Capítulo 37

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Cuando el viento silbaba en los oídos de Kazliar, pensaba en que podía tratarse de palabras, frases u oraciones que habían sido arrastradas durante tanto tiempo que terminaron perdiendo su significado. Observaba el mar desde su posición sobre el acantilado, a los islotes que se veían más allá. Su padre ya debía estar en alguno de ellos, verificando a los Frezz y corrigiendo su naturaleza asesina.

—No hay nada sobre traiciones, señor del hielo —masculló Stevee a su lado. La mestiza de cabello caoba llegó a su lado, había alzado sus escudos a su alrededor para que nadie los oyera.

—Va a ver una reunión de líderes —murmuró negando, su visión fija en el horizonte—. No tiene sentido que los gobernadores hubieran buscado solo a la manada.

—Yo creo que querían probar —meditó Stev—. Los lobos son los únicos que podrían tener una lealtad frágil hacia el señor del hielo, ellos son dominantes y territoriales. Animales en todos los sentidos. En cambio, las demás criaturas son agradecidas, viven por sus dioses y por aquellos que las salvaron de ser oprimidas —hizo un sonido con su garganta—. Pienso que esto fue muy bien estudiado.

Kazliar asintió de acuerdo y agradeció tenerla a su lado. Gracias a sus dotes podía tener ventajas que ninguno de sus enemigos podría imaginar.

—Bien —dijo girándose hacia ella—. Vámonos, ya hemos actuado demasiado sospechosos, ¿Dónde está Baxter?

—Intentando conquistar a la chica de piel azul.

Rodó sus ojos.

Debió haberlo supuesto. Baxter no perdía ninguna oportunidad para intentar conquistar a alguna chica, su debilidad eran las hadas, eran hermosas, delicadas y tenían un encanto innato que atraía a todos. Annabel gozaba de todas esas características, pero ella era diferente, era más fría, más salvaje, más...inusual. Solo una vez Baxter había dejado que sus ojos vagaran en ella y después de lo que Kazliar le hizo en respuesta, nunca volvió mirarla de la misma forma.

Detuvo sus pensamientos tensándose. Bloqueó el recuerdo. La bloqueó a ella. Pensó en el viento helado mordiendo su rostro. Pensó en su magia y en la forma en la que la estaba moldeando para entretener a los observadores curiosos. Y pensó en Stevee a su lado, escuchando cada cosa que pasaba por su mente.

—Pensé que ya habíamos superado esa etapa, Kaz —se rió la mestiza.

—No sé de qué estás hablando —dijo con advertencia.

Stevee chasqueó la lengua.

—La has mantenido fuera de tu cabeza más de lo usual, ¿Por qué? ¿Pasó algo?

Maldijo sus preguntas, porque inmediatamente sus recuerdos se alzaron. Y lo primero que hubo en ellos fue Annabel.

Había evitado pensar todo el día en ella, porque Stevee iba a estar a su alrededor, escuchando, observando, para eso la había traído, pero no quería que se metiera en su cabeza y mirara los pensamientos que se formaban en torno a Annabel. Los recuerdos de la noche pasada, cuando ella había entrado a su habitación y mirado sus piernas, él también la había visto a ella, la piel descubierta, la piel que constantemente se prohibía mirar.

Solo tenía que mirarla un segundo para quedarse sin aliento. Y el pensamiento de otro hombre teniendo la misma reacción que él lo quemó por dentro.

Era fácil adivinar las intenciones que Gaster había tenido con ella, la razón por la que se lo había confesado todo. Pero que Annabel le dijera cómo lo había motivado a decírselo era diferente. Ella era intocable para él. No le gustaba saber que usaba su encanto para seducir a otros y a cambio obtener información, aunque los beneficiara, lo detestaba.

El señor de las criaturas de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora