- ¿Mi culpa? ¿Es mi culpa que usted no quiera dejar salir a los pacientes hoy? No entiendo a qué se refiere.
- A lo de la señora Navarro, ¿a qué más voy a referirme?
De inmediato sintió que se ponía helado, porque no sabía exactamente a qué se refería el director: si al simple hecho de haberla sacado, o si, por algún motivo, se había enterado de que ella se fue con él y no con su familia.
- El señor David me llamó más tarde de medianoche, preguntando si sabía dónde estaba su esposa. Él jamás fue notificado de que usted había firmado el permiso, y de que la señora no estaba aquí; casi llama a la policía y estoy seguro de que, si algo hubiera pasado, yo ya estaría siendo investigado y el hospital en quiebra y envuelto en un escándalo.
- La paciente estaba con su madre, en perfecto estado, yo no veo cuál es el lío. Si ella no quiso avisarle su esposo, ya no es asunto del hospital.
- Sí lo es, porque usted la dejó salir.
- Ya, piense lo que quiera. Pero los pacientes no tienen la culpa de su intransigencia. Le exijo que nos permita firmar las autorizaciones. – los demás médicos lo apoyaron.
- Bueno, vamos a hacer una cosa. Yo permito que todos firmen lo que quieran. Pero la señora Navarro hoy no sale. No quiero más líos con su esposo. ¿Queda claro, Salinas?
- Perfecto, pero entonces la madre de la paciente tiene permiso de quedarse con ella toda la noche.
- Pero usted va a quedarse y se hará responsable de cualquier incidente que ocurra.
- Claro, para mí no es una carga quedarme aquí. – respondió en tono agresivo; no estaba enojado por tener que quedarse, sino por la actitud tan déspota, como siempre, de su director.
Salió de la oficina y se acercó a los familiares para anunciar que el director había cambiado de opinión; la madre de Silvia se acercó a él.
- Señora, de verdad, hice... lo que estaba en mis manos, pero el director está molesto de que haya dejado que Silvia saliera la semana pasada, así que... cedió a dejar que se firmen los permisos, pero... su hija tendrá que permanecer aquí. Dice que no quiere tener problemas con David.
- Ya. Pero... David puede venir por ella, ¿no? Me refiero a que... quiera quedarse aquí, no hay nada que le prohíba entrar a verla. No quiero que... Que se acerque ya a mi hija, ahora me doy cuenta de que... no es una buena persona.
- No, desgraciadamente no puedo prohibírselo, porque no tenemos todavía una razón bien justificada y demostrable; puede quedarse usted, y no hay ningún problema. El director me dijo que voy a quedarme yo a cuidar a los pacientes que se queden, y entre ellos obviamente está su hija.
- Algo me dice que no se está quedando simplemente porque sí.
- El director piensa que me tortura haciéndome quedar, pero no sabe que en realidad... está perfecto para mí.
- Iré a la casa por lo que preparé de cena, vengo para quedarme un rato, y luego me voy. – Jorge asintió. – Yo sé que no necesito pedirle nada, pero... cuando ya me vaya, ¿puede cuidar a mi hija? Sobre todo, que no la moleste David.
- No se preocupe. Sabe que para mí es un placer estar cerca de ella. Y lamento que haya tenido que ser así. Nada de esto habría pasado si yo no me la hubiera llevado la semana pasada.
- No, no pida disculpas. Estoy segura de que mi hija se la pasó mucho mejor con usted que aquí encerrada.
La madre de ella salió un rato; poco a poco, Jorge vio por la ventana que muchos de los pacientes iban saliendo con sus familiares, el hospital fue quedándose muy silencioso. Eran casi las ocho de la noche cuando el director entró en su consultorio sin tocar.
- Ah, menos mal. Venía a ver que no te hubieras ido. Te quedas al pendiente de todos los pacientes. Los que se quedan son tres pacientes de psicosis aguda, y la señora Navarro. Los tres del pabellón de agudos se están quedando con familiares, y la madre de la señora Navarro me dijo que regresa para quedarse también. De todas formas, le avisé a su esposo para que no estuviera intranquilo de que fueras a dejarla salir otra vez.
- ¿Y él qué dijo? ¿Va a venir?
- No, claro que no. ¿Quién quiere pasar el inicio del nuevo año en un manicomio? – la expresión de Jorge cambió de inmediato.
- Doctor, me veo obligado a corregirlo: la denominación correcta actualmente es unidad médica psiquiátrica y casa de reposo.
- Sigue siendo una casa de locos. – respondió despectivamente.
- Que usted, por cierto, dirige. – Jorge comenzaba a subir su tono de voz, pero ese día no podía hacerse ya más problemas con su director. – Como sea, disfrute su noche, y puede llamarme en cualquier momento a la extensión del hospital para comprobar que no voy a abandonar mi amado trabajo.
El director lo miró con desdén y salió sin decir nada más; Jorge se quedó ahí unos minutos, tratando de calmarse porque no quería llegar con Silvia así de exasperado. Cuando al fin lo logró, subió a buscarla, tocó y alcanzó a escuchar que ella le daba el paso. La vio sentada junto a la ventana, mirando el jardín.
- Hubo lío, ¿no es cierto? Todo mundo estaba diciendo cosas.
- ¿Por qué preguntas? ¿Qué cosas decían, bonita? – él se acercó hasta ella, y le dio un beso en la mejilla. Silvia se levantó y Jorge pudo detallarla perfectamente.
Ella usaba una falda negra corta, con mallas y tacones del mismo color, y un suéter gris cerrado; llevaba el cabello en una coleta alta, y una bufanda negra. Estaba a punto de decirle que estaba hermosa y acercarse a besarla, aprovechando que su madre todavía no había regresado, pero ella siguió hablando antes de que él pudiera reaccionar.
- Porque escuché a varios pacientes, enfermeras, y médicos, decir que quizá iban a tener que quedarse porque, por culpa del doctor Salinas, no iban a dejar salir a nadie del hospital.
- Acepto que sí tuvo bastante que ver lo de la semana pasada, pero... El director es un exagerado manipulable. De hecho, creo que en mayor medida ha sido culpa de David, que hizo una tormenta en un vaso de agua. Pero eso no importa. Casi lo resolví, excepto porque... no van a dejar que salgas de aquí hoy.
- No importa. A cambio de la noche que pasé contigo, a cambio de que despertaras en mi cama, a cambio de que me devolvieras la pulserita, a cambio de los besos que me diste, podría quedarme aquí mil noches más. – ella lo miró y le tomó las manos.
- Lo lamento, porque... tu mami quería que te fueras con ella otra vez. Así que... va a venir en un rato para traer algo de cenar, y... luego se va a su casa a descansar.
- Claro, está bien, no hay problema con eso. Ya sabes que yo no creo que seas un mal médico, y sé que todo lo has hecho por mi bien, y te lo agradezco mucho, y sí, tu jefe es un exagerado.
- Gracias, amor. A veces siento que arruino las cosas.
- No, no es verdad, tú lo único que has hecho es hacerme feliz.
Se acercó a abrazarlo y él le correspondió; le dio un beso en la mejilla y la sintió suspirar. Se soltaron, se sentaron en las sillas y Jorge le contó todo lo que sabía sobre el problema de ese día; unos minutos después, llegó la madre de ella.
- Hija, mira quién vino conmigo a verte. – miraron hacia la puerta y entró también su padre.
- Papi, ¡qué bien que viniste! – dijo ella, levantándose de la silla; Jorge la siguió.
- Buenas noches, señor. Qué bueno que haya venido también usted; yo... voy a retirarme para que se queden en familia. – Jorge le sonrió a Silvia y se dispuso a salir de la habitación.
- No, doctor, por favor, háganos el honor de cenar con nosotros.
- Eh... - él miró a Silvia y ella asintió, sonriente. – Está bien, muchas gracias. Voy por... dos sillas más.
Salió apresuradamente y volvió con otras dos sillas; entre todos acomodaron la mesa y pronto se sentaron a cenar.
- Doctor, ¿no va a ir usted con su familia? – preguntó el padre de ella cuando vio que el médico estaba tan tranquilo con ellos.
- ¿Eh? Ah, no. Yo voy a quedarme aquí a hacer la guardia nocturna de hoy. El hospital no se puede quedar sin médicos a menos que no haya pacientes. Y hay cuatro, así que... aquí estoy.
- Oh, ya. ¿Y de verdad le gusta su trabajo? Es decir, ¿no le resulta demasiado... absorbente?
- No, no, me encanta lo que hago, sé que... elegir Psiquiatría fue la mejor decisión que he tomado en mi vida, no me imagino haciendo otra cosa. - Estuvieron platicando un largo rato; pocos minutos antes de que dieran las doce, Jorge miró por la ventana y se levantó. - ¿Quieren subir a la terraza? Desde ahí se pueden ver los fuegos artificiales.
Todos estuvieron de acuerdo y subieron; como el hospital estaba en una zona alta de la ciudad, podían ver desde ahí gran parte de ésta, con los edificios, las luces...
Los cuatro se quedaron admirando el bello paisaje que la vista les ofrecía; Jorge alcanzó a percibir que Silvia se abrazaba a sí misma y supuso que le había dado frío. Se quitó el saco que llevaba y se lo puso a ella sobre la espalda, dejando su brazo sobre sus hombros. Alcanzó a escuchar que el padre de ella hablaba en voz baja, como pretendiendo que no lo escucharan.
- Oye, y el doctor... ¿no será medio aprovechado con ella? Mira, muy caballeroso y amable le dio su saco y qué casualidad, ya se quedó abrazándola. – comentó a su ex mujer. – Y ella que no le dice nada; seguro es por eso que él tiene esa actitud.
- Deja de hablar tonterías. Ese hombre es lo mejor que le ha podido pasar a nuestra hija, y si ella no le dice nada es porque no quiere, porque está cómoda con él, y ya.
- ¿Qué? Explícame bien lo que acabas de decir.
- No es necesario que te explique nada. Solo mira... - ambos volvieron a mirar a Silvia y al psiquiatra.
En ese momento, vieron que ambos se habían recorrido hasta el borde del edificio, justo junto al barandal, y se miraban, directo a los ojos, mientras él la tenía sujetada por la cintura y las manitas de ella se situaban en los hombros de él; estaban diciéndose algo, pero los padres de ella no alcanzaban a escuchar, pues lo hacían susurrando.
- ¿Sabes? Creo que... desde hace catorce meses, cuando te vi por primera vez, supe que ibas a ser especial para mí. Pero no imaginé cuánto, ni que me iba a enamorar de ti de la forma en que lo hice, tan perdidamente, tan... intensamente. – él subió su mano para acariciarle la mejilla.
- Yo... lo único que sé, lo único de lo que estoy consciente es de que... me encanta Jorge Salinas, el psiquiatra, el hombre tierno que me ha cuidado durante tanto tiempo sin que yo lo supiera. Amé profundamente al joven esquizofrénico de mi sueño, pero despertar fue todavía mejor, porque... que eres como él, pero real, y más guapo, y más tierno, y más todo.
- Me encantas, me gusta que seas tan romántica, me gusta que seas tan fuerte y valiente, me gusta que digas lo que piensas. Me gusta absolutamente todo de ti, y te juro que ya no puedo esperar a verte fuera de aquí y divorciada...
- Yo tampoco quiero esperar ya. Tengo ganas de salir de aquí, de no volver a ver a David, de hacer una vida tranquila...
- Y lo vas a lograr, tengo plena confianza en ello, yo voy a estar a tu lado hasta que eso sea una realidad, hermosa, porque te quiero, porque quiero verte feliz siempre... - ella sonrió y él se acercó más a su rostro. – Ya faltan dos minutos para las doce. – dijo, mirando un momento su reloj.
- Será un buen inicio de año...
Se soltaron un momento y los padres de ella se acercaron; esperaron todos en silencio y supieron el momento exacto en que inició el año porque el paisaje frente a ellos se llenó de luces en varias zonas. Jorge se separó de Silvia un momento para que sus padres la abrazaran, y luego ellos se acercaron también para darle a él un abrazo.
- Doctor, muchas gracias por estar aquí hoy. – le dijo la madre de Silvia. – Usted sabe que... yo estoy infinitamente agradecida por todas las atenciones que ha tenido con mi hija.
- No se preocupe, señora, para eso estoy aquí.
