Capítulo 3 - Salvando a Mia

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Mia acababa de comer un bocado rápido en Barril y Botella, un lugar de tapas cerca de la universidad. Era hora de regresar a su grupo de estudio diario de las 4pm. Por extraño que sonara, las sesiones de grupo se habían convertido en su parte favorita del día. Era donde se sentía más cómoda. Había algo acerca de trabajar con los demás sin tener la presión verdadera para socializar.

Acababa de cruzar un semáforo cuando sintió pasos ligeros detrás de ella. Se dio la vuelta para ver a tres hombres que se acercaban y la miraban directamente. Al instante, miedo la atravesó mientras trató de descartarlo. ¿Había visto mal? ¿Imaginado esa mirada? No podía ser. ¿O sí?

"Ey sexy, ¿a dónde vas?" uno de los hombres gruñó.

No, definitivamente era real. Mia simplemente siguió caminando y dentro de poco los sintió en sus talones. Esta vez aceleró su ritmo y tomó un gran sorbo de aire.

Mantente calmada. Probablemente sólo están jugando, pensó.

"Solamente queremos hablar. Sólo queremos hablar un segundo. Llegar a conocernos mejor," dijo otro de los hombres.

¡Aj! Mia exploró su entorno y se dio cuenta que estaban solos, las calles estaban totalmente desiertas. Los españoles siempre tomaban sus siestas de mediodía muy en serio, la mayoría de las tiendas no abrían otra vez hasta las 5pm. Qué suerte la mía, pensó.

"Ey, que te estamos hablando. Ese culo es bastante bonito, pero quiero ver esa cara dulce que tienes."

¡Hora de entrar en pánico! Con esas últimas palabras, Mia asumió el instinto de vuelo e hizo lo que sabía hacer mejor.

Correr.

No había llegado muy lejos cuando sintió que su brazo estaba siendo jalado hacia atrás bruscamente. Un dolor le recorrió mientras trataba de alejarse, sintiendo que su hombro estaba siendo dislocado. Al instante, comenzó a patear sus piernas cuando sintió un fuerte golpe en la cabeza que la hizo derrumbarse al suelo. El impacto de concreto duro en su pequeño cuerpo fue terriblemente doloroso.

"¡Quieta! No te muevas puta. Si coperas, esto no va tardar mucho." El gruñido de su voz era repugnante.

"¡No me toques!" Mia logró decir ante la realización. Pero ya era demasiado tarde. Uno de los hombres la sujetó fuertemente al piso, mientras que los otros dos la miraban con pura vulgaridad.

Dios, piensa Mia. Destellos de una conversación que tuvo con un viejo amigo israelí le vinieron a la mente. Itay había estado en el ejército y trabajaba en el servicio secreto del consulado israelí en Nueva York. ¿Qué le había dicho que hiciera en estas situaciones? Tratando desesperadamente de recordarlo, le vino a la cabeza. Era ahora o nunca.

"No quieren hacer esto. Tengo SIDA y los voy a infectar." Las palabras de Mia lo distrajeron suficiente para aflojar su agarre sobre ella.

Tiempo para el segundo acto. Con todas sus fuerzas, le dio un puñetazo justo en la garganta y al instante se agachó doblándose, respirando con dificultad.

¡Dios mío, realmente funcionó! Se arrastró fuera del piso y comenzó a correr con todas sus fuerzas.

"¡Joder!" Oyó a uno de los matones gritar desde la distancia, pero nada podría detenerla ahora. Se las arregló para cruzar la calle en el medio del tráfico y siguió corriendo por el camino hacia la universidad, lo más rápido que pudo.

Arriesgó una mirada rápida por encima del hombro para ver si la seguían, pero no salió nada a la mira. Antes de que pudiera enderezar su vista de nuevo, se sintió estrellándose contra duras montañas de músculo.

Enseñando A MiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora