Parte 13: Libro olvidado

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- ¿Qué haces? Maldición, Jorge, sube al auto.

- No, mira, es mejor que me quede por aquí. No quiero ser grosero contigo.

- Pero nunca lo has sido.

- Porque nunca... - "Porque nunca había estado tan celoso". - Tú no me conoces, aunque crees que sí. De verdad, es mil veces mejor que me vaya.

- No, ya me hiciste salir de mi casa, ahora te aguantas a que te lleve hasta tu casa. Entra al auto.

- No.

- No te estoy preguntando, entra al estúpido auto.

Jorge sentía que su corazón latía con fuerza, y las manos comenzaban a hormiguearle; miró a Silvia y, luego de tratar de pensarlo por unos segundos, entró en el auto y cerró la puerta.

- Te juro que no te entiendo.

- Pues si no me entiendes, quizá sería mejor que te mantuvieras alejada de mí.

- No. No, y sabes perfectamente que me voy a quedar siempre que quieras, y aunque no quieras también, porque te debo demasiado tan sólo en el poco tiempo que llevamos de conocernos.

- No me debes nada. Lo hago porque... Bueno, es lo que haría por cualquier otra persona.

- Ah.

¿Cualquier otra persona? ¿O sea que ella no era en realidad tan importante para él? Bueno, ¿qué otra cosa esperaba? Él siempre era tan frío, cerrado...

- Bueno, lamento ser un fastidio para ti, como lo son todas las otras personas, por lo que he visto. - dijo ella para luego fijar la vista al frente durante el resto del camino.

Llegaron a casa de él y Jorge bajó del carro.

- Gracias. - dijo secamente y entró a la casa.

Se sentía incómodo, no dejaba de pensar en la llamada de Silvia, en que seguramente en cuanto llegara a su casa iba a llamarle a su novio y se quedarían platicando hasta altas horas de la noche.

Mientras más lo pensaba, peor se sentía, porque seguramente no era la primera vez que él la llamaba desde que Silvia estaba en la ciudad; para la descripción que ella daba de su novio, seguramente la llamaba todos los días para recordarle que la extrañaba, que la quería, que ya anhelaba que regresara para poder casarse...

De repente, empezó a pensar en que ella ya se había ido tarde, y le preocupó que algo pudiera pasarle. Su cabeza comenzó a tener pensamientos nada alentadores.

Era viernes por la noche. En viernes por la noche había muchos más conductores ebrios que de costumbre, y el clima no era precisamente favorable. Todo el día estuvo nublado y frío. ¿Y si comenzaba a llover?

Alarmado, corrió a tomar su celular y le mandó a ella un mensaje.

"Cuando llegues a tu casa me avisas".

Sin embargo, a los pocos segundos de haberlo enviado, se le ocurrió pensar que probablemente ella podría distraerse por querer leer el mensaje mientras conducía.

¿Qué era todo eso que estaba sintiendo y por qué?

Estuvo ansioso hasta que escuchó que su celular sonaba; era un mensaje de Silvia.

"Ya llegué a mi casa".

Sólo así.

Ni un "buenas noches", ni ninguna de las expresiones tiernas o amables con que ella solía terminar sus mensajes.

No volvieron a hablarse hasta el lunes que se vieron en la escuela. Silvia llegó y se sentó junto a él, que leía un libro.

- Hola. - Jorge la miró.

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