Capítulo 17

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El libro de poemas tenía ilustraciones infantiles, Katerine intentó no hacer muecas, los poemas eran trágicos, melancólicos y oscuros, no le gustaba que su hijo viera a la muerte representada de tantas formas siendo solo un pequeño de dos años, pero a él le gustaba, el libro se lo había regalado East en su primer cumpleaños al darse cuenta que el bebé se interesaba por la pila de libros de sus padres. Kazliar no leía nada, pero sus ojos escaneaban las páginas tan profundamente que a veces Katerine se preguntaba qué era lo que estaba pasando por su cabeza.

Peinó los rizos blancos hacia atrás para sacarlos de su frente, pero no tenía remedio, ella misma había tenido que aprender a ceder ante sus rizos salvajes, su hijo también aprendería eventualmente. Le hizo gracia ver su pequeña mano rendirse hasta hacerlo resoplar.

—¿Quieres que le diga a papá que te corte el cabello? —le preguntó con dulzura.

Sus ojos grises, tan iguales a los de su padre, la miraron. Katerine le sonrió para que supiera que no tendría ningún problema con ello, pero Kazliar negó, el sonido de la máquina de afeitar y tener que quedarse quieto lo ponían nervioso. Él era valiente cuando no le quedaban más opciones que tener que enfrentarlo, pero mientras pudiera evitarlo, lo evitaba.

Puso el libro sobre el regazo de su madre y se deslizó fuera del sofá, corrió hacia donde estaba su vaso de jugo vacío y lo llevó hasta Katerine, su cara preciosa tenía una mueca.

—Jugo, mami —exigió.

Katerine tomó el vaso y se levantó.

—Kazliar, después no vas a querer comer nada —predijo. El niño insistió, empujaba sus piernas hacia la cocina, era tan divertido como caprichoso.

La hora de la comida siempre estaba llena de regaños, lloriqueos y berrinches. El niño no se quedaba quieto para comer, quería caminar, jugar y que sus padres lo siguieran por toda la casa con su tazón de comida en la mano, además se llenaba de jugo tanto que no dejaba espacio para la comida.

East le había dicho que no le diera líquidos cuando se acercara la hora de la comida, él siempre era firme y no se rendía ante la ternura del bebé como lo hacía West. West Lawcaster siempre le traía dulces y cosas que lo hacían mantenerse despierto hasta entrada la madrugada, Ean gruñía cada vez que ese gemelo los visitaba. Eso era todos los días.

Los gemelos Lawcaster habían decidido mudarse a Arty por un tiempo indefinido, Katerine había adorado la idea, su compañía era agradable y reconfortante, ahora ambos trabajaban en el refugio, vigilaban a los mágicos y se aseguraban de que ningún otro gobernador quisiera venir a olisquear por aquí. Sin dudas Lilith había hecho un buen trabajo, después de que se encargara del gobernador de Pardon no habían recibido más visitas, ni cartas amenazantes, pero Johan seguían advirtiéndoles que no bajaran la guardia. Ellos habían estado visitando Arty bastante seguido, sobre todo Johan, decía que quería verificar el mismo a Hawel. Cuando pasó un año y Katerine se dio cuenta de que el cachorro no rechazaba a Johan, le propuso al hombre que hiciera el proceso de adopción. Le tomó varios días darle una respuesta a Katerine, lo entendía, pero sabía que no era la primera vez que pensaba en la adopción del cachorro, varias veces le había preguntado sobre cómo era el proceso y que si había alguien interesado en el niño.

Katerine sabía que si había alguien bueno para ser el tutor de Hawel, ese sería Johan. El hombre no había presionado al niño nunca, él mismo le había preguntado si estaba de acuerdo en que se convirtiera en su tutor, si aceptaría irse y vivir con él. Hawel tampoco respondió de inmediato, pero cuando accedió vio en sus ojos algo que nunca había visto antes en él. Ilusión, pura y genuina ilusión.

Le había dolido ver marcharse al pequeño, pero tenía la certeza de que se convertiría en un gran hombre junto a Johan. Lo sabía. Ellos iban a visitarla de vez en cuando, a Hawel le agradaba el bebé y le gustaba jugar con él.

El señor de las criaturas de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora