Epílogo

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Su madre había mirado sus ojos y dicho que la magia no importaba, que su corazón seguía latiendo. Tal vez. Pero Annabel estaba hueca, vacía, esa magia salvaje que siempre había amado ya no estaba. Solo quedaba un eco, un ascua. Esa era su magia real, la otra había pertenecido a Fría.

No estaba lista para lidiar con esto.

Esta ausencia.

Sí, su corazón seguía latiendo, pero le habían arrebatado su alma.

*****

Le dolía verla así.

Pero no tenía idea de qué hacer para hacerla seguir adelante.

No había asistido a la presentación de becados de la academia de Inteligencia, ya no quería asistir. Kazliar debió sentirse aliviado con eso, al final ella no iba a dejarlo, pero no era así, la conocía y esa persona marchita no era su Annabel.

Se había mudado con él, pero solo porque su padre había intentado presionarla para que practicara. Ella no quería. Y eso la había hecho correr a sus brazos.

Kazliar se había mudado tan solo un mes después de lo de Fría. Vivía en una de las casas del acantilado, siempre le había gustado la vista desde allí. Llevaba tres meses en esa casa y nunca se había sentido tan bien, extrañaba a su familia, pero entendía que después de haberles revelado lo de Annabel no podía permanecer ahí, no porque sus padres le hubieran pedido que se marchara, sino porque...les debía respeto. Y Annabel había tenido todavía diecisiete.

No podía quedarse bajo el mismo techo y soportar el silencio de su padre. Ean no hablaba sobre el vínculo. No había dicho una sola palabra, a veces Kazliar creía que prefería ignorarlo antes de hacerle frente. Debía ser complicado para él, pero no los trataba diferente, salvo cuando estaban juntos.

Tal vez si lo hablaran pudiera ser diferente, pero su padre no quería...Lo evitaba.

Así que Kaz no insistió, mientras todos fueran felices de esa forma, no presionaría.

Pero Annabel no era feliz.

Había cumplido dieciocho hacía dos meses atrás, pero no dejó la casa de sus padres sino hasta que comenzaron a presionar.

Kaz también había intentado que practicara, pero ella siempre encontraba excusas, lloraba o lo seducía. Cualquier cosa que la alejara de mirar dentro de sí misma y descubrir qué quedó.

—No quiero hacerlo, Kazliar, déjame en paz —espetó, yendo hacia la puerta trasera y azotándola.

Kazliar la siguió.

—¿Qué quieres, Annabel? ¿Debo traer a Wallas?

Cuando ella se giró para mirarlo, decidió que mencionar a su amigo no fue la mejor idea.

—¡Gracias por recordarme que también se fue!

Se dio la vuelta con los brazos cruzados y camino más cerca del acantilado. Siempre hacía eso. Peleaba. Gruñía. Lloraba. Y después, iba al acantilado para mirar el mar.

Desde que Wallas se había ido a estudiar en la escuela de Criaturas Mágicas de Kaptan, ella estaba más sensible. Había fingido para que su amigo no se detuviera por ella, pero estaba sufriendo su ausencia. Así como él la sufriría cuando ella se marchara.

Si lo hacía.

Iba a ir a su lado, hablarle despacio y recogerla en sus brazos, pero alguien tocó la puerta principal.

Y si alguien se molestaba en hacerlo, tenía que ser un extraño.

Olfateó el aire y envió su magia.

El señor de las criaturas de hieloWhere stories live. Discover now