Capítulo 32

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El poder cantó en su sangre y picos de hielo se formaron. No sintió el calor de la rabia. Su visión no se pintó de rojo como muchos decían. Él fue todo hielo puro y brutal. Tan filoso y desgarrador como una cuchilla perfecta.

«Cobarde».

Esa criatura no tenía derecho a llamarlo así, aunque lo fuera, no era nadie para exponerlo, para dejarlo vulnerable. Eso era algo que le correspondía a Kazliar admitir, se lo había admitido a sí mismo cuando había llamado a Annabel así, ambos lo eran. Cobardes.

—No vas a tocarlo —declaró Annabel, su voz armoniosa colándose entre los colmillos de hielo—. Porque si le haces daño yo no podría perdonarte.

Porque ella le perdonaría cualquier cosa, menos eso. Ese mocoso en su espalda mostrando sus dientes como si pudiera resultar amenazante, era de ella. Le pertenecía. Todo el maldito tiempo lo había dicho.

«Tú también eres mío, Kaz».

Tomó una respiración profunda y el hielo desapareció. Su padre le había enseñado a tener control, esto era un insulto hacia él, hacia todo el tiempo que habían pasado practicando. Le quitó poder a su ira fijándose en otra cosa, en un par de orbes azules que parecían diamantes.

—Wallas no tenía que haber dicho eso, él lo siente —habló ella, en esa voz bajita que siempre lograba meterse bajo su piel.

—Yo no...—la protesta de esa odiosa criatura quedó silenciada por un gemido, Annabel le estaba pellizcando el brazo.

Kazliar resopló, pasando sus manos con pesadez por su rostro.

—Largo —gruñó—. Los dos.

Annabel giró empujando a Wallas, Kazliar todavía podía oírla regañándolo cuando entró en la casa. Sacudió su cabeza y subió a su habitación para poder darse un baño, necesitaba hacerlo, porque sentía que estaba lleno de ella, cuando ni siquiera la había tocado tanto. Ya no se atrevía a tocarla demasiado, solo cuando...era incapaz de resistirse, como cuando pasaba días alejado de ella.

Esta vez lo había sorprendido, él conocía su magia y sus habilidades, o al menos lo había hecho alguna vez. Evidentemente había mejorado, muchísimo. Era astuta y había aprendido a trabajar con su caos sin molestarse en cambiarlo, porque eso era la magia de Annabel, un caos que se negaba a ser moldeado y reconstruido.

Lo había disfrutado.

Juguetear con su magia, poder guiarla y presionarla.

Hasta que ambos abrieron la boca y decidieron escupirse verdades. Kazliar no había querido provocarla, pero cuando sintió que estaba nerviosa y a la defensiva, solo quiso que ella le dijera por qué se sentía de esa forma, quería escucharlo de sus labios y no sentir que era el único desquiciado que estaba perdiendo la cabeza.

Al final resultó que no.

Y aunque le parecía terrible que ella se sintiera tan miserable como él, hubo una parte que se sintió bien, porque sabía que no estaba solo.

*****

La plaza era un lugar de encuentro común para los jóvenes de Arty, había camiones de comida, puesto de bebidas calientes y golosinas, además de los diferentes comercios que la rodeaban. Antes de Kazliar la manada de lobos del hielo se mantenía en su lado de la isla, eran gruñones y antipáticos, pero cuando Kaz comenzó a juntarse con Baxter las cosas cambiaron.

Kazliar conocía a todos en la manada y les había dejado claro que eran bienvenidos en todas partes. Los lobos más jóvenes fueron quienes se integraron más rápidamente, sobre todo cuando se dieron cuenta de que compartían un juego favorito con el resto de los jóvenes mágicos.

El señor de las criaturas de hieloWhere stories live. Discover now