Capítulo 1 - Un Día en la Vida

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Mia estaba sentada esperando con impaciencia al autobús 29 en la ruta Príncipe de Vergara. Tomó su teléfono de su bolso y lo revisó por quinta vez desde que se había despertado hacía treinta minutos. 8:45 am.

Maldito autobús siempre se tarda años, pensó. Procedió a checar el teléfono por mensajes. Nada. ¿Por qué habría algo nuevo? Derrotada, navegó a través de sus noticias en Twitter. Leyó algunos titulares de The New York Times, CNN, y Business Insider antes de aburrirse rápidamente y tirar el teléfono al bolso.

Alzó la vista y reconoció a algunos rostros familiares a su alrededor. Un par de adolescentes chismeando, vestidas con uniformes de colegio privado. Una niñera latina cuidando de dos niñas gemelas que llevaban puestos lentes redondos color rosado. Teresa, escuchó por casualidad que una se llamaba, igual que su hermana. Dios, cuánto la echaba de menos.

De alguna manera su rutina de la mañana se sentía tan familiar, pero sólo habían pasado unos meses desde que Mia había decidido mudarse de la ciudad de Nueva York a Madrid con el fin de obtener una maestría en Administración Internacional. Se había matriculado en Madrid Business School, o MBS, como la gente solía llamarlo.

Todo el mundo pensó que fue una decisión intempestiva e irreflexiva cómo había dejado todo tan rápidamente, pero en ese momento necesitaba dejar su pasado atrás desesperadamente y empezar de nuevo. ¿Por qué era tan imprudente aspirar a cursar estudios superiores? Por supuesto, volver a estudiar había sido su manera de justificar la mudanza, pero estaba empezando a pensar que ya no estaba tan segura.

Mudarse a un país extranjero una vez más estaba demostrando ser más difícil de lo que había pensado. Además del obvio shock cultural, las memorias de su pasado todavía la perseguían y el programa acelerado de un año en el que se había inscrito era tan exigente que apenas tenía tiempo para sí misma o una vida social real. No es que fuera necesariamente un problema, ya que le mantenía su mente ocupada, al menos la mayoría del tiempo. Después de todo, quería demostrarse a sí misma, a sus amigos y a su familia que había tomado la decisión correcta. Perdida en sus pensamientos, el autobús rojo apareció de repente y felizmente empujó a un lado la realidad.

Llegó a la universidad justo a tiempo antes de que el profesor cerrara la puerta del salón. Uf. Había una regla en la que no se permitía entrar a clase después de que cerraran la puerta, lo que la hacía sentir como si estuviera en la secundaria de nuevo. No era nada como sus típicas clases del tamaño de un auditorio como en la Universidad de Nueva York, en el que nadie se daba cuenta ni le importa si no te presentabas a clase. Con que pasaras el examen final, estabas bien.

Entró por la fila de su asiento habitual para sentarse, deteniéndose rápidamente para saludar a las chicas que se sentaban a su lado: Melissa de Venezuela y Victoria de Almería, al sur de España. Se habían convertido en sus amistades más cercanas y tenía que admitir que siempre habían sido muy amables con ella. No las llamaría sus amigas necesariamente, especialmente porque ella había construido un muro alrededor de los demás y mayormente se mantenía sola.

Mia tomó un momento para mirar alrededor del salón. Ella se sentaba en la penúltima fila, así que tenía una buena vista de sus alrededores. En ese punto del semestre, ya se había aprendido el primer nombre y apellido de todos, ya que los estudiantes tenían que colocar sus tarjetas de identificación enfrente de ellos para que los profesores pudiesen llamarlos. Realmente le había sorprendido lo internacional que era su clase. Mia había estudiado en un colegio americano en la ciudad de México y más tarde viviendo en Nueva York siempre había estado expuesta a una multitud internacional, pero esto era un campo de juego totalmente diferente.

En MBS literalmente había gente de todas partes: no sólo Europa, sino también de Norte América y América Latina, Asia, Australia, y hasta África. La mezcla de diferentes culturas y lenguajes en un aula de 50 personas a veces la hacía sentir como si estuviera en las Naciones Unidas y cada uno de ellos era un delegado representando a su país. Esto siempre fomentaba discusiones interesantes de clase, por decir lo menos.

La lectura del día pasó como de costumbre sin novedad. Mia bajó rápidamente al salón de computación como acostumbraba, la manera perfecta de evitar socializar con los demás durante recesos. Tecleó sus claves en una de las computadoras y realmente sin tener nada mejor que hacer, decidió checar su cuenta de Facebook para ver que estaban haciendo sus amigos en casa. Como de costumbre, la mayoría de los mensajes no eran tan interesantes, pero de alguna manera navegar por la página hacía que se sintiera más cerca del mundo que había dejado atrás.

Después de pasar el resto del día en su grupo de estudio, Mia regresó más tarde esa noche a un apartamento vacío. Rápidamente se puso su ropa de ejercicio y agarró su iPod antes de dirigirse a la planta baja de su edificio. Tenía un pequeño gimnasio, si es que se podía llamar así. Era más bien una pequeña habitación con una bicicleta solitaria y algunas pesas en la esquina. Pero era suficiente para Mia. Al final del día, una máquina de correr es una máquina de correr. Hacer ejercicio la mantenía activa físicamente y era una buena manera de desahogarse después de un día ajetreado en la universidad.

Hizo una cena rápida después, que consistía en calentar una comida pre-preparada. Ella no era de cocinar mucho y apenas tenía el tiempo de hacerlo. Como tal, la sección de alimentos congelados de Carrefour había sido su salvación.

Al poner su cena en la mesa del comedor, prendió su computadora portátil y se puso a mirar al episodio de la noche anterior de The Daily Show en línea. ¡Gracias a Dios por Comedy Central! Era el único de sus programas de TV favoritos que podía ver en línea porque el resto de los redes bloqueaban su acceso fuera de los Estados Unidos.

Jon Stewart era realmente otra cosa. Le encantaba el programa, ya que no sólo la hacía reír, pero al mismo tiempo le permitía seguir al loco mundo de la política con mayor facilidad. Además, viendo Gossip Girls doblado al español en una emisora ​​local no era su idea de pasar un buen tiempo.

Cuando terminó el episodio, revisó su horario de clases y tomó los paquetes de cursos correspondientes de una estantería. Tenía que leer tres casos diferentes para el día siguiente: Swatch, Southwest Airlines y Microsoft. Estaba empezando a sentirse como una analista financiera después de leer sobre tantas empresas.

Pasó las siguientes dos horas repasando los casos, mientras escribía notas y marcaba pasajes importantes. Estaba agradecida que era una lectora rápida, de lo contrario le hubiese tomado por lo menos el doble de tiempo para leerlos. A menudo se preguntaba cómo la mayoría de sus compañeros de clase que no eran hablantes nativos de inglés podían manejar toda la lectura pesada. Apenas ella podía con la lectura.

Mia decidió dar por terminada la noche y se dirigió a la cama sintiéndose completamente agotada. Sin embargo, sintió una sensación de satisfacción que había seguido precisamente la rutina de noche que había creado para sí misma meses antes. Algo acerca de la rutina la mantenía cuerda.

Era similar a cuando un jugador profesional de tenis se prepara para servir por un punto durante un partido. Siempre hace los mismos movimientos en exactamente el mismo orden. Alcanza una toalla para secarse el sudor, tira un mechón de pelo detrás de la oreja, rebota la pelota varias veces en la cancha. O en el caso de Rafael Nadal, jala sus shorts continuamente.

De alguna manera, la rutina le da a cada punto un sentido de estabilidad sin importar el resultado. Obliga al cuerpo a someterse a la misma reacción física aunque sea 40-0 o 0-40, y por lo tanto la emoción detrás de cada punto se contiene más fácilmente.

A pesar de sus pensamientos sobre mantener la rutina, mientras se quedaba dormida Mia no pudo dejar de preguntarse si en realidad debería ir a un restaurante o bar, y salir con otras personas. Tal vez lo tenía todo mal, pero por ahora su rutina perfecta parecía funcionar y lograba lo que necesitaba hacer.

Enseñando A MiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora