- Por favor, dime que está vivo, que no le pasó nada.
- No, a él no, el doctor esta bien. Pero su hijo falleció, y por eso regresó al país. Creo que se había ido al extranjero para tratarlo con otros oncólogos y por eso nadie había podido localizarlo, porque estuvo viajando tratando de encontrar alguien que... pudiera darle mayores esperanzas en cuanto a la vida de su pequeño. Me dijo Eduardo que él es pieza clave para todo este asunto, y... por eso, desde ya, le pusieron un abogado, así que ahora nadie puede acercarse a preguntarle nada hasta que se den las evidencias para el juicio.
- Me encantaría regresar para estar presente ese día, pero... No sé, al mismo tiempo estoy consciente de que... si me entero que... en verdad le hicieron una atrocidad a mi mujer, no podría mantener el control, y creo que empeoraría las cosas.
- Sí, yo tampoco creo que vayas a poder mantenerte tranquilo, así que... es mejor que se queden donde estén, que sigan disfrutando este periodo de... calma que por fin han tenido. Cualquier cosa que pase, yo te aviso, ¿sí?
- Está bien, muchas gracias. Saludos a todos. Y, por favor, comenta a los padres de ella que su hija está bien.
Jorge colgó y se acercó a Silvia, abrazándola para dormir; cuando despertó al día siguiente, ella ya no estaba en la cama. La escuchó tarareando una canción en el baño y sonrió; prefirió no comentarle en ese momento lo que le había dicho Ricardo sobre el regreso del médico, para no alterarla. Se arregló él también y salieron a caminar a la zona arqueológica; estuvieron ahí casi todo el día, y luego fueron a cenar a un restaurante. Los siguientes dos días pasaron demasiado lentos para Jorge, porque anhelaba ya tener noticias sobre lo que había pasado en la revisión de las evidencias para el juicio; de todo eso dependía si por fin lo declaraban inocente, y encerraban a David por todo lo que le hizo a Silvia. Cuando eso estuviera resuelto, tendrían la vida mucho más fácil, podrían dejar de esconderse, y podrían anunciar públicamente su relación.
Ya era lunes por la noche; desde las ocho, Jorge encendió el celular con la esperanza de recibir algún mensaje o llamada de su hermano, pero dieron las diez sin que pasara nada.
- ¿Por qué ahora estás tan pendiente del celular? – le preguntó Silvia luego de tomarse la pastilla.
- Porque... no sé, me gustaría saber si hay alguna novedad.
- Siempre queremos saberlo, por obvias razones, pero hoy te veo más ansioso que de costumbre, ¿alguien te dijo algo?
- No, mi amor, nada. Quería ver si me hablaba Ricardo.
- Apaga eso y duérmete ya, mi vida, ya mañana te enterarás si hubo algo importante. Aunque ahorita te llamara Ricardo, siendo tan tarde, no podrías correr a arreglar nada.
- Está bien, sí, tienes razón. – él pensó en apagar el celular, pero al final solo lo bloqueó y lo dejó sobre el buró.
Se acomodaron para dormir, abrazados, como siempre; no habían pasado ni quince minutos cuando Jorge vio brillar la luz de su teléfono. Soltó a Silvia, consciente de que ella se quedaba dormida muy pronto por el medicamento, y se levantó para ir hacia el baño a hablar por teléfono.
- Ricardo, ¿qué pasó? He estado esperando tu llamada desde hace rato. ¿Está todo bien? ¿Vieron al médico?
- No, al médico todavía no. Dicen que llevará varios días la adecuada revisión de las cosas, al parecer esto va a ser un proceso jodidamente lento. Hoy empezaron con las cámaras del hospital. Y eso, Jorge, te mete en problemas a ti.
- ¿Qué? ¿Por qué?
- Porque... mira, solo hay cámaras en los pasillos, en las habitaciones no hay, y las cámaras solo captan imagen, no sonido. Lo que se ve en las cámaras es a ti, caminando con Silvia, dirigiéndose hacia la salida.
- ¿Y qué? Para ese momento Silvia ya había aceptado irse conmigo, yo no la estaba obligando, ella fue voluntariamente.
- El problema es que... en las cámaras eso no es evidente, porque... tú la llevas sujetada de la mano. Todo estaría perfecto si se viera que ella caminó detrás de ti sin que tuvieras siquiera que tocarla. Pero han dicho que, como la tenías agarrada, no están seguros al cien por ciento de que ella se haya querido ir.
- Eso es una estupidez, no tuve que jalarla, ni empujarla, nada, eso está muy claro porque resulta evidente cuando una persona está siendo obligada y cuando no.
