Capítulo 31

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«No pasa nada», pensó Annabel. No era la primera vez que practicaría su magia con Kazliar, lo habían hecho muchas veces antes...Antes de que las cosas entre ellos se complicaran. Dolía pensar en cómo era antes, tenían que estar donde estuviera el otro, en cualquier habitación siempre cerca, sus ojos siempre buscando, siempre encontrándose. Había sido de esa forma siempre, ¿cuándo...se convirtió en algo incorrecto? ¿Qué era lo que lo hacía "incorrecto"?

Annabel sacudió su cabeza, eso no importaba, el "siempre" se había acabado.

Terminó de vestirse con su conjunto deportivo, el roce de la ropa la incomodaba, tenía que agradecerle a Wallas por eso. Trenzó su cabello y lo dejó en su espalda, la trenza llegaba hasta el final de su espalda y le causaba cosquillas en la piel desnuda debajo del top.

Cuando volvió a bajo vio a Kazliar afuera, tuvo que detenerse durante un momento, por la impresión que le causó mirarlo. Él también estaba vistiendo ropa deportiva, pero era especial y la tela lo protegía contra el rudo frío. Los rizos blancos de su cabello se aplastaban contra su frente por el viento, nunca perdían su forma. Estaba creando formas con su magia, ondas, bolas, copos de nieve...Annabel esperó que hiciera mariposas, pero no las creó y supo que no las crearía cuando sus ojos se encontraron.

Caminó hacia él, avergonzada por que la hubiera descubierta absorta, observándolo.

Kazliar la observó como si estuviera midiéndola o marcando a un oponente. Annabel rodó sus ojos.

—¿Es eso lo que te enseñan en el instituto? —preguntó, rudo.

—Puedo maldecir perfectamente también —se encogió de hombros.

Las comisuras de sus labios temblaron.

«Eso es», pensó Annabel, «Sonríeme».

Sus ojos grises miraron en otra dirección cuando masculló: —Prepárate.

Asintió decepcionada, dándose cuenta de que esto sería otro de sus momentos tensos e incomodos, sino es que ambos se volvían agresivos.

Se quitó los zapatos y puso sus pies desnudos sobre la nieve. Eso era todo lo que necesitaba para estar lista. Fue hacia donde estaba él, dejando tres metro de distancia. Kazliar volvió a mirarla, enarcando una ceja blanca hacia sus pies desnudos, no dijo nada salvo: —Deja salir tu magia, quiero sentirla —vaciló—. Revisarla.

Tragó saliva y tras un suspiro su magia salió con timidez, Annabel apretó su agarre, no dejándola correr como cuando había sido una niña. Todos habían criticado a su magia, le habían dicho salvaje y grosera, no obedecía, ni respetaba el espacio de los demás.

—Puedo sentir como la estás reprimiendo, suéltala un poco más.

La nieve bajo sus pies se sacudió, elevándose un par de centímetros para luego volver a su lugar.

Presionó los dedos de los pies contra el hielo, dándose agarre sobre la tierra. Sobre su tierra. Suspiró, soltando su magia un poco más, sonrió por las cosquillas que provocaba en su piel. Mantuvo su magia abajo, mansa, acercándose con curiosidad hacia Kazliar.

Su cuerpo se tensó cuando él movió sus manos para guiar su magia, transformándola en lobos cazadores. Annabel no había olvidado como se sentía someterse a ese poder, el recuerdo la hizo apretar los dientes.

—Defiéndete —ordenó.

Y lanzó los lobos a ella.

Annabel se balanceó, levantando la nieve con una patada. Los lobos se chocaron contra esa muralla, pero no tuvieron piedad, retrocedieron por el impacto y siguieron avanzando, gruñían. Sus formas no vacilaban, eran sólidas y los rodeaba un aura escarchada que refulgía.

El señor de las criaturas de hieloWhere stories live. Discover now