Parte 114: Última carta

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Las voces siguieron resonando varios minutos en su cabeza, hasta que se quedó profundamente dormida por efecto del medicamento. Durante la noche se sentía inquieta a pesar de saber que estaba bajo los efectos de la medicación.

Despertó con sintiendo el cuerpo más pesado que de costumbre, y le costó más trabajo abrir los ojos por la pesadez que sentía también en los párpados. Sintió caricias suaves y tibias en su brazo, y miró a su lado. Jorge estaba sentado al borde de la cama y recorría la piel de su brazo con los dedos.

- Preciosa, ¿cómo estás? ¿Qué tal dormiste?

- Muy bien. – mintió ella, sentándose en la cama, con la espalda recargada en la cabecera. – ¿Por qué despertase tan temprano?

- Qué bueno que lo preguntas. Quiero que vayamos a pasear. Quiero ir a la casa de playa de mi familia, donde nos quedamos la primera vez que salimos huyendo juntos. – Silvia lo miró, desconcertada. – Mira, es que todas las veces que hemos estado cerca de la playa en realidad hemos estado huyendo, y ahora quiero que vayamos, pero que lo disfrutemos, que estemos tranquilos; además, quiero que mi bebé también conozca la playa.

- Está bien, guapo. – ella se acercó y le dio un beso.

- Genial. Ya tengo todas las maletas hechas. Solo falta desayunar, que tomes tu medicamento, y que bañemos a Angélica...

Luego de hacer lo que él había dicho, se fueron a la casa de playa; durante el camino, Silvia se quedó dormida, y Jorge la escuchó quejarse en varias ocasiones, pero no estaba consciente.

Al llegar, bajaron las cosas de la camioneta, y las metieron a la casa, para luego ir a caminar un rato por la calle para buscar un lugar donde comer.

- Deberíamos quedarnos aquí un tiempo, ¿no? - preguntó él.

- Pues sería lindo, sí, pero a mí me gusta más el pueblo.

- Silvia, recapacita. – él la detuvo y se paró justo frente a ella, tomándola por los hombros. - Allá la gente es muy amable, todos nos llevamos muy bien, nos ayudamos y todo, mi amor, pero el clima... Joder, ya extrañaba verte con estos vestidos cortitos que me dejan apreciar tu preciosas piernas.

- Jorge, contrólate. – ella comenzó a reír.

- ¿Qué? Es la verdad, me encanta verte así, y cuando estamos en el pueblo, por el clima, siempre tienes que estar muy arropada. En cambio, aquí puedes usar vestiditos sexys para mí, bikini cuando bajemos a la playa...

- Sigue caminando, calenturiento, me muero de hambre. – ella lo rodeó y siguió caminando por la avenida, cargando a su hija.

- ¡Silvia Angélica! No me evadas. – dijo y la alcanzó, tomándola por la cintura. – Te amo, hermosa, de verdad, y me gustas muchísimo, siempre me has encantado.

- ¿Intentas comprarme con adulaciones?

- Sí, mira, al menos podrías pensarlo. No digo que ya nos quedemos aquí de fijo, pero... no me parece mal vivir aquí unos cuantos meses, y ya después regresar al pueblo.

- Lo voy a pensar, pero no prometo nada.

Después de comer, volvieron a la casa, y bajaron un rato a la playa; se sentaron en la arena y Jorge dejó a Angélica sobre la arena, quien de inmediato comenzó a gatear alrededor.

- Cierra los ojos. – le pidió Jorge, sentándose detrás de ella.

- ¿Para qué?

- Confía en mí, querida, y cierra los ojos. – ella asintió en silencio y cerró los ojos; sintió que Jorge le ponía algo en el cuello, y se lo abrochaba por la nuca. – Listo, ya ábrelos.

En tu miradaWhere stories live. Discover now