Silvia volvió a acercarse a él y Jorge la abrazó, para luego sujetarla solo por la cintura, sonriente.
- Amor, ¿te puedo dar un beso aunque estén ahí tus papás?
- Si quieres, sí. Si te da pena, no hay problema, yo me espero.
Ambos rieron y luego Jorge se acercó lentamente hasta rozar sus labios; Silvia le correspondió y lo abrazó con más fuerza, teniendo que pararse de puntitas un poco para alcanzarlo bien.
- ¿Ya viste eso? Se están besando. – dijo el padre de ella, nervioso. - ¿Por qué se están besando? No entiendo.
- ¿Qué necesitas entender? Es simple: es un hombre que la ha tratado de maravilla, que siempre se ha preocupado por ella, que la respeta y... que está enamorado de nuestra hija.
- ¿Y Silvia?
- Bueno, evidentemente es algo recíproco... ¿Alguna vez viste a Silvia así de feliz? – él negó en silencio. – Le hace bien el cariño que le da el psiquiatra, la noto diferente, hasta se ha vuelto más... fuerte, más... valiente, y sé que mucho es gracias a su médico, porque le ha dado cosas que ni siquiera nosotros fuimos capaces de darle.
- ¿Como qué?
- Comprensión, cariño, empatía, oportunidad de decidir su vida.
- ¿No te da miedo que ella salga lastimada otra vez?
- Pues... eso es algo que no podríamos evitar, pero... extrañamente, tengo una confianza ciega en el médico. La ha cuidado como nadie más se ha atrevido a hacerlo.
- De acuerdo. Dejemos que tu instinto materno nos guíe... Mientras tanto... creo que deberíamos dejarlos a solas un rato.
Los padres de ella bajaron por las escaleras, dejando a los enamorados en la terraza. Cuando Jorge, por fin, la soltó, se dio cuenta de que estaban solos.
- Amor, creo que debimos haber incomodado a tus padres, y se fueron. – comentó, riendo.
- Supongo que solo querían darnos algo de privacidad.
- Quizá ya quieren irse, pero no nos interrumpieron para no incomodarnos... Pienso que deberíamos bajar a buscarlos y... vemos.
- Está bien, Señor Perfección, vamos.
Bajaron y fueron a la habitación de ella; sus padres estaban terminando de recoger la mesa.
- Oh, ya están aquí. No queríamos... interrumpirlos. Nosotros... bueno, ya está haciéndose un poco tarde, así que, hija, si no te molesta, ya nos vamos a retirar.
- No, claro que no me molesta, al contrario, muchas gracias por haber venido a pasar un rato conmigo.
- Mañana venimos temprano a verte otra vez, ¿te parece? Y traemos algo para desayunar aquí. – sugirió su padre.
- Claro; si ustedes pueden, sí. – respondió ella.
- Doctor, usted también está invitado, por supuesto.
- Muchas gracias, aquí estaré. Y gracias también por la cena de hoy, estuvo deliciosa. – Jorge se despidió de ellos, al igual que Silvia, y luego los acompañaron hasta la entrada principal. Volvieron caminando por el pasillo hasta llegar a las escaleras y Jorge se detuvo un momento.
- Hermosa, ¿me quieres esperar en el consultorio? Voy a ir a revisar cómo están los otros pacientes, y ahorita te alcanzo.
- Está bien. Allá te espero...
Jorge se regresó para ir a revisar a los pacientes, y Silvia se fue al consultorio, pero estaba cerrado, así que volvió a su habitación. Se quedó sentada en la cama, mirando hacia la ventana, esperando a que él volviera. Escuchó a lo lejos un teléfono y, un rato después, pasos en el corredor. Se asomó y vio que Jorge se dirigía hacia ella.
- ¿Qué pasa? ¿Todo bien?
- Sí. Llamó el director para asegurarse de que siguiera aquí en el hospital; y me exigió que mantuviera a todos los pacientes en el piso de abajo solo por esta noche, así que... creo que tendremos que bajarnos y encontrar allá abajo qué hacer.
- Claro, por mí no hay ningún problema.
- Yo me quería dormir contigo, en tu cama...
- Podemos quedarnos en el consultorio, ¿no?