- De hecho, me llamaron a declarar también a mí porque la cámara de la puerta principal me captó entrando con la camioneta, y luego salir caminando tranquilamente. Y luego los grabó a ustedes saliendo con esa camioneta. Así que... si acabas acusado por secuestro, acabo siendo tu cómplice. Espero que eso no pase, que la demanda de David no proceda, porque entonces sí que tendríamos serios problemas.
- Bueno, y, ¿qué les dijiste tú?
- Que ella estaba de acuerdo, que incluso yo hablé con ella también, que no tuviste que obligarla, que era algo que ustedes dos ya habían hablado y que Silvia estaba plenamente consciente de lo que estaba haciendo, y de lo que podía significar irse contigo así. El único que dice que la secuestraste, obviamente, es David, pero... los padres de ella irán a declarar mañana temprano, y supongo que dirán que están enterados de que su hija se fue contigo, y que estás con ella en un lugar seguro, y... espero que eso no pase a mayores.
- Claro, ojalá. ¿Es todo lo que pudiste averiguar hoy?
- Sí, eso es todo. Mañana también te llamo y te cuento lo que pase, ¿de acuerdo? Ahora ve a atender a tu mujer, quiero sobrinos. – Jorge rio y colgó; caminó de regreso hacia la habitación y se recostó, volviendo a abrazar a Silvia.
Durante los siguientes dos días, la rutina fue casi la misma para ellos, excepto por los lugares a los que fueron a pasear. Habían pasado ya cuatro días de que se empezaron a revisar las evidencias. Por la noche, Silvia se había quedado quieta desde hacía un largo rato, cuando entró una llamada de Ricardo; Jorge volvió a levantarse con el celular y se fue al baño para tratar de no despertarla mientras hablaba.
- Jorge, ya revisaron los micrófonos.
- ¿Y? ¿Qué pasó? – preguntó, ansioso. - ¿Ya me declararon inocente? ¿O siguen creyendo que secuestré a Silvia?
- Gracias a esa grabación el panorama ha mejorado para ti, porque se alcanza a escuchar cuando ella explícitamente dice que se quiere ir contigo. Al parecer notaron que... el asunto entre ustedes era recíproco y, al serlo, no pueden decir nada sobre acoso. Así que... en eso ya vamos bien. Ya solo falta que ustedes vengan a declarar y anunciarán tu inocencia.
- Excelente, no sabes el gusto que me da saber eso, es... la mejor noticia que me has dado, te lo juro. Lo único que queda entonces ahora es... lo del abuso de David contra Silvia, ¿no?
- Sí. Y de eso también... hay algo grabado en los micrófonos. Jorge, creo que David hizo que Silvia abortara. – él sintió que se le helaban los nervios al recordar el tema.
- ¿Por qué dices eso?
- Porque se escucha todo claramente en la grabación en el micrófono que estaba en la habitación; él le dice que le dio unas pastillas para que perdiera al bebé cuando recién tenía seis semanas de gestación, él confiesa todo explícitamente. El problema con eso es que solo es una grabación de voz y no puede ser tomada como prueba contundente. En la grabación también menciona al médico que se quedó a cargo de Silvia mientras tú no estabas. Es Aparicio, y va a declarar en dos días. Mucho depende de lo que él diga. Y mira, yo pensé que a ese médico lo estaban buscando por la mínima cosa de que faltaban notas en el expediente de Silvia y tu director no iba a querer problemas después si algo salía mal, pero no era solo eso.
- Silvia ya me había comentado de eso, pero... la verdad es que los dos teníamos la esperanza de que... todo lo hubiera inventado David para hacerla sufrir, para hacerla sentir mal.
- Mira... No dudo que David haya mentido en muchas cosas, pero esto no parece simplemente un invento cruel, fue demasiado detallado lo que le dijo a ella en la habitación. Los tiempos coinciden, todo parece demasiado claro como para no creerlo. Como sea, todo quedará aclarado con el médico.
- Ay, Ricardo, no sé qué voy a hacer si de verdad se atrevieron a hacerle eso a Silvia; y sobre todo, no sé cómo lo pueda tomar, porque... no sé, siento que va a afectarla demasiado.
- Tú has visto que es una mujer fuerte, no des por hecho que se va a poner muy mal. Traten de quedarse tranquilos, ya sabes que yo los mantendré informados; si pasa algo urgente yo te aviso.
- Claro, muchas gracias. Espero pronto tu llamada.
Jorge colgó y, cuando estaba por salirse del baño, vio que Silvia estaba parada junto a la puerta.
