e p í l o g o

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Iris se encontraba de pie delante de la tumba de Klaus Schmidt. No Sebastian Shaw. Aquel no era el hombre al que Iris echaba de menos.

Klaus era el que se merecía aquella tumba, quien se merecía la tristeza y las lágrimas de ella. Aunque aquel hombre^en realidad había muerto muchos años atrás.

Charles, a su lado aunque en silla de ruedas, cogió la mano de ella con fuerza.

Por más que lo habían intentado, no habían conseguido salvar sus piernas. La bala había dado en su espalda y había producido un daño irreversible, por lo que Charles ahora no era capaz de sentir la mitad de su cuerpo.

Y, aun así, podía ser capaz de seguir sonriendo.

—¿Estás bien? —le preguntó él a lo que ella asintió levemente.

—Hace muchos años me despedí de él. Sé que debería estar más afectada, pero ha pasado tanto tiempo... Y él cambió demasiado...

—Está bien que le eches de menos, Iris —le intentó consolar él—. Fue tu padre al fin y al cabo. Aunque no lo supieses, él ha estado contigo durante todo este tiempo. Estuvo contigo en aquel bar durante años.

—Aquel ya no era mi padre. Era Sebastian. Pero, después de todo, no puedo evitar sentir dolor.

—Si no lo sintieses, no serías humana —ella bajó la mirada para mirar a Charles y luego se agachó quedado de cara a la tumba. Posó las flores que tenía en su mano al lado de la lápida y luego se incorporó.

Ambos se dieron la vuelta, empezando a andar lejos de aquel lugar.

—¿Cuántos alumnos crees que podrás llegar a tener? —le preguntó Iris a Charles cuando estaban casi saliendo del cementerio.

Charles le había dicho que estaba pensando en crear una escuela para mutantes. Un lugar donde los chicos que se escondían de la sociedad pudiesen vivir libres y sin preocupaciones. Unos niños que ahora vivirían y correrían por aquellas partes de la mansión donde Iris tenía tan buenos recuerdos, pero a la vez tan dolorosos.

—No estoy muy seguro. Todos los que pueda encontrar. Supongo que Cerebro y yo tendremos que pasar mucho tiempo juntos.

—¿No sería peligroso? —Charles se encogió de hombros.

—No estoy muy seguro, por eso Hank me va a ayudar a mejorarlo. Creo que podremos conseguirlo —Iris sonrió y siguió andando a su lado—. ¿Tú te quedarás?

Iris recordó todas las veces en las que él le había hecho esa pregunta. Todas las veces en las que ella no estaba segura de quedarse porque temía lo que había pasado. Temía que encontrase todo lo que siempre había buscado y que luego lo perdiese.

Y eso era justamente lo que le había pasado.

—Yo me voy —contestó simplemente.

—¿Por qué? —le preguntó confundido e Iris dejó de andar.

—Yo no encajo aquí, Charles. La única razón por la que estaba era... —tragó saliva y cerró los ojos—. Tú decías que mi papel era ayudaros con Sebastian Shaw. Y ahora él está muerto. No conseguí salvarlo y, realmente, yo nunca me he imaginado haciendo algo así. Este no es mi lugar.

—No tienes que ser mutante para quedarte aquí, Iris.

—Lo sé, pero por ahora no puedo. No puedo volver a hacerlo —Charles le miró, esperando a que se explicase—. Con todos vosotros encontré algo muy parecido a una familia. A esa familia que me quitaron hace tanto tiempo. Todos vosotros conseguisteis llenar ese vacío que tenía en mi interior, y ahora todo se ha derrumbado otra vez. Necesito... necesito un tiempo. No puedo simplemente olvidar todo lo que ha pasado —tragó saliva y paró de hablar durante unos segundos, para luego continuar—. Tú estuviste conectado a mi mente cuando Sebastian murió. En ese momento supiste todo lo que él y —frunció el ceño—, Erik... significaban para mí. Sabes cuánto sufrí —cogió aire lentamente—. Sé que no fui la única que sufrió. Tú también lo has perdido todo. Y quizás irme es lo más egoísta que puedo hacer. Pero, por una vez en mi vida, necesito ser egoísta.

Destruction ◇ Erik LehnsherrWhere stories live. Discover now