Parte 64: Mudanza

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- Guapa, yo creo que... Tienes que calmarte y... No quisiera hacerte perder la esperanza, pero... No sé si está bien que pienses así. Hace cuatro meses que pasó todo, ya hubiéramos tenido noticias, tanto si estuviera vivo como si no. No creo que alguien quisiera cuidar un bebé ajeno solo porque sí.

Silvia suspiró, le dio la espalda a Jorge y abrió la llave del agua, regulando la temperatura para que no estuviera ni fría ni caliente.

Se quitó el resto de la ropa y, sin decir nada, se colocó bajo el chorro del agua. Su cuerpo tembló ligeramente, se abrazó a sí misma y permaneció así durante varios minutos.

Cuando, por fin, miró a Jorge, vio que él estaba sentado en un taburete, cubriéndose con las manos el rostro.

- Lo siento. - murmuró Silvia y Jorge la miró. Ella salió del agua y se dirigió hacia ale mueble para tomar su toalla y poder comenzar a secarse.

- ¿Qué?

- Lamento haberlo dicho, sé que quizá solo son ilusiones tontas.

- No, no pidas perdón por ello, amor. Solo... quisiera que dejaras de sufrir, y creo que tener esa ilusión te hará mucho daño, hermosa.

- No lo había dicho antes porque sé que suena tonto, pero es algo que he estado pensando durante todo este tiempo.

- Quizá no es tonto. Pero... no podemos aferrarnos a algo de lo que no tenemos fundamentos.

- Lo sé...

Silvia suspiró, tomó su bata y se la puso para dirigirse luego hacia la puerta; volvió a la habitación y se vistió otra vez con un short y se dejó una blusita de tirantes. Se sentó en la cama de abajo. Cuando Jorge entró a la habitación, fue a sentarse junto a ella y le tomó una mano.

- Vamos a estar bien, mi amor; un día todo esto ya no va a dolernos tanto. Lo prometo. No importa lo que tengamos que hacer.

Ella lo miró sin decirle nada; sintió que los labios le temblaban mientras intentaba contener las lágrimas, pero el nudo en la garganta se hizo tan apretado que le dolió hasta el pecho. Quiso respirar profundo para deshacerse de la desagradable sensación y, al hacerlo, las lágrimas comenzaron a salir rápidamente.

- Amor, yo...

- No digas nada, George. Abrázame y ya.

Jorge, sin dudarlo un segundo, se acercó más a ella para abrazarla; la apretó contra su cuerpo, y en ese momento no pudo evitar empezar a llorar él también, porque su mayor fragilidad en el mundo era ver sus ojos verdes cristalizados por las lágrimas, por todos esos sentimientos que le causaban dolor.

Bien lo sabía él: ni siquiera su propio sufrimiento era tan difícil de sobrellevar como el sufrimiento de ella.

Pronto se recostaron en la cama en la que estaban y se quedaron ahí abrazados, hasta quedarse dormidos.

Silvia despertó casi a las siete de la mañana del día siguiente; se quedó mirando a Jorge, que dormía plácidamente sobre su hombro, respirando tranquilamente. Ya no escuchaba lluvia en el exterior, y el clima se sentía cálido a pesar de la hora.

Cuando él despertó, se quedó mirándola a ella, que aparecía estar pensativa.

Entonces recordó que, desde la noche en que llegaron ahí, él no se había tomado el medicamento ni una sola vez. Llevaba 48 horas sin tomarlo, pues su última dosis había sido por la mañana dos días atrás. Y, sin embargo, no sentía necesitarlo. Se había sentido bien durante ese tiempo, no estaba ni siquiera nervioso o preocupado, y sabía perfectamente por qué era.

En tu miradaWhere stories live. Discover now