En tu mirada

By Romantique07

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Una vez me encontré con unos ojos que me arreglaron el mundo, me quebraron los miedos y me armaron de valor e... More

Parte 1: Medicamento
Parte 2: Señor Perfección
Parte 3: Fiesta
Parte 4: Ebria
Parte 5: Película
Parte 6: Museo
Parte 7: Video
Parte 8: Verde
Parte 9: Templo Mayor
Parte 10: Lluvia
Parte 11: Objetivos
Parte 12: Viernes
Parte 13: Libro olvidado
Parte 14: Llamada
Parte 15: Planes
Parte 16: Cuento
Parte 17: Feliz cumpleaños
Parte 18: Alameda
Parte 19: Crisis
Parte 20: Reunión
Parte 21: Consejos
Parte 22: Primer mes
Parte 23: Segundo mes
Parte 24: Viaje
Parte 25: Playa
Parte 26: Mar
Parte 27: Bosque
Parte 28: Cabaña
Parte 29: Miedo
Parte 30: Accidente
Parte 31: Coma
Parte 32: Petición
Parte 33: Carta
Parte 34: Propuesta
Parte 35: Final feliz
Parte 36: Dosis máxima
Parte 37: Realidad
Parte 38: Cuatro años
Parte 39: Entrega retrasada
Parte 40: Boda
Parte 41: Reencuentro
Parte 42: Oficina
Parte 43: Tercer cuento
Parte 44: Congreso
Parte 45: Oportunidades
Parte 46: Dosis nocturna
Parte 47: Regreso
Parte 48: Nuevo comienzo
Parte 49: Relicario
Parte 50: Positivo
Parte 51: Divorcio
Parte 52: Compras
Parte 53: Amenaza de aborto
Parte 54: Secuestrada
Parte 55: Ilusiones
Parte 56: Bebé
Parte 57: Recuerdos
Parte 58: Regalos
Parte 59: Celos
Parte 60: Alcohol
Parte 61: Verdad
Parte 62: Noche Buena
Parte 63: Veintitrés
Parte 64: Mudanza
Parte 65: Matrimonio
Parte 66: Persecución
Parte 67: Búsqueda
Parte 68: Ilusión
Parte 69: Internamiento voluntario
Parte 70: Helado
Parte 71: Planes
Parte 72: Decoración
Parte 73: Pasado
Parte 74: Explicaciones
Parte 75: Cafetería
Parte 76: Baile
Parte 77: Noche de verdades
Parte 78: Pruebas de rutina
Parte 79: Noche en el hospital
Parte 80: Segunda opinión
Parte 81: Por compasión...
Parte 82: Segunda salida
Parte 83: Vestido nuevo
Parte 84: Navidad
Parte 85: Año Nuevo
Parte 86: Propuesta secreta
Parte 87: Demanda de divorcio
Parte 88: Autorizaciones
Parte 89: Micrófonos
Parte 90: Sentencia de divorcio
Parte 91: Aborto
Parte 92: Casa en la playa
Parte 93: Junto al mar
Parte 94: Bosque (Real)
Parte 95: Llamadas
Parte 96: Pueblo
Parte 97: Nueva vida
Parte 98: Psicosis
Parte 99: Inyecciones
Parte 100: Retraso
Parte 101: Suspensión del tratamiento
Parte 102: Trabajo de parto
Parte 103: Nuestro héroe
Parte 105: Correr
Parte 106: Marido y mujer
Parte 107: Noche de bodas
Parte 108: Regreso al pueblo
Parte 109: Incidente
Parte 110: A salvo
Parte 111: Médico y paciente
Parte 112: Confesión
Parte 113: Sueño
Parte 114: Última carta
Parte 115: Para siempre
Epílogo
Gracias, siempre

Parte 104: Una simple boda

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By Romantique07

Cuando volvieron, la encontraron dormida, y les costó mucho trabajo despertarla para que cenara algo.

- Ten, mi amor, ya te traje algo de comer. Tienes que estar muy fuerte para que te puedas recuperar pronto y que nos podamos ir tranquilos de aquí, con nuestra hija. – le dijo tiernamente.

Silvia asintió y comenzó a comer en silencio; sentía que la lengua le dolía, como si la comida fuera demasiado picante o estuviera muy caliente. Instintivamente la tocó con su dedo para sentir la temperatura, pero en su piel no percibió calor.

- ¿Amor, todo bien? – escuchó que le preguntaba Jorge y asintió en silencio otra vez, tomando la cuchara, aguantando la sensación que percibía en la boca por la comida.

Luego de un rato, le dio de comer a la bebé, mientras todos conversaban a su alrededor; Jorge les contaba cosas sobre cómo había sido su embarazo, sobre el perrito que habían adoptado, sobre el consultorio que habían habilitado, todo sin mencionar exactamente en qué lugar habían estado viviendo, y ella sabía que nadie iba a preguntar nada. Poco después, también comenzaron a platicar sobre el nombre que iban a ponerle a la pequeña.

- Yo pensaba dejar que Silvia decidiera. – dijo Jorge.

- ¿Yo? – preguntó ella, desconcertada. – Bueno... No lo sé, no habíamos hablado del tema antes, así que... supongo que estamos en posibilidades de aceptar sugerencias, ¿no, mi amor?

- Sí, también podemos hacer eso. Pero, por ahora, creo que es mejor que descanses un poco. Mañana intentaremos hacer que te levantes y camines aunque sea aquí dentro.

- ¿Ves? Quieren mandarte a dormir, para que ellos puedan descansar de ti otra vez. Los cansas, los fastidias, como a todos, como siempre. Porque siempre ha sido así. Lo sabes, ¿no es cierto? Pero nadie se atreve a decirlo, porque te tienen lástima, todos te tienen lástima, por eso es que tienen que soportarte. Pero, si pudiera elegir, no hay duda, no serías tú parte de sus vidas. No te necesitan. No eres indispensable.

Silvia se volteó en la cama y cerró los ojos.

- ¿Pueden apagar la luz? – dijo en voz baja.

Escuchó que salían y apagaron la luz; estaba a punto de hablar, cuando sintió que alguien se ponía detrás de ella en la cama y la abrazaba por el abdomen.

- Dulces sueños, mi amor. Te amo, bonita... - murmuró Jorge en su oído y le dio un beso en la oreja. – Te amo mucho.

- ¿Y la bebé? – preguntó ella.

- Se la llevó mi mamá un ratito. Los abuelos quieren estar con ella, y consentirla un rato. Y yo aprovecho para dormir abrazadito contigo, porque me encanta sentirte cerca, guapa.

- Jorge, ¿de verdad me amas tanto para no dejarme? – preguntó, girándose con algo de esfuerzo hacia él.

Jorge se quedó en silencio y, cuando ella comenzaba a asustarse, sintió los labios de él sobre los suyos, y los dedos de Jorge acariciando su hombro con delicadeza. Cuando dejó de besarla, habló cerca de su rostro.

- De verdad te amo tanto para nunca dejarte, para quedarme a tu lado por siempre, para protegerte y cuidarte todos los días de mi vida. Me urge que pase ya el tiempo para poder casarnos, mi amor, es lo que más deseo en el mundo. – ella sonrió y se acurrucó en su pecho, para pronto quedarse dormida.

Las voces mentían.

Pocas horas después, escuchó a lo lejos un llanto de bebé y abrió los ojos; las luces seguían apagadas, y Jorge seguía dormido a su lado, abrazándola. La puerta se abrió y entró Fabiola con la bebé en brazos.

- ¿Ya es hora de que coma otra vez? – preguntó Silvia en voz baja, soltándose un poco de Jorge para no despertarlo.

- Sí; cuando son pequeñitos comen mucho.

- Claro, sí... - ella extendió los brazos y Fabiola le dejó a la bebé. – Muchas gracias por cuidarla un ratito, Jorge ya necesitaba descansar aunque fuera unos minutos.

- Sí, querida, no hay problema. Nosotros estamos encantados de poder estar un rato con ustedes, y con nuestra nieta. Hace mucho que no los veíamos; suponíamos que debían estar bien, pero ya teníamos ganas de verlos.

Silvia se zafó un poco la bata y se acomodó a su hija para darle de comer otra vez; Fabiola salió y dejó la puerta entreabierta. Silvia acariciaba la cabecita de su bebé mientras le daba de comer. Luego de unos minutos, Jorge se movió un poco y, al intentar abrazarla, se dio cuenta de que ella estaba sentada.

- ¿Qué pasa, mi amor? ¿Todo bien? – preguntó, adormilado.

- Sí, guapo; está comiendo otra vez.

- ¿Y tú cómo estás? ¿Cómo te sientes?

- Adolorida, débil, cansada, pero muy feliz de estar aquí, contigo y con mi bebé... - le respondió, acariciando suavemente su cabello. – Duerme otro rato, mi amor, todo está bien...

Jorge le hizo caso, y volvió a cerrar los ojos; Silvia se quedó despierta, y se quedó pendiente de que su bebé se durmiera también. Estaba quedándose dormida también, cuando una serie de ruidos extraños la sobresaltó y, de inmediato, entró Ricardo corriendo a la habitación.

- Tienen que salir de aquí. – les dijo, moviendo a Jorge para despertarlo. – George, hermano, despierta, ya, tienen que irse.

- ¿Qué? – preguntó él, apenas moviéndose, desconcertado.

- David sabe que están aquí, vino por ustedes, está armado.

Y Silvia se dio cuenta entonces de que lo que había escuchado eran disparos; se levantó de la cama sin saber de dónde había sacado las fuerzas y comenzó a recoger las cosas de la bebé, todavía cargándola. Jorge tardó más en reaccionar, pero finalmente lo hizo y se apresuró a recoger el resto de las cosas de Silvia. En menos de dos minutos ya tenían todo listo.

- Tienen que salir por la puerta trasera, aquí está la llave de la camioneta. Váyanse con cuidado, nosotros ya llamamos a la policía. Vamos a intentar que David no salga de aquí.

- Ricardo, cuídense, por favor. Te encargo a mis padres, y a los de ella. Te hablo en cuanto estemos en casa.

- ¡Váyanse ya! – gritó su hermano y le lanzó la maleta a él.

Silvia salió, todavía con la bata del hospital puesta, y atravesaron corriendo el jardín, casi por completo a oscuras; llegaron a la pequeña puerta y, cuando estaban por salir, volvieron a escuchar disparos.

- Jorge, mis papás seguían ahí dentro, con los tuyos, ¿no?

- No lo sé. Silvia, tenemos que irnos; tú y yo sabemos que David viene por nosotros, y si nos encuentra... no sabemos de lo que pueda ser capaz, por favor, no te detengas, vámonos...

- ¿Y si les pasa algo?

- Sabrán resolverlo, están en un hospital... Por favor, linda, tenemos que irnos, no podemos esperar más tiempo.

Silvia asintió y finalmente salieron; subieron a la camioneta y Jorge arrancó de inmediato, tomando las calles posteriores para que fuera más difícil que los siguieran.

Se incorporaron a la carretera y, en el primer paradero, él se detuvo. Todo estaba totalmente solitario, pues no eran ni las cuatro de la madrugada. Sacó de la maleta algo de ropa para ayudarla a vestirse, y más cobijas para cubrir a Silvia y a la bebé. Ella se acurrucó en el asiento con su hija en brazos y Jorge retomó el camino.

Cuando llegaron al pueblo, ya comenzaba a amanecer. Varias personas estaban barriendo las entradas de sus casas, y los saludaban amablemente. Al pasar frente a la casa de Don Joaquín, el panadero se acercó a la camioneta y Jorge frenó.

- ¿Cómo están? ¿Cómo salió todo? – preguntó.

- Muy bien. – respondió Silvia con una sonrisa, destapando un poco el bultito que llevaba en brazos. – Fue niña.

- ¡Wow! Me alegro mucho por ustedes, ¡qué bien! ¡Qué gusto! Silvia, ¿cómo te sientes?

- Adolorida y cansada, pero feliz.

- Me imagino. Por cierto, su perrito se escapó, pero lo encontró Mariela en la plaza y se lo quedó.

- Oh, cierto, Hot cake, ni siquiera me acordaba de él.

- Su pequeña mascota está bien. En fin, ya los dejo, supongo que quieren descansar. Cualquier cosa que necesiten, nosotros vamos a estar al pendiente. Le voy a decir a Mariela que le haga algo de almorzar para que no se preocupen por eso.

- Muchísimas gracias, y sí, por favor, dígale a Mariela. Y agradézcale a ella también. – dijo Jorge, antes de encender la camioneta para ir finalmente hasta su casa.

Al llegar, entraron y se quedaron en la sala un momento.

- ¿Quieres subir a la habitación, o prefieres que adaptemos aquí abajo para que te quedes durante unos días?

- Prefiero subir. La bebé y yo vamos a estar más cómodas allá arriba. – ella se dirigió a la escalera.

- ¿Me dejas que te ayude a subir? – le preguntó. – Puedo cargarte hasta la cama.

- No es necesario, solo ayúdame a cargar a la chiquita, y yo subo sola. Despacio, pero subo.

Al entrar en la habitación, ella fue directamente a la cama; se recostó y suspiró, sonriente.

- Qué bien se siente estar en casa... - susurró.

- Y es todavía mejor estar en casa, con las dos mujeres más hermosas del mundo, las dos mujeres a las que amo con todo mi corazón, las dos mujeres que son mi fuerza para vivir...

- Ya, George, no exageres.

- Es la verdad. Las amo. Las amo demasiado, hermosas... - él puso a la bebé en la cama y la rodeó con almohadas; luego se acostó del otro lado, de modo que su hija quedó entre los dos. – Creo que de verdad deberíamos pensar ya en un nombre, no podemos seguir llamándola "bebé".

- Sí, también lo creo conveniente. Pero no se me ocurre algún nombre lindo, George...

- ¿A ti qué nombre te gusta?

- Muchos, pero ninguno me convence totalmente para mi hija. Ella tiene que llevar el mejor nombre del mundo.

- A mí me gusta tu segundo nombre. Se me hace demasiado lindo.

- ¿Angélica? Mmm... Tal vez. Pero tenemos que pensarlo bien.

- Claro, sí, hay que pensarlo muy bien. Y ahora... tenemos que ir ya viendo lo de la boda, porque recuerda que habíamos quedado en que íbamos a casarnos tres meses después de que naciera la bebé.

- ¿No es muy pronto? ¿Crees que alcance a adelgazar en tres meses para que me quede bien el vestido?

- Sí, amor, creo que es suficiente, tu metabolismo te ayuda.

- ¿Y si me quedo gordita por siempre?

- Mmm... Mejor para mí. Más de dónde agarrar, preciosa... - ella soltó una carcajada y él rio.

- A todo le ves el lado bueno.

- Todo tiene un lado bueno, mi amor.

- Por eso te amo tanto. Ahora... descansa un rato, guapo, debes estar muy cansado.

- Un poco, pero no me importa, porque ha valido la pena. – él se acomodó y pronto se quedó dormido.

Casi a mediodía, alguien tocó a la puerta, y Jorge bajó a abrir.

- Wow, te ayudo con esto... - dijo él en cuanto abrió.

- Gracias... - Jorge tomó las charolas que llevaba Mariela.

– Pasa, por favor. – entraron a la casa y en ese momento Jorge notó que detrás de Mariela iba Hot cake, sujeto con la correa a la cintura de ella.

Cuando estuvieron adentro, Jorge dejó las charolas en la mesa y recibió de la mano de ella la correa del perrito.

- Qué gusto verte. – dijo, agachándose para acariciarlo. – Por cierto, muchas gracias por cuidarlo.

- No agradezca, doctor, ya sabe que aquí entre todos nos apoyamos. ¿Silvia está bien?

- Sí, muy bien, los dos estamos muy contentos por el nacimiento de nuestra bebé. ¿Quieres pasar a verla?

- No, preferiría no incomodar en este momento, deben estar agotados; les traje algo... - ella sacó de su chamarra un pequeño paquete envuelto en color verde. - Muchas gracias. ¿Quieres un vaso de agua o algo?

- No, tengo que volver al local.

- Está bien, muchas gracias, de verdad... - Jorge la acompañó a la puerta y luego subió las cosas a la habitación; Hot cake fue detrás de él. – Era Mariela. Nos trajo el almuerzo.

- Genial. Muero de hambre. – ella se sentó en la cama lentamente y Jorge le acercó la comida; ambos comenzaron a comer en silencio. – Oye... Tengo ganas de comer pan dulce. ¿Al rato me puedes traer? Cuando esté calientito, y yo hago un chocolate caliente, ¿sí? Se antoja con este clima.

- Sí, guapa, está bien. ¿Algún pan en específico?

- Podría pedirte uno de cada uno, pero... No me lo vas a traer, así que... el que se vea más rico, ¿sí? – él rio y asintió.

- Por cierto, Mariela me dio esto... - Jorge le mostró el paquete envuelto en papel verde. – No sé qué sea, ¿quieres que lo abra?

- Sí, está bien. - Jorge quitó la envoltura y sacó el contenido. Era un pequeño suetercito tejido de color blanco.

- Mira, amor, es un mini suéter para bebé. – dijo él, emocionado. – Qué ternura, es tan pequeñito...

- Es del tamaño ideal para nuestra chiquita. – ella tomó el suéter de las manos de él y lo acarició. – Es muy suave... Seguro que a nuestra bebé le va a encantar. Y, hablando de la bebé, ya casi es hora de que coma otra vez, así que... voy a apresurarme a terminar esto... - comentó, volviendo a tomar la cuchara.

Por la noche, Jorge salió para comprar el pan que ella le había pedido; Silvia dejó a la bebé dormida y acomodada con almohadas para evitar que rodara en la cama, y bajó con cuidado las escaleras para preparar el chocolate caliente.

Puso todos los ingredientes y se quedó esperando a que hirviera lo que había puesto en la estufa; mientras esperaba, se quedó pensando en nombres para la bebé, porque realmente quería buscar el nombre perfecto. Pensaba en todos los nombres de niña que había oído en su vida, y trataba de pensar cuál era más bonito, cuál iría más de acuerdo a la personalidad de su hija, si iba a parecerse más a ella o a Jorge...

- ¡Silvia! – escuchó de repente. Jorge le había hablado en un tono de voz demasiado alto y la asustó.

- ¿Qué pasa? ¿Por qué me gritas?

- Porque te estoy hablando y no me haces caso, ¿estás bien, mi amor? – él estaba limpiando algo derramado en la estufa.

- Sí, estoy bien. ¿Qué pasa? ¿Qué estás haciendo?

- Esto se derramó porque hirvió de más; por eso te pregunto si estás bien, estabas aquí y no te diste cuenta de que se estaba tirando. Estabas demasiado concentrada en tus pensamientos.

- Bueno, es que era algo importante lo que tenía que pensar.