- Creo que ya se me ocurrió dónde. ¿Vas a cambiarte?
- Todavía no me quiero dormir, así que... podemos leer un rato, y ya luego subo a cambiarme, ¿sí?
- Está bien, lo que ordene mi amor.
Silvia rio y luego se levantó para tomarse de la mano de Jorge y bajar por la escalera a la planta baja del edificio; acompañó a Jorge a revisar al último paciente que le faltaba y luego se dirigieron al consultorio, pero él la detuvo.
- Hay un lugar, aquí abajo, donde... tienen las nuevas camas que trajeron. Podemos quedarnos ahí un rato, ¿te parece? Porque dijo que el director que va a mandar a uno de los vigilantes a revisar que no haya nadie en los pisos superiores.
- Está bien.
- Espérame aquí, voy a buscar la llave y ya vuelvo.
Silvia esperó unos minutos en el pasillo y lo vio regresar con una bolsa; él la guio a las escaleras y bajaron al sótano. Llegaron al sótano y caminaron hasta una puerta que ella no había visto antes; él sacó la llave de su camisa y abrió.
Era una especie de bodega grande y había unas diez camas, todavía cubiertas con el plástico de la fábrica; Jorge encendió la luz y sacó de la bolsa dos sábanas que había llevado, para colocarlas encima de una de las camas más cercanas a la puerta.
En cuanto lo hizo, ella se paró de puntitas para subirse, y Jorge sonrió; cerró la puerta, y solo alcanzaba a entrar la luz por la parte superior de la puerta.
- Estas camas son muy altas, ¿no?
- Todas las camas de hospital son muy altas, amor.
- Pero estas lo son más. – ella se recostó y cruzó sus piernas; Jorge se acercó y le zafó los tacones.
- Para que estés más cómoda. – se quitó los zapatos, y luego se alejó un momento para sacar algo de la bolsa; volvió a la cama y, antes de recostarse con ella, dejó algo sobre la sábana.
- ¿Qué es esto? – ella lo tomó y trató de enfocarlo. - ¿En serio? ¡Es mi tortuga! ¡Me la trajiste! – ella habló con voz de niña chiquita y Jorge rio.
- Te dije que pensaba dártela en Año nuevo.
- Ah, sí, es cierto. Tienes que dármela, y también dejarme la tortuga. – él soltó una carcajada. - No creí que fuera en serio.
- Lo es. Nunca te fallo, bonita. – él se acomodó a su lado y echó encima de ambos la otra sábana. – Ven, abrázame.
Ella se acercó y lo abrazó.
- Me encantas, Jorge.
- Y tú a mí, hermosa, me gustas demasiado.
- ¿Qué te gusta de mí?
- Absolutamente todo. – él cerró los ojos y comenzó a susurrar en su oído. – Me gustan tus ojos, tus labios, tus mejillas, tu cuello... - él subió su mano y rozó suavemente el cuello de ella, colando su mano entre la bufanda. – Me gustan tus brazos, tu abdomen... - bajó su mano e intentó subir un poco el suéter de Silvia, y ella no opuso resistencia. Acarició la piel de su abdomen. – Me encantan también tus piernas... y tengo unas ganas enormes de quitarte esas mallas y acariciar tu piel, y saber si tienes tanto frío y tantas ganas como yo...
- El frío no lo sé, pero las ganas sí.
- Y... ¿Me dejarías hacerlo?
- ¿Qué? ¿Quitarme las mallas?
- Eso, y todo lo demás que quiero hacerte.
- ¿Me lo estás preguntando a mí? Jorge, tú eres el que siempre se echa para atrás.
- Es que... esta vez estoy dispuesto a terminar lo que inicie, pero quiero saber si tú estás dispuesta a terminarlo conmigo...
- ¿Trajiste condones?
- Tengo unos en el consultorio. ¿Voy por ellos?
- Mmm... Pensádono bien, no. Según mis cuentas, no estoy en días fértiles.
- Entonces... ¿Sí aceptas que te haga todo lo que quiera?
- Te amo, y confío en ti, y me muero de ganas por hacer el amor contigo. Y, eso, mi querido psiquiatra, es un sí. Sí a todo.