Capítulo 25

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En la mañana del décimo quinto cumpleaños de Annabel, Kazliar se levantó temprano para conseguirle sus frutas favoritas, Katerine iba a hacerle un desayuno especial y él se había ofrecido a buscarlas.

Caminó por el bosque ansioso, faltaban solo minutos para que amaneciera y quería ser el primero en felicitarla. Él siempre había sido el primero. Había estado allí todo el tiempo, compartiendo cada cosa con ella.

Cuando llegó al lugar donde nacían y crecían algunas frutas de hielo, sintió algo en el aire. No era magia, era...como más frialdad. Kazliar liberó su magia y la hizo correr por el lugar, olisqueando, descubriendo. Se acercó a uno de los arbustos atraído por unas pisadas frescas en la nieve.

Se quitó los guantes con lentitud, no le gustaba tener sus manos cubiertas cuando utilizaba su poder.

El viento sopló y los vellos de la nuca se le erizaron. Recorrió el bosque a su alrededor.

—Hola, señor del hielo.

Justo detrás de él había alguien de pie.

Estaba parado sobre sus dos piernas, traía unos pantalones desgastados y tenía ojos grandes parecidos a los de un reptil. Su lengua salía de entre sus labios con burla, siseando.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con autoridad.

Kazliar ya los conocía, sabía que les gustaba provocar y pelear. Los Frezz eran criaturas crueles hambrientas por carne.

—Me gusta estar aquí —dijo la criatura, mostrando sus dientes. Era más bajito que Kazliar, en una pelea física podría ganarle, aunque su padre siempre le había pedido que las evitara—. Se siente diferente, ¿no es así? —se movió, enterrando sus pies desnudos sobre la nieve, como si jugara dentro de un charco de agua—. Tú también lo sientes, ¿verdad?

Era joven, se dio cuenta. Un Frezz adulto nunca pisaría los terrenos de su señor por diversión, no cuando Ean había retomado el mando sobre ellos. Pero...lo que estaba diciendo era cierto, se sentía extraño, al menos no estaba paranoico, porque recordaba que aun par de metros era donde habían encontrado a Annabel.

¿Sería por eso? ¿O solo se estaba burlando de él?

—Regresa con tu clan —espetó, sin perderlo de vista, pero se movía rápido.

—¿O qué, señor del hielo? ¿Vas a decirle a tu papi?

La criatura se carcajeó cuando el rostro de Kazliar enrojeció, era rabia, vergüenza. Le temblaron las manos, estaba conteniéndose, su padre le había advertido de que caer en las provocaciones de los Frezz no era inteligente, pero los alaridos de la bestia estaban metiéndose bajo su piel, irritándolo.

—Al menos mi señora fue amable.

Kazliar lo marcó, siguió la especie de baile que estaba haciendo y lo aprendió en cuestión de segundos para poder predecir sus próximos movimientos.

—¿Qué señora? —cuestionó.

Su madre no había tenido contacto con estas criaturas desde hacía mucho tiempo.

El Frezz sonrió, como solo uno de ellos podría hacer.

—La criatura bonita —cantó—. La de ojos preciosos. La de cabello tan claro que se confunde con su piel.

Atrapó al Frezz en un saltó y lo inmovilizó en el suelo, tiras de hielo irrompible envolvieron su cuerpo hasta su cuello, donde una punta filosa amenazó con cortar su garganta. El Frezz solo se rió con más fuerza.

—Nunca vuelvas a acercarte a ella.

El bosque se sacudió, estremecido por la magia que expulsaba Kazliar.

El señor de las criaturas de hieloWhere stories live. Discover now