- Amor, me asustaste, creí que ya estabas dormida.
- ¿Por qué no me dices las cosas, Jorge? – le preguntó con una seriedad que lo puso a temblar; tenía los brazos cruzados y, en general, su actitud era de estar a la defensiva.
- ¿De qué cosas estás hablando? Ven, vamos a dormir, ya es tarde, y tenemos que descansar. – Jorge trató de tomarla de la mano para guiarla hacia la cama, pero ella se zafó con brusquedad, y él no supo cómo reaccionar.
- Estabas hablando con Ricardo, ¿no? Igual que las otras dos noches. Te he escuchado, Jorge, ¿por qué no simplemente pones el altavoz para que escuchemos los dos? Yo también tengo derecho a saber todo lo que está pasando, porque de hecho soy la que está directamente involucrada. David me hacía a un lado, no me dejaba manejar mi vida, quería controlar lo que sabía, lo que pensaba, y lo que hacía. ¿Quieres que piense que va a ser igual contigo?
- Yo jamás te haría daño, mi amor, yo...
- ¡Pues entonces dime lo que están arreglando con mi vida en la ciudad! – le gritó, y luego caminó hacia la cama, acostándose en la orilla y cubriéndose con las sábanas.
Jorge apagó el celular, apagó las luces, y caminó hacia la cama; trató de abrazarla, pero ella le quitó el brazo de su cintura.
- Perdóname, bonita, por favor...
- Cállate y déjame dormir.
- No. Necesito pedirte disculpas porque tienes razón, guapa, no debí ocultarte nada de lo que me ha dicho Ricardo en las últimas llamadas, también tú tienes que saberlo, pero es que... yo lo hice con el afán de protegerte, mi amor, no quiero que te hagan daño.
- Tú me lo haces al comportarte igual que el imbécil de David.
- No, por favor no me compares con él, yo no... yo no voy a lastimarte. – Jorge volvió a acercarse para abrazarla. - ¿Me perdonas? – preguntó, dando un beso en su hombro.
- Déjame dormir ya. – dijo ella con frialdad, y Jorge la soltó un poco; Silvia cerró los ojos y pronto se quedó dormida.
Por la mañana, ella se levantó y vio que sobre la mesa de la habitación estaba la charola de su desayuno, junto con una nota.
"Mi amor, yo sé que hice mal, creí que te protegía, pero ya entiendo que no debí hacer las cosas de ese modo. Perdóname, guapa. Te amo, y no quiero que estés enojada conmigo".
Dejó la nota donde estaba, se bebió el jugo para poder tomarse la pastilla, tomó un poco de pan y se metió a bañar. Al salir se arregló y comenzó a empacar sus cosas. Jorge entró en la habitación con un gran ramo de flores, y se acercó a ella.
- Bonita, hermosa, mi amor, ¿me perdonas, por favor? – preguntó, extendiendo las flores hacia ella.
- Jorge, necesitas empezar a guardar ya tus cosas, tenemos que estar listos para salir a tiempo de aquí.
- Sigues enojada conmigo, ¿verdad? – él dejó las flores sobre la cama un momento, acercándose para tratar de abrazarla.
- Sí, obviamente sigo enojada contigo. – respondió.
- Discúlpame, no pensé las cosas, por favor, no me gusta que estemos así, mi cielo, sé que fui un tonto, pero... perdóname.
- No es momento de hablar. – ella cerró su maleta y se dirigió a la puerta de la habitación, saliendo rápidamente.
Caminó hacia los elevadores y bajó, para luego salir y caminar a prisa hasta un parquecito que quedaba a unas cuantas calles del hotel. Se sentó en el borde una fuente y se quedó mirando el agua, en silencio, pensando.
Se hubiera salido desde la noche anterior, de no ser porque ya había tomado la pastilla y sabía que era peligroso salir sola luego de haber tomado el medicamento. Realmente Jorge la había hecho enojar, porque pretendía ocultarle cosas que ella tenía derecho de saber, por "protegerla". Muchas veces, esa fue la misma excusa que utilizó David para comenzar a controlarla. Estaba consciente de que entre Jorge y David la diferencia era mucha, pero no pudo evitar molestarse.
No supo cuánto tiempo se había quedado ahí, pero le pareció que ya era tarde y volvió caminando lentamente; Jorge estaba sentado en el lobby del hotel, mirando la puerta, cuando ella entró. Se levantó rápidamente y se acercó a ella.
- Amor, ¿todo bien?
- Sí. – respondió sin mirarlo.
