Parte 104: Una simple boda

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Cuando volvieron, la encontraron dormida, y les costó mucho trabajo despertarla para que cenara algo.

- Ten, mi amor, ya te traje algo de comer. Tienes que estar muy fuerte para que te puedas recuperar pronto y que nos podamos ir tranquilos de aquí, con nuestra hija. – le dijo tiernamente.

Silvia asintió y comenzó a comer en silencio; sentía que la lengua le dolía, como si la comida fuera demasiado picante o estuviera muy caliente. Instintivamente la tocó con su dedo para sentir la temperatura, pero en su piel no percibió calor.

- ¿Amor, todo bien? – escuchó que le preguntaba Jorge y asintió en silencio otra vez, tomando la cuchara, aguantando la sensación que percibía en la boca por la comida.

Luego de un rato, le dio de comer a la bebé, mientras todos conversaban a su alrededor; Jorge les contaba cosas sobre cómo había sido su embarazo, sobre el perrito que habían adoptado, sobre el consultorio que habían habilitado, todo sin mencionar exactamente en qué lugar habían estado viviendo, y ella sabía que nadie iba a preguntar nada. Poco después, también comenzaron a platicar sobre el nombre que iban a ponerle a la pequeña.

- Yo pensaba dejar que Silvia decidiera. – dijo Jorge.

- ¿Yo? – preguntó ella, desconcertada. – Bueno... No lo sé, no habíamos hablado del tema antes, así que... supongo que estamos en posibilidades de aceptar sugerencias, ¿no, mi amor?

- Sí, también podemos hacer eso. Pero, por ahora, creo que es mejor que descanses un poco. Mañana intentaremos hacer que te levantes y camines aunque sea aquí dentro.

- ¿Ves? Quieren mandarte a dormir, para que ellos puedan descansar de ti otra vez. Los cansas, los fastidias, como a todos, como siempre. Porque siempre ha sido así. Lo sabes, ¿no es cierto? Pero nadie se atreve a decirlo, porque te tienen lástima, todos te tienen lástima, por eso es que tienen que soportarte. Pero, si pudiera elegir, no hay duda, no serías tú parte de sus vidas. No te necesitan. No eres indispensable.

Silvia se volteó en la cama y cerró los ojos.

- ¿Pueden apagar la luz? – dijo en voz baja.

Escuchó que salían y apagaron la luz; estaba a punto de hablar, cuando sintió que alguien se ponía detrás de ella en la cama y la abrazaba por el abdomen.

- Dulces sueños, mi amor. Te amo, bonita... - murmuró Jorge en su oído y le dio un beso en la oreja. – Te amo mucho.

- ¿Y la bebé? – preguntó ella.

- Se la llevó mi mamá un ratito. Los abuelos quieren estar con ella, y consentirla un rato. Y yo aprovecho para dormir abrazadito contigo, porque me encanta sentirte cerca, guapa.

- Jorge, ¿de verdad me amas tanto para no dejarme? – preguntó, girándose con algo de esfuerzo hacia él.

Jorge se quedó en silencio y, cuando ella comenzaba a asustarse, sintió los labios de él sobre los suyos, y los dedos de Jorge acariciando su hombro con delicadeza. Cuando dejó de besarla, habló cerca de su rostro.

- De verdad te amo tanto para nunca dejarte, para quedarme a tu lado por siempre, para protegerte y cuidarte todos los días de mi vida. Me urge que pase ya el tiempo para poder casarnos, mi amor, es lo que más deseo en el mundo. – ella sonrió y se acurrucó en su pecho, para pronto quedarse dormida.

Las voces mentían.

Pocas horas después, escuchó a lo lejos un llanto de bebé y abrió los ojos; las luces seguían apagadas, y Jorge seguía dormido a su lado, abrazándola. La puerta se abrió y entró Fabiola con la bebé en brazos.

En tu miradaWhere stories live. Discover now