- ¿Ah, sí? ¿En qué estabas pensando? – él dejó el trapo con el que estaba limpiando, y se acercó a tomarla por la cintura.

- En lo del nombre de la bebé, en... cómo va a ser su vida, nuestra vida, en si va a ser como tú o como yo...

- ¿Y a qué conclusión llegaste? – preguntó, acariciándole el rostro, y acomodándole el cabello detrás de la oreja.

- A ninguna, me interrumpiste, mi amor. Ahora... déjame terminar de limpiar esto, y hacer el chocolate. – dijo con tranquilidad; fue hacia la estufa, zafándose del abrazo de él.

Jorge se quedó mirándola hasta que ella terminó; sirvió el chocolate en dos tazas y se giró para ir hacia la sala.

- Voy por la bebé mientras tú enciendes la chimenea.

- Cuidado en las escaleras, mi amor... - dijo él; Silvia subió y vio que su bebé ya había despertado.

- Hola, hermosa, qué bueno que ya despertaste. Vamos a bajar a pasar un momento familiar los tres juntos, mi cielo... - la cargó con cuidado y le dio un beso en su mejilla, para después bajar las escaleras. Jorge ya había encendido la chimenea y estaba sirviendo el pan en unos platos pequeños.

Silvia se sentó en la alfombra, recargada en uno de los sillones y tomó su taza de chocolate, para comenzar a tomarlo; Jorge la miraba, sonriente.

- ¿Recuerdas la primera noche que estuvimos aquí? ¿Recuerdas lo bien que nos la pasamos frente a esta misma chimenea?

- Claro, ¿cómo olvidarlo, guapo? Todavía tengo el sabor de ese primer chocolate impregnado en la boca...

- ¿Solo del chocolate? – ella rio. - Me encantas, Silvia.

- Y tú a mí...

Se quedaron ahí un largo rato; cuando ella terminó de beber su chocolate y comer su pan, le dio de comer a la bebé, y se quedó arrullándola hasta que se durmió. Jorge se acercó a ella y la abrazó por los hombros.

- Esta es la definición perfecta de la felicidad... - susurró en su oído antes de darle un beso en la cabeza.

Los días comenzaron a pasar; por las mañanas tomaban un baño, hacían el desayuno, iban a caminar un rato, bañaban a la bebé, salían un rato al jardín, iban a comer al local de Mariela, estaban un rato en el consultorio de Jorge, regresaban y se quedaban leyendo un rato o continuaban arreglando detalles de la casa, hasta que les daba sueño y se iban a dormir.

Había pasado ya casi un mes completo y Jorge volvió a insistirle a ella para que comenzaran a ver lo de la boda.

- Mira, Jorge, no creo que haya que presionarse. Seguro que en este pueblo no hay mucha gente que quiera casarse, como para correr a apartar la fecha, ni nada. Además, creo que deberíamos hacer algo bastante sencillo, se puede organizar en unos días, y tampoco tendremos tantos invitados, así que no hay problema con reservar mesas o algo así... - insistió ella.

- Mi amor, pero yo quiero que todo sea absolutamente perfecto, y de verdad que tenemos que empezar a organizar ya, o a la mera hora no nos va a dar tiempo de hacer nada.

- Jorge, es una simple boda. – dijo ella y volvió a ponerse a acomodar cosas en la gaveta del consultorio.

- Claro, una simple boda. Uno se casa todo el tiempo. ¿Qué más da? Una más, una menos. Es solo eso.

Él dejó la llave del consultorio sobre el escritorio y salió sin decirle otra cosa; atravesó con pasos fuertes la explanada principal para dirigirse a la casa y subió a la camioneta, yéndose rápidamente del pueblo por la ruta principal. No estaba enojado con ella por haber dicho lo que dijo, estaba triste.

Silvia terminó de guardar las cosas en la gaveta; ni siquiera se había dado cuenta del momento en que Jorge salió del consultorio. Vio la llave sobre la mesa y fue entonces que se dio cuenta de que sus palabras quizá habían herido a Jorge, aunque ella no lo hubiera hecho con esa intención.

Mientras tanto, Jorge conducía por la carretera, rumbo a la ciudad; durante la mañana habían estado contando el material y los medicamentos para verificar si faltaba algo, y habían hecho una lista para cuando pudieran ir a la ciudad. Sin embargo, luego de que ella soltara esas palabras, Jorge había preferido alejarse un rato; no quería que ella percibiera lo mal que lo había hecho sentir, porque no quería que se sintiera culpable.

Una simple boda.

Él ya había tenido antes una simple boda que le costó siete años de depresión. Una simple boda que le había cambiado la vida para mal. Una simple boda que él quería mejor olvidar.

En la boda con Silvia, buscaba borrar por fin, por completo, todo ese pasado que a veces todavía le revolvía el estómago. Silvia era una buena mujer, era hermosa, era amable, bondadosa, valiente... pero en ocasiones su esquizofrenia la hacía tener los neurotransmisores desequilibrados, no lo suficiente para sumirla en psicosis, pero sí para no identificar los efectos de sus palabras y sus acciones. Él buscaba que ese día fuera el mejor de sus vidas, pero ella parecía no estarle dando demasiada importancia, y eso lo hacía sentir mal, aunque estaba seguro de que no lo hacía consciente.

Llegó a la ciudad y fue a un depósito para comprar todo lo que hacía falta; después dejó la camioneta en una calle y caminó durante un largo rato, solo mirando las avenidas, las construcciones, a las personas... Cuando vio la hora, notó que ya había pasado demasiado tiempo en la ciudad y tenía que volver.

Silvia había preparado una cena para Jorge, porque quería pedirle disculpas por haberlo hecho sentir mal. Arregló la mesa del comedor, puso velas y sacó vino para él, y refresco para ella; le dio de comer a la bebé para después arreglarse.

Se puso un vestido azul marino, un poco suelto de la parte de abajo, se recogió el cabello en una coleta y se sentó en la sala, mirando una y otra vez el reloj sobre la chimenea.

Eran casi las diez y media cuando Jorge volvió al pueblo; dejó la camioneta a un lado de la plaza principal y caminó hasta el consultorio para dejar las cosas que había comprado, pero entonces recordó que no tenía la llave. Iba a volverá subir al auto cuando vio que Mariela salía de su local, cargando unas bolsas que parecían pesadas.

- ¿Vas hasta tu casa? – le preguntó y ella asintió. - ¿Con todo eso? Parece pesado, ¿quieres que te ayude?

- Sí, muchas gracias. – Jorge dejó las cosas del consultorio en la camioneta y tomó las bolsas que llevaba Mariela, para comenzar a caminar con ella. Vivía a tan solo diez minutos a pie, así que no tardarían mucho.

Silvia estaba preocupada porque Jorge todavía no había vuelto, así que tomó un abrigo y salió a buscarlo; llegó hasta la explanada y vio que la camioneta estaba ahí. Fue hasta la panadería para preguntarle a Don Joaquín si lo había visto, pero el hombre no sabía nada de Jorge. Luego decidió buscar a Mariela, pero su local ya estaba cerrado, así que comenzó a caminar hasta la casa de ella.

Cuando estaba a unos veinte metros, vio a Jorge salir de ahí y despedirse de Mariela. Se alegró de ver que estaba bien y suspiró, sonriente, pero pronto esa sensación de calma fue desplazada por una ansiedad inquietante.

- Lo estás pensando, ¿no? ¿Por qué estaba con ella si se supone que tú eres su mujer? ¿Qué hace saliendo de su casa en lugar de haber ido a buscarte? ¿No te lo hemos dicho miles de veces? En cuanto pueda, va a cambiarte. Por ella. O por cualquier otra.

Silvia se dio la vuelta y comenzó a correr.

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