Capítulo 16

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Veía su pecho subir y bajar, sus rizos caían sobre su rostro y arropaban su pecho, junto a ella descansaba su pequeño bebé. Era tan bonito y pequeño. No había pensado en que su cría se vería tan delicada y que la necesidad de cuidarlo sería tan desgarradora. Ean no podía dormir, pensaba en todo aquello de lo que debía proteger a su hijo. Como caerse de la cama, debían conseguirle una cuna con bordes acolchados cuanto antes y más ropa abrigadora.

Ean había retrasado todas las compras que tuvieran que ver con el bebé, porque sabía que necesitaba a Katerine para eso, pero ella no estaba lista. Lo menos que deseaba en esos días era verla triste o nerviosa.

Pero ahora todo iba a estar bien, tenían a su bebé y Katerine seguía respirando.

Sintió como si garras rasparan desde dentro de su cuerpo cuando recordó el momento en el que el corazón de ella se había detenido. Se había paralizado y se sintió como si su propio corazón volviera a cubrirse de hielo, solo para terminar roto en mil pedazos. Era insoportable. Inaceptable. Espantoso. Devastador. Y todas esas palabras que quizás no abarcaban una mínima parte de lo que para él supondrían perderla.

Movió su mano y le retiró el cabello del rostro, sus pestañas y cejas espesas resaltaban sobre su piel todavía pálida. Dejó correr su dedo por el puente de su delgada nariz hasta caer sobre sus labios, los tenía resecos y el aliento se le escapaba entre ellos.

Verla dormir junto a su hijo le provocaba lágrimas de puro alivio. No quería dejar de mirarlos, vigilarlos, protegerlos.

Dioses, habían tantas cosas que podían dañarlos. Tendría que cuidarlos ahora todavía más, sobre todo al pequeño Kazliar.

Un escalofríos le recorrió la espalda cuando sintió la presencia de la magia depravada de Lilith, apretó los dientes sabiendo que era el momento, tenía que hacerlo, por ellos. Por su pequeña familia. Sacó su pulgar de entre los deditos de su bebé y besó el rostro de Katerine cuando se levantó. Puso un montón de almohadas de su lado para que el bebé no rodara fuera de la cama como un inquieto cachorro. También dejó algunas en el suelo, solo por si acaso.

Tomó su abrigo y bajó descalzo para recibir a esa mujer maligna. Ean no podía verla de forma diferente. Aunque les hubiera salvado la vida en la guerra, aunque hubiera salvado a Katerine una vez...Cuando él la había dejado sola y ella había sufrido un sangrado.

Se repudió por eso.

Él no debía abandonar a su pareja, ya no quería tener que hacerlo, por esa razón había citado a la diosa que caminaba entre los mortales, porque solo un dios podía enfrentar a otro. Ean sabía que Fría no era una diosa cualquiera, pero Lilith tampoco.

Lilith lo estaba esperando en la parte trasera de la casa, seguía vistiendo su uniforme negro cargado por abrigos extras y guantes de cuero. Tenía esa pose altanera que lo sacaba de quicio, le recordaba a los Frezz a veces, bestias descaradas que se divertían haciéndolo enfadar.

Ella no estaba sola, el cachorro que preocupaba a Katerine estaba merodeando cerca, Lilith lo seguía y le siseaba advertencias cuando se alejaba demasiado, por alguna razón el cachorro le obedecía.

—¿Por qué trajiste a Hawel? —interrogó disgustado.

Solo tenía que venir ella, no tenía idea de qué tan peligroso podría ser lo que harían y era mejor mantener al resto apartados.

—Johan sugirió que le prohibieran las salidas si no corregía su comportamiento al menos un poco, yo sabía que la pequeña bestia necia se escaparía solo para hacerlo enfadar, le dije que podía acompañarme, al menos así tendría el ojo puesto sobre él —guiñó su ojo hacia el cachorro que le gruñía—. Pórtate bien o yo sugeriré que te cuelguen de las patas traseras.

El señor de las criaturas de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora