Silvia sonrió y le correspondió el abrazo; terminando de calmarse, sintiendo a su respiración y los latidos de su corazón volver a la normalidad. Suspiró y sintió como si el nudo de su garganta se deshiciera, dejándola respirar bien otra vez. Poco a poco se soltaron; nadie se había movido de donde estaba, y todos los miraban fijamente, desconcertados por la escena.
- La señorita está en perfectas condiciones, sus honorables servicios ya no son requeridos en este momento. – dijo Jorge, dirigiéndose al personal. Casi todos se retiraron, a excepción del otro médico.
- Doctor, es mejor que le administre el medicamento, porque ya está cargado en la jeringa, y de todas formas se va a añadir a la cuenta de la paciente.
- No le voy a poner nada, y no se va a cargar nada a su cuenta, porque ella no ocupó ese medicamento.
- Tiene que pagarla porque fue un insumo que se pensó ocupar para la crisis psicótica que estuvo a punto de tener.
- Doctor, ¿usted le compra un ataúd a un moribundo o se espera hasta que la persona haya fallecido? – el otro médico se quedó callado. – Es lo mismo con la señorita. Los insumos no se preparan hasta que sea necesario; es mi paciente y yo nunca di la indicación. Pero no voy a generar un lío por una cosa tan sencilla: cargue ese medicamento a mi cuenta y asunto arreglado.
Jorge se colocó al lado de Silvia y le ofreció su brazo; ella lo tomó y se giró, para comenzar a caminar hacia donde estaban sus padres, a pocos metros de ellos.
- Doctor, podemos pagar el medicamento, por nosotros no hay ningún problema. – ofreció el padre de ella.
- No, no se preocupe, déjelo así. Quiero que pasemos al consultorio, por favor.
- Claro, está bien. – el padre de ella se acercó y le ofreció el brazo su hija para que se tomara de él; Silvia pensó un momento en si soltar a su médico y tomarse de su padre. Finalmente lo hizo porque no quería meter en problemas a Jorge.
Llegaron al consultorio; solo había dos sillas frente al escritorio, Jorge le indicó a Silvia que se sentara en la silla que generalmente usaba él, y se quedó de pie junto a ella.
- ¿Qué pasó cuando pasaron a verla? – preguntó Jorge, dirigiéndose a los padres de ella, pero la que respondió fue Silvia.
- Me dijeron por qué me casé con David, y por qué creen que él se casó conmigo. – Jorge la miró, y se arrodilló a su lado, con ganas de tomarle al menos la mano, preguntándole mil cosas con la mirada. – Me casé con él por sumisa, y por complacer a mis padres.
- ¿Y él? ¿Por qué decidió casarse contigo?
- Ya te lo había dicho: porque quería disfrutar del dinero de mi familia, y mis padres piensan que lo hizo por simple compasión, pero fue más conveniencia que humanidad.
- Claro, es cierto, me lo dijiste cuando recordaste con exactitud el día que llegaste aquí. Ahora lo recuerdo. – él se levantó un momento y se dirigió a los padres de ella. – El día en que el señor David trajo aquí a su hija, yo los dejé a solas un momento para que se despidieran; poco después, ella entró en la fase aguda, y... Ya no pude hacer gran cosa, pero Silvia logró recordar ese corto lapso en que la dejé con su esposo. Él le dijo que al fin iba a poder librarse de ella un rato, dejar de tener que cargar con su enfermedad, que nunca la amó, y que solo se casó con ella por dinero. Necesito preguntarles, ¿ustedes nunca se dieron cuenta de eso? ¿De que no la trataba con cariño siquiera?
- Doctor, si todo es cierto, David ha sabido ocultarlo bien frente a los demás; con nosotros siempre se mostró preocupado por el bienestar de Silvia, y en público era tan atento con ella que... nadie podría pensar que... no fuera así. – respondió su madre.
- Pero... Yo sí tengo que aceptar que nunca me pareció por completo una buena persona, y lamento no haberlo externado antes; mi esposa y yo sabemos perfectamente que era probable que David, al saber la enfermedad de Silvia, pudiera dejarla, pero él no lo hizo, y nos dijo que estaba dispuesto a casarse con ella, literalmente, como si se estuviera sacrificando. Nosotros ya no la veíamos mucho, dejó de trabajar en la empresa conmigo porque decía que tenía que dedicarse a atender a su esposo, David la cambió de médico, y no la dejaba con uno fijo, así que... comenzó a desestabilizarse cada vez más, las crisis eran peores, más violentas, intentaba hacerse daño, y... Todo es culpa nuestra, porque jamás debimos dejar que se casara con él, porque debimos dejarla decidir, y no presionarla para hacer lo que nosotros creímos que era mejor para ella.
- Entonces... Nunca se enteraron si él llegó a lastimarla, más allá de lo psicológico. – los padres de ella negaron en silencio.
- Ella nos preguntó eso, justo antes de que le recordáramos que la habíamos presionado para casarse con él. Pero no, no tenemos la más mínima idea de si pudo hacerle algo.
- Cualquier cosa que lleguen a saber con respecto a ese tema, les agradeceré que me lo informen.
- Doctor, quiero comentarle que... Antes de que David trajera aquí a Silvia... se la había llevado de viaje. Pero fue un viaje muy largo, que... Bueno, durante todo ese tiempo nosotros no supimos nada de nuestra hija, y David no nos dijo a dónde se la llevó. Es probable que ahí pudiera hacerle algo, ¿no? Nunca nos dejó hablar con ella, siempre decía que estaba dormida, o que había salido a caminar, o que estaba ocupada ayudándolo con algunas cosas.
- Y eso explicaría por qué estaba tan vulnerable cuando llegó aquí con ella. Tiene sentido, así que... discretamente, investigaré todo lo que pueda. Mientras tanto, voy a pedirles que me ayuden con David. No quiero permitir que venga a ver a Silvia, porque eso a ella le hace mal, pero no puedo poner una orden por escrito sin una justificación, y todavía no tengo esa justificación. Otro médico me está también ayudando un poco con eso, pero... Necesito mantener a David lejos, para que Silvia pueda estar tranquila mientras se termina de resolver todo este asunto.
- Y, ¿cómo podríamos ayudarlo nosotros?
- No lo sé, haciendo que no tenga ganas de venir a verla, pueden decirle que ha estado muy extraña, que no se puede ni conversar con ella, que está peor que nunca, o algo así, para que él no tenga ánimos de venir. Mientras tanto, seguiré arreglando e investigando lo que haga falta. ¿Están de acuerdo?
- Sí. - respondieron ambos al mismo tiempo.
- ¿Tú estás de acuerdo? – le preguntó Jorge a Silvia.
- Ya sabes que confío en ti. – respondió y sonrió.
- Entonces... Eso es todo por ahora, cualquier otra cosa, yo les informo, su apoyo es invaluable para mí y, por supuesto, para su hija. – Jorge se levantó y les tendió la mano a modo de despedida.
Justo antes de que ellos salieran, la madre de Silvia se acercó al psiquiatra y se quedó en silencio unos segundos, dudando.
- Doctor, tengo que aceptarlo frente a usted: yo estaba equivocada. Dejé que mi hija se casara con David porque creí que jamás habría alguien que no sintiera la enfermedad de mi hija como una carga, que jamás habría alguien que la comprendiera, que le diera su cariño, que... la amara. Pero creo que me equivoqué.
Y luego de decir eso, salió también del consultorio; Jorge fue a cerrar la puerta y a ponerle el seguro por dentro. Volvió al lado de Silvia.
- Creo que tu madre se dio cuenta de ciertas cosas... - dijo, arrodillándose frente a ella y tomándole ambas manos. – Es bueno que ya sepa identificar lo que es bueno para ti.
- ¿Te estás autocalificando como "bueno para mí"? – Jorge asintió enérgicamente, sonriente, y ella rio. – Así no cuenta.
- No solo he sido yo. También tu mamá, y lo acabas de ver; sabe que te amo y que quiero lo mejor para ti, y que no estoy dispuesto a dejarte sola. – ella rio. – Oye... Me encantas, ¿lo sabías? Me encanta que seas tan fuerte y que ya te estés dando cuenta de ello, y que hoy aguantaras como lo hiciste, guapa.
- No hubiera logrado controlarme sin ti. Eres tú el que me da esa fortaleza para no hundirme por completo.
- Sí lo hubieras logrado, porque sabes que tienes que estar bien para que yo pueda firmarte la nota de alta pronto y no tengamos ya que estar encerrados todo el día, escondiéndonos del director.
- ¿Crees tardar mucho todavía en darme de alta?
- Quizá unas semanas más. No más de... un mes. Prometo que voy a intentar que sea lo más pronto posible.
- No te preocupes, sé que estás haciendo todo lo que está a tu alcance. – ella suspiró. – Qué día tan pesado. Quisiera no tener que quedarme encerrada todo el día, necesito desestresarme.
Jorge se levantó por fin, miró la hora en su reloj; miró hacia afuera, se quedó pensativo unos segundos, y sonrió.
- Hoy es domingo. El director no está, así que es menos probable que nos metamos en problemas. Y conozco un lugar al que podemos ir, digo, solo para que te liberes un poquito del estrés.
- ¿Es un hotel? – ella se levantó de la silla y se sujetó de los hombros de él con ambas manos, acercándose a su cuerpo.
- Mmm... No lo había pensado, pero también podríamos ir a uno.
- ¿Me estás aceptando la propuesta? – ella comenzó a reír. – Pero antes pasamos por una farmacia, esta vez no voy a permitir que me deje a medias, doctor Salinas. – Jorge rio y le tomó la mano para dirigirse hacia la puerta. - Dime, ¿a dónde quieres que vayamos? Además del hotel. Yo tengo hambre, ya me cansó la comida del hospital, ¿podemos ir a cenar? Digo, no tengo dinero en efectivo, pero... En cuanto salga de aquí puedo pagarte todo.
- Ni se te ocurra querer pagarme nada. Todos tus gastos extrahospitalarios corren por cuenta mía, hermosa, porque es mi culpa que salgas de los muros de esta prisión.
- Lo voy a pensar. Entonces... ¿A dónde vamos a cenar?
- Ya sé a dónde, te va a encantar. Ya lo verás cuando lleguemos. Vamos de una vez, para que no se haga más tarde.
Bajaron al sótano y Silvia ubicó enseguida el auto color arena de Jorge; subieron y ella se puso el cinturón de seguridad. Él comenzó a conducir, mientras ella miraba por le ventana.
- ¿Estamos yendo hacia el centro de la ciudad?
- Sí. Ahí hay muchos lugares bonitos donde podemos cenar, y que estoy seguro que te van a encantar.
Dejaron el auto en un estacionamiento y salieron a la calle; Silvia comenzó a recordar que esa parte de la ciudad siempre le había gustado mucho, especialmente la calle por la que iban caminando. Sintió que Jorge le tomaba la mano, y sonrió, mientras entrelazaba sus dedos con los de él.
- Yo ya tengo un restaurante en mente, pero si tú ves algo que se te antoje, me dices y nos detenemos, ¿sí? – ella asintió, todavía dejándose invadir por la sensación de tranquilidad que le daba esa calle, tan llena de luces, con todas esas construcciones de tipo colonial que le daban un toque más romántico.
En una callecita, Jorge la guio hacia la derecha y caminaron hasta llegar a una explanada con un monumento al centro; él la llevaba y ella solo se dedicaba admirar todo. Era la segunda vez, en un año, que salía del hospital psiquiátrico, y le gustaba no sentirse en peligro, porque sabía que Jorge estaba ahí para cuidarla.
- Mira, este es el lugar al que quería traerte... - ella se quedó mirando el restaurante y ella sintió un escalofrío recorrerle la espalda. - ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
- Sí, es solo que... En mi ilusión también me traías aquí.
- Mmm... Bueno, una vez te enseñé una postal, pero no sabía si realmente me estabas poniendo atención, o estabas demasiado medicada. Eran, de hecho, postales de muchas partes de la ciudad, y yo te iba explicando cada una, y te iba contando detalles curiosos, mientras los medicamentos te hacían efecto.
- Me mostrabas la ciudad... - murmuró ella, recordando. – Ahora entiendo muchas cosas.
- Te la describía, y trataba de hacerlo con lujo de detalles, en un intento por guiar a tu mente hacia cosas y lugares nítidos, pero... No funcionó mucho, creo, porque no lograba progreso.
- Pero fue una de las mejores etapas de la alucinación, así que... te lo agradezco, me hiciste esos días más fáciles de sobrellevar.
- Bueno... ¿Sí quieres comer aquí?
- Sí, solo si me prometes que cuando terminemos de cenar me vas a llevar a caminar a la Alameda.
- Lo prometo. – entraron al restaurante y Silvia quiso que se sentaran en la misma mesa en la que había imaginado que se sentaban. Jorge aceptó y cenaron casi en silencio, mirándose cada poco, y ambos preguntándose en silencio cómo eran capaces de romper tantas reglas, y de arriesgarse tanto por momentos así.
Y solo se les ocurría pensar que exactamente eso era el amor.
- Mi mente me hizo creer que vinimos aquí el día de mi cumpleaños, en la noche; y me trajiste mariachi y todo.
- Si quieres puedo hacerlo; tu cumpleaños ya pasó, pero... No necesito una ocasión especial para darte un detalle. En cuanto salgas, te llevo serenata. Es más, yo mismo voy a ir cantarte a tu ventana.
- Ni sabes si mi ventana da hacia la calle.
- Más te vale que sí. Y si no, ya encontraré la forma de que me escuches y sepas que soy yo, y que lo que canto es para ti.
Cuando terminaron de cenar, salieron y caminaron por la calle hasta llegar justo frente al Palacio de Bellas Artes; Silvia se quedó parada y Jorge tuvo que detenerse pues la tenía tomada de la mano. Ella miraba el edificio, y él la miraba a ella.
- Dime si esto es cierto o no: cuando me mostraste esta postal, me explicaste una pintura de un artista famoso. – ella cerró los ojos y fue haciéndose nítida en su mente la imagen de Jorge explicándole la pintura, mostrándosela en una imagen, ambos sentados en el borde de su cama del pabellón de pacientes en estado psicótico agudo. – Yo te dije que este debía ser el lugar más bonito del mundo, y tú respondiste que...
- Que el lugar más bonito del mundo era entre tus brazos.
- Sí, eso. – ella abrió los ojos para mirarlo. - En realidad siempre has sido un hombre romántico, ¿no? ¿O eras así de romántico conmigo solo porque creías que no lo iba a recordar cuando saliera de la crisis?
- No sabía si lo ibas a recordar o no, solo... Me nacía hacerlo, tenía ganas de protegerte, de cuidarte, de estar contigo, de decirte cosas bonitas, y no me importaba si te ibas a acordar o no. Solo lo hacía porque... porque quería.
- Me encantas, aunque te pongas nervioso cuando te pregunto por las cosas que pasaron en la realidad.
- Oye, tengo razones para ponerme nervioso, porque hice cosas que no pensé que iba a hacer algún día, y que solo las hice porque eras tú y ya.
- Ya que entramos en confianza... tengo que hacerte una pregunta, y sí, esta vez sí tiene que ver con asuntos sexuales.
- Grande. – dijo él.
- ¿Grande qué?
- Te estoy contestando.
- Ni siquiera he hecho la pregunta.
- Ya sé pero, para cualquier pregunta que tenga que ver conmigo y con sexo, la respuesta es grande. – ella comenzó a reír, y Jorge tampoco pudo contenerse.
- Ya, esto es serio. - Jorge se quedó de pie justo frente a ella.
- De acuerdo, me pondré serio; hazme la pregunta.
- Mientras estuve... en psicosis... ¿llegaste a besarme, o a tocarme, o...? ¿Hicimos algo? Ya sabes a qué me refiero.
- No. Jamás hicimos nada, y jamás te besé.
- ¿En serio?
- Sí, en serio, jamás te he mentido. Hubo varias veces en que me quedé dormido en tu cama, abrazándote, y eso fue lo máximo a lo que llegué, pero eso ya lo sabías, ya habíamos hablado. Algunas veces te daba besos en las mejillas, pero era el máximo gesto de cariño que manifestaba hacia ti. Sí, tengo que aceptar que desde el primer momento me pareciste físicamente atractiva, me mataban las ganas de besarte hasta que nos dolieran los labios pero jamás lo hice, y hubo ocasiones en que... quizá la cercanía de tu cuerpo con el mío, en esas noches que me quedaba contigo, me hacía... tener reacciones involuntarias, pero nunca se me pasó por la cabeza guiarte hacia algo de lo que no estuvieras consciente, así que tenía que... soltarte, y... Yo jamás quise faltarte al respeto, ni aun sabiendo que quizá no ibas a recordar nada.
- Todo un caballero.
- Estabas mal, siempre estabas en crisis o medicada, y yo no me atrevía a nada porque cuidarte y protegerte implicaba también hacerlo de mí, de mis ganas desenfrenadas de que fueras mi mujer, pero sin posibilidad de que eso fuera realidad.
- ¿Ganas desenfrenadas, Señor Autocontrol? – él comenzó a reír.
- Primero me dices que me ponga serio, y luego sales con tus apodos. Así no vamos a llegar a nada, Silvia Angélica.
- Lo siento, no puedo evitar ser así, quizá también tengo tendencia bipolar además de esquizofrénica.
- Igual me encantas, puedes ser hasta paranoica si quieres, y yo voy a seguir a tu lado.
- Exagerado. – ella se acercó y lo abrazó con fuerza. – Por cierto... hace rato me dijiste "Te amo". ¿Eso es cierto?
- ¿En serio lo estás preguntando?
- Sí, porque quizá pudo ser solo el momento intenso que te hizo pensar y decir cosas que... no razonaste muy bien por el estrés.
- ¡Claro que es cierto! ¿Qué quieres que haga? ¿Que me lo escriba en la frente para que quede muy claro?
- En la frente no, porque ahí todo el mundo podría verlo. Sé más creativo, Jorge