A diferencia de la reina, los guardianes se tomaron en serio su labor y convocaron a más para que los ayudaran con la búsqueda. Siete guardias, cuatro mujeres y tres hombres, salieron en busca de los herederos, con sus pieles de lobo wentx como única protección, aunque no necesitaban más, los pelajes llenos de jaixz de esos animales resistían casi cualquier ataque.

 Siete guardias, cuatro mujeres y tres hombres, salieron en busca de los herederos, con sus pieles de lobo wentx como única protección, aunque no necesitaban más, los pelajes llenos de jaixz de esos animales resistían casi cualquier ataque

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No tan lejos del palacio, en un pequeño refugio construido en un punto complicado del bosque, se encontraba Rix. El raix estaba tirado en el suelo, sobre un montón de pieles que solía usar como mantas. Su semblante, en forma abquim, estaba tintado de tristeza. Odiaba enfrentarse a las personas que amaba y detestaba con toda su alma tener que alejarlas de él. No obstante, esa era la única opción que le quedaba, ellos jamás podrían ayudarle, si se metían en el medio de sus problemas, solo lo empeorarían, estaba tan seguro de eso. Y aun así le dolía tener que actuar indiferente, distante, cruel. Esa no era su naturaleza, como a la gran mayoría de los abquim le encantaba confirmar.

Los abquim no tenían ni la menor de las ideas de cómo eran los raix en realidad. Todos estaban muy equivocados al respecto de su especie, sin embargo, él no podía hacer nada para cambiarlo. La fama que las pesadillas se habían ganado era gracias a los dioses y, por más que los abquim no los veneraran, por lo menos ya no, ellos seguían escuchándolos, creían ciegamente en unas palabras que se habían pronunciado siglos antes. Los abquim era la especie más ignorante que Rix conocía, incluso desconocían sus propios inicios. Y por ese motivo él siempre permanecía oculto, a la espera de un día por fin poder salir a la luz, cuando Myra gobernara.

Suspiró agotado. El mantenerse de con la apariencia de esa especie en medio de la lluvia lo agotaba. Pero era necesario, de otra forma la tormenta lo mataría. Se removió entre la escasa cantidad de pieles que lo protegían del frío y renegó en su interior por no poder utilizar su jaixz, no deseaba que el clima se volviera más agresivo. Sus tientes castañeaban con rudeza y le provocaban un dolor que pasaba casi desapercibido por el entumecimiento de su rostro. No moriría, no por hipotermia.

Se llevó una mano sobre el corazón, la preocupación aumentaba en su pecho. Había dejado a Myra sola en el bosque y los ciudadanos de Citwot, incluida la princesa, no poseían conocimiento alguno sobre la defensa con jaixz. Rix era consciente del peligro en crecimiento que presentaba el bosque. En las últimas semanas había sentido cerca a una gran variedad de criaturas que se suponía que no podían llegar a un sector tan adentrado. Y estaban allí, al acecho de los abquim. Solo huían cuando lo sentían cerca, todo ser viviente le temía a los raix, era difícil no hacerlo si se tenía en cuenta que las pesadillas eran inmortales y que su poder era superior al promedio.

Se incorporó de golpe, en su pecho, una fuerte punzada amenazó con perforar su corazón. El sonido de la tormenta del exterior aminoró, como si estuviera desapareciendo. Rix se dobló sobre sus rodillas, sintió como su corazón aceleraba su ritmo y lo aminoraba de forma brusca, tortuosa. Algo malo estaba pasando, su cuerpo se lo decía. Al momento en que la idea surcó su mente se negó a creerlo y sus instintos lo sacudieron, le pedían que reaccionara. Se arrastró por el suelo hasta que alcanzó la pared que daba con la puerta. Se afirmó sobre uno de los tablones sueltos y se levantó utilizando toda su fuerza. No podía quedarse esperando allí para saber lo que ocurría, no cuando su corazón y su cabeza parecían hacerse coordinado para darle un único mensaje: su familia, las personas que lo habían apoyado en esos últimos quince años, habían muerto.

El último uviem ✔ [Destinos 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora