Capítulo 26

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Kazliar le mintió a su padre, pero no era con una mala intención, verlo tan cansado no le gustaba y prefería ahorrarle preocupaciones, además, no había pasado nada grave. Le dijo que había encontrado la ropa de un Frezz cerca de los arbustos de fruta fría, pero solo eso.

Ean aceptó sus palabras y le pidió que no se acercara allí hasta que él mismo pudiera ir a mirar, algo totalmente innecesario, pero Kazliar no lo dijo, dejaría que su padre tuviera paz mental en esta ocasión.

Minutos después un huracán llamado Annabel bajó corriendo por las escaleras, había cambiado su pijama por un vestido azul de diminutas mangas que se aferraban a sus hombros delgados, la tela caía por encima de sus rodillas, dejando al descubierto sus piernas largas.

Kazliar miró a Ean, esperando que le dijera algo, pero su padre se quedó callado.

—¡Te ves tan bonita! —aplaudió su madre.

—¿No puede ponerse ropa normal para ir a la escuela? —masculló Kaz.

—Es mi cumpleaños —le gruñó Annabel, sacudiéndose el cabello recién peinado.

Kaz volvió a mirarla cuando la sintió cerca de él.

—¿Y ahora usas maquillaje? —se ahogó.

—¡Ya soy grande! —espetó la chica.

Ean gruñó, callando su pelea.

—Tú no eres grande —dijo, señalando a Annabel. Su padre lo miró con advertencia—. Y tú déjala en paz, es su cumpleaños.

Kazliar se levantó de la mesa rodando sus ojos, Annabel sonría con triunfo mientras bebía el batido que su madre le había preparado. Tenía las mejillas sonrojadas por el polvo de maquillaje, sus ojos enmarcados con negro y los labios brillantes, desde donde estaba podía percibir el olor dulce de ese producto.

—Pareces un payaso —le gruñó.

Solo si los payasos podían ser hermosos y delicados. Parecía más bien una muñeca o la bailarina preciosa de una caja musical.

Los inmensos ojos de su bailarina se humedecieron y el vaso en su mano se congeló. Era la magia de ella, furiosa, ansiosa por morderlo o lastimarlo.

—Kazliar —su padre golpeó la isla—. Discúlpate ahora mismo.

Iba a hacerlo, porque no había esperado que a ella le doliera tanto su comentario.

—No necesito sus disculpas —siseó Annabel, dirigiendo sus grandes y furiosos ojos hacia Kazliar—. No me importa. No quiero que me hables.

Annabel se enderezó y varios parpadeos después desaparecieron las lágrimas de sus ojos. Le dio la espalda y le dijo a su madre que la esperaría en el auto. Salió por la puerta principal dando un portazo.

—¿Tenías que ser tan cruel? —inquirió su madre.

—No era mi intención...—masculló.

—Sí, lo era —lo enfrentó su padre—. Querías hacerla sentir mal. Lo conseguiste, felicidades. Tú y yo hablaremos más tarde, ahora vete a la escuela.

Se sintió impotente.

Este día se había ido a la mierda. Annabel estaba molesta, sus padres estaban molestos...

Se levantó brusco y caminó hacia la puerta, iba a arreglar el problema más importante primero. Pero cuando llegó al auto, Annabel lo ignoró, sin reaccionar siquiera a su tacto, a su mano insistente en su rostro. No lo miró, no le habló, controló su rostro como una jugadora de cartas profesional.

El señor de las criaturas de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora