, inmediatamente las lágrimas comienzan a brotar por sus ojos. Matamoros la mira y se da cuenta que no está bien, por lo que corre detrás de ella.

– Doña, doña– dice hasta alcanzarla– ¿Le hizo algo ese tipo?– dice al tenerla de frente.

Ella mira al suelo y le niega con la cabeza, pero ninguna palabra sale de su boca. El hace que lo mire y al ver sus ojos llenos de lágrimas la abraza.

– Puede contar conmigo doña, no lo olvide.

– Me enamoré...– dice aún abrazada a su leal amigo- soy una estúpida.

– No diga eso doña– continúa abrazándola– El amor llega cuando menos lo esperamos.

– Pero por qué ahora Matamoros– se suelta de el y lo mira– Ahora que tenía una vida tranquila, sin mayores preocupaciones, llega José Luis a volverme loca– las lágrimas continúan cayendo.

– ¿Pero el hizo algo que la hizo sentir mal?

– No– se seca las lágrimas– pero me duele verlo, tenerlo cerca...

– Doña, entremos, ahí me cuenta bien. No quiero que se resfríe, como dice el señor "mi güerita"– ríe.

Con lo último logra hacerla reír un poco. Entran luego a la casa y van hasta la cocina. Matamoros le sirve un vaso de agua a Altagracia y se sientan en la isla.

– Cuénteme doña, soy todo oídos.

– Yo pensé que no volvería a enamorarme. Saúl fue el último y ya no quería más. Me dolió sabes– lo mira– le entregué todo mi corazón y me lastimó. Me dije que no volvería a enamorarme y me casé otra vez.

– Pero sin amor...

– Así es, solo por compañía, por cariño, amistad, pero no puedo amarlo. Llegué acá y...– sonríe y golpea con las uñas el vaso de vidrio– conocí a José Luis. Lo odiaba– ríe– y nos portamos tan mal con el otro los primeros días, pero dicen que del amor al odio hay un solo paso– lo mira– y comenzamos con ese jugueteo, con la coquetería, hasta que todo paso a mayores y... engañé a Martín tantas veces con José Luis– se pone la mano en la frente– No pude resistir.

– Doña, yo creo que debería dejar al señor, usted no es feliz con él. Quizás así podría ser feliz con la persona que usted ama.

– No puedo Matamoros, yo prometí estar con el. Ha sido muy bueno conmigo y no merece que le haga daño.

– Sabe, más daño le está haciendo engañándolo que dejándolo. Y no solo le hace daño a el, también se hace daño a usted y al señor Navarrete– le toma la mano– Lo vi y el está loco por usted.

– Lo sé– le sonríe– me pidió que no lo dejara, y me dijo que era capaz de dejar a su esposa– nuevamente una lágrima comienza a caer por su mejilla– Pero yo no quiero que haga eso. Sería egoísta de mi parte pedirle que la deje y que termine quitándole todo lo que el ha conseguido. No es justo.

– No todo puede ser justo en esta vida doña, a veces debemos romper cosas para construir otras. Usted debería saberlo– dice secándole las lágrimas– Sabe mucho de construcción– le sonríe.

– Tienes razón– le sonríe– Supongo que ya veré qué hago. Ahora voy a intentar descansar– dice poniéndose de pie– Muchas gracias Matamoros– se acerca y le da un beso en la mejilla– Eres un gran amigo.

– De nada doña, siempre estaré para apoyarla, así como usted me apoyó siempre a mí– le sonríe.

Altagracia se dirige hasta la habitación. Martín seguía dormido, lo que fue un gran alivio para ella.

Infielmente TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora