-Escena extra 4

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Erik miró la tumba frente a él y tragó saliva.

Aunque se había mostrado impasible ante los demás, lo cierto era que en el interior se encontraba bastante destrozado.

Apenas se sentía con fuerzas para mantenerse de pie, pero aunque sus piernas temblaban como si fueran mantequilla, se mantuvo en la misma posición, sin acercarse ni alejarse de aquella lápida.

Leyó y releyó el nombre impreso en ella y, aun así, no quiso creer que aquello fuera real.

No quería aceptar que simplemente se había ido.

Pero era cierto.

Tan cierto como el hecho de que todos sus amigos se habían reunido allí junto a él aquella tarde; tan cierto como que cada uno había dejado caer un poco de tierra sobre la pulcra tumba; tan cierto como que sentía su corazón resquebrajarse a cada latido.

Así que, por más que se negaba a ver la realidad, sabía bien que debía acabar aceptándola.

Sabía que debía dejar ir a la persona que le había ayudado a darle un nuevo sentido a su vida. Quien le ayudó a salir de aquella tormentosa oscuridad que le había rodeado durante años y, con esfuerzo, había tratado de mostrarle un camino nuevo.

Dejó salir todo el aire de su interior con pesadez y se agachó levemente para posar el ramo que Raven le había dado minutos atrás.

Ella apenas había podido permanecer el tiempo suficiente allí como para despedirse.

Al igual que él, se había mantenido completamente seria mientras el resto de sus compañeros decían palabras de despedidas y, cuando el primer montón de arena cayó, tuvo que irse.

Erik podía ver que incluso en momentos como aquellos donde ambos sufrían, seguían actuando del mismo modo aún después de todo el tiempo que había pasado.

Quizás era que cada uno tenía una forma distinta de manejar el dolor.

Sin embargo, el dolor por la muerte de un ser querido seguía siendo demasiado para él.

Para ser sinceros, se encontraba completamente perdido.

Era plenamente consciente de que las emociones que ahora mismo recorrían su cuerpo eran bastante similares a las que sintió cuando su madre murió.

Era por ello que, en un desesperado intento por controlar todo aquello, había decidido permanecer completamente impasible.

Como si en vez de un hombre que sufría, fuese una estatua con la expresión congelada.

Sin emociones, sin sentimientos. Sin vida.

Apretó los puños con fuerza y el viento chocó con violencia contra su cara, pero él apenas lo sintió.

Luego, su visión comenzó a tornarse algo borrosa y entonces el dolor dio paso al odio.

Se odiaba a sí mismo por haberse rendido. Se odiaba por haberse atado a alguien cuando se había jurado a sí mismo que no dejaría que nadie más le destrozase.

Se odiaba profundamente por encontrarse en aquella situación.

Pero lo que más odiaba es que le hubiese dejado.

Se había ido.

Para siempre.

Una solitaria lágrima rodó por su mejilla y un trozo de su corazón cayó con ella.

Ambos se perdieron silenciosamente entre la hierba bajo sus pies.

—Papá.

Erik no se giró.

Destruction ◇ Erik LehnsherrWhere stories live. Discover now