Capítulo 21

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Su oficina en el refugio parecía ser lo único que no cambiaba, seguía teniendo esa misma esencia que había tenido la primera vez que había entrado allí. Era pacífica y acogedora, aunque algunas cosas estuvieran un tanto deterioradas. Katerine estaba frente a su computadora, leyendo una vez más el informe del Departamento de Inteligencia.

Había pasado un año, un año que se sintió como un parpadeo. Los niños estaban creciendo, cada vez eran más traviesos y revoltosos, siempre se acostaba tan cansada que no recordaba cómo era que había pasado un año entero.

Y nadie había ido por Annabel.

A la niña no le había faltado nada, Katerine y Ean se aseguraron de que lo tuviera todo, incluso una fecha para su próximo cumpleaños. Waylynn había dicho que estaba bien colocarle la fecha del día en que la encontraron, porque la niña iba a cumplir dos años, no tenían dudas de eso y ellos estuvieron de acuerdo.

La fecha ya había pasado y habían estado tan ocupados que lo único que lograron hacer fue un pequeño pastel, pero Ean reservó el fin de semana para estar con los niños, todos juntos, como una familia, quería llevarlos al bosque para que soltaran su magia y aprendieran a acostumbrarse a ella para que no lastimaran a nadie por accidente. Desde la casi caída de Annabel del sofá, Ean los había estado presionando un poco para que dejaran salir su magia en un ambiente controlado por él, manteniendo a Katerine a raya. Él había entrado en pánico con la idea de lo que hubiera ocurrido si el hielo la hubiera cubierto a ella también.

Eso le generó estrés extra, un estrés que ella hubiera deseado evitarle. Últimamente Ean estaba más cansado, tan agotado que terminaba en la cama primero que ella y solo se despertaba al amanecer. Él intentaba fingir para no preocuparla, pero ella lo notaba, ¿Cómo no iba a hacerlo?, lo había mirado tanto, durante tanto tiempo, que había aprendido cada pequeño aspecto de él. Y lo que le estaba pasando no parecía ser solo cansancio.

—Katerine —llamó alguien asomando su cabeza por la puerta, era East Lawcaster—. Llevó tocando la puerta un minuto entero.

—Lo siento, no escuché, adelante.

East entró llenando la habitación con su porte elegante, su abrigo era de color canela y eso hacía que sus ojos resaltaran. Peinó su cabello largo hacia atrás cuando se sentó frente a ella y la miró de una forma que la hizo tener ansiedad.

—¿Qué pasa? —exigió rápido.

—Los niños están bien —aseguró—. West los está entreteniendo.

Katerine sabía que no se trataba de los niños, era algo más. Su mirada estaba perdida en la ventana y sus manos apretadas en los reposa brazos de la silla. Le veía el pulso saltándole en la garganta.

—Tú no te ves bien —dijo sin rodeos.

East asintió, llevando sus ojos de caramelo hacia ella. La verdad no se escondió.

—Ryven me informó que tiene planeado regresar a su tierra natal en pocas semanas —reveló.

Estaba al tanto de eso, se lo había notificado el mes pasado, pero nunca fue algo seguro. East y Ryven habían comenzado a verse después del rotundo fracaso de West intentando conquistarla. Llevaban juntos varios años, quizás los mismos que tenía Kazliar.

—Te irás —adivinó, no pudo evitar que la tristeza llenara su voz.

Los gemelos eran importantes para ella.

Su rostro se contrajo.

—Sí —admitió—. Pero no voy a irme con ella.

Esa respuesta la dejó en blanco, no dijo nada, solo vaciló y terminó esperando a que él continuara. East sonrió con melancolía.

El señor de las criaturas de hieloWhere stories live. Discover now