- Ya es hora de irnos... Ya están las cosas en el auto, y... solo faltabas tú. ¿Quieres pasar a comer algo antes de salir?
- No, ya vámonos. – ella caminó hacia las escaleras para bajar por el auto y pronto salieron de ahí.
En el camino, ella se quedó mirando por la ventana durante un largo rato y luego miró a Jorge.
- No vuelvas a hacerlo nunca. – dijo, mientras las lágrimas bajaban rápidamente por sus mejillas. Jorge, al verla llorar, se detuvo en cuanto pudo, quedándose a un lado de la carretera.
- Lo prometo, no voy a hacerlo nunca más, perdón, mi amor, no quería hacerte sentir mal, de verdad, no quería que te enojaras conmigo, no voy a volver a actuar así, mi vida... - él le limpió las lágrimas de las mejillas y se acercó a darle un beso suave en los labios. – Te amo, bonita, y... lamento mucho haber intentado ocultarte las cosas, te amo, te amo...
Ella se quedó sollozando un rato, mientras Jorge la abrazaba con ternura, acariciando su brazo y su mejilla; luego de varios minutos, Silvia lo miró.
- Ya hay que irnos, ¿sí? Quiero llegar a descansar a la casa, creo que... este coraje me hizo cansarme mucho.
- Si quieres puedes dormir mientras llegamos.
- Prefiero estar cómoda ya en mi cama. Además... quiero estar abrazadita contigo, juntos, para que me pase el enojo. – Jorge volvió a besarla y luego puso en marcha el carro para llegar pronto a casa.
Cuando se recostaron a descansar, él le contó todo lo que le había dicho Ricardo en las llamadas, y ella lo hizo prometer que no le ocultaría nada nunca más. Esa noche, Jorge no recibió llamadas, ni mensajes; se quedó profundamente dormido con ella.
Otros dos días después, habían bajado un rato a la playa por la tarde, cuando el sol comenzaba a ocultarse; estaban besándose, el agua del mar los cubría hasta la cintura. Ella dejó de besarlo un momento y lo miró, acariciando su frente.
- Amor, últimamente he estado pensando las cosas, sobre... lo que habíamos dicho, de... tener hijos, y eso.
- Y, ¿a qué conclusión llegaste? Sabes que yo voy a respetar cualquier cosa que tú decidas, solo tienes que decírmelo.
- Sí quiero tener hijos contigo, al menos uno, y de hecho me gustaría que fuera niña, pero... quiero esperar hasta que podamos casarnos. O sea... durante este año que tenemos que esperar no... no quiero embarazarme todavía. Quiero... corregir mi vida, recuperarme bien de todo el daño, y... empezar de cero. Ya te tengo aquí conmigo, pero... quiero que disfrutemos este tiempo para nosotros, que... sigamos viajando, que vivamos de todo, y... cuando ya podamos casarnos, entonces pensemos bien en formar nuestra familia, busquemos un embarazo, y... ¿Sí me entiendes?
- Sí, claro que sí. Y me parece muy buena idea. Entonces... tendré que conseguir mi dotación de condones para un año.
- Yo también puedo cuidarme, guapo, hay pastillas, parches, inyecciones. No solo es responsabilidad tuya.
- Eh... Gracias, linda, pero... Yo prefiero que usemos condón. No es que no entienda que es responsabilidad de los dos, pero prefiero que... tomes la menor cantidad posible de medicamentos.
- Ya, está bien. Pero es que yo prefiero sin condón.
- Ay, amor, no va a ser siempre, solo cuando estés en días fértiles; a mí tampoco me gusta. – ella rio y lo abrazó.
- Está bien, solo en días fértiles. – él le dio un beso en la mejilla, y ella se quedó mirando hacia el horizonte. - ¿Sabes? Me encanta este mar. – Jorge seguía dando pequeños besos sobre su mejilla, su oreja, y bajó un poco hacia su cuello. - Es... no lo sé, muy tranquilo, me llena de paz. Aunque debo confesar que la arena me causa conflicto. Parece pan molido y... luego de mucho rato me lastima los pies. ¿A ti no?
- A veces.
- Es porque tus pies son más duros que los míos. Los míos son suaves, y por eso me daña la arena. ¿O será que tengo pie plano? No, ¿verdad? Ya me hubiera dado cuenta desde antes...
- ¿Estás bien? Estás hablando mucho.
- Es que me siento nerviosa. Creo.
- ¿Tomaste tu pastilla en la mañana?
- Sí, como siempre, pero igual me siento... extraña.
- ¿Quieres comer algo? Tal vez es hambre lo que tienes...
- Jorge Salinas, sé reconocer cuando tengo hambre, y esto que siento no es hambre. Aunque... pensándolo bien, tengo antojo de algo dulce. ¿Tenemos pastel?
-¿Pastel? Creo que hay... un pan de queso o algo así. Pero pastel no creo. – él la miró fijamente. – Vamos adentro.
Entraron juntos y fueron directamente a la cocina; Silvia abrió el refrigerador y se quedó mirando el contenido un largo rato, tratando de decidir qué comer.
- No quiero nada. – dijo al final y cerró la puerta. – Prefiero algo picante, pero no tenemos nada. Así que iré a darme un baño y luego me acompañas a la calle, ¿sí?
- Claro, sí, lo que tú quieras...
Ella subió la escalera rápidamente y Jorge escuchó la caída del agua del baño; fue a sentarse el sillón y encendió el celular. Entró un solo mensaje de su hermano.
"Márcame. Es urgente".
Sin dudar ni un segundo, llamó y, como si Ricardo hubiera estado pendiente del teléfono, respondió.
- Jorge, qué bueno que llamas, necesito hablar contigo.
- Recién encendí el teléfono. ¿Qué pasa? ¿Está todo bien?
- Ya hablaron con Aparicio y confesó todo. Lo que le dijo David a Silvia es cierto. La hizo abortar. Y el juez ya tiene todas las pruebas. – Jorge sintió que el estómago se le hacía nudo, y una burbuja de ácido subiera por su garganta, impidiéndole hablar. - ¿George? ¿Sigues ahí?
- Sí. – respondió con voz apenas audible.
- Aparicio entregó copias de todo, al parecer. También dijo que se vio obligado a subirle todavía más la dosis porque ella no podía quedarse tranquila luego del aborto. Todo es cierto.
- Mierda. – fue lo único que salió de su boca. – Por eso me costó tanto trabajo sacarla de la psicosis, con tanta medicación que le habían dado entre David y Aparicio...
- Revisaron más a detalle los pagos realizados con la tarjeta de David. Mifeprostona, y misoprostol.
Jorge botó el cojín contra la pared y golpeó con el puño en la mesa de centro. Era médico. Y sabía perfectamente para qué eran esos fármacos.
- Jorge, supongo que ahora ya van a detener a David, hay pruebas suficientes para ello. Y tú puedes volver con Silvia desde para que hagan declaraciones y todo quede ya arreglado.
- Está bien, pero... mira, creo que... no podemos volver justo ahora. Ricardo, ella está muy feliz. Yo también lo estoy. No creo que haya necesidad de... de llevarla y... que empiecen a hacerle preguntas, a... hostigarla con ese asunto, a remover todas esas cosas que... seguramente van a hacerle mucho daño.
- Es necesario que lo hagan; David va a ir preso de todas formas, pero necesitan la declaración de ella para cerrar el caso. Y para retirar la demanda contra ti por secuestro y acoso.
- Ya, bueno... hablaré con ella, entonces. Oye, tengo que colgar.
Jorge cerró la llamada y apagó el celular, devolviéndolo al mueble donde siempre lo dejaba; escuchó la puerta de la habitación y pronto vio a Silvia bajar. Llevaba un short color negro, una blusita blanca algo suelta con los hombros descubiertos, y unas sandalias color beige. No pudo evitar recorrerla completa con la mirada detenidamente. Ella rio y le tomó la mano para luego hacerlo caminar hasta la calle.
Simplemente dejó que ella lo llevara; cada poco ella se detenía frente a los restaurantes, leyendo la carta, para ver si algo se le antojaba, pero llevaban casi cuarenta minutos caminando sin que se decidiera. Al pasar por una heladería, ella se detuvo y entró; pidió un helado triple de chocolate con menta y salió, muy feliz. Jorge la miró riendo.
- ¿Eso es lo suficientemente picante para ti? – preguntó, divertido, al verla disfrutar su helado.
- Déjame en paz. – dijo ella, y después rio. – Ya, perdona, es que mi hambre está extraña. Con esto me conformo, al menos por un rato.
- Está bien. ¿Volvemos a la casa?
- Claro, está bien.
Cuando llegaron, ella se sentó en el sillón y Jorge se quedó mirándola, con los ojos llenos de preocupación.
- Querido mío, he aprendido a conocerte. ¿Qué te pasa?
- Silvia... Quiero que nos vayamos de aquí.
- ¿Qué? ¿A dónde?
- No sé, a otro lado.
- ¿De paseo?
- Para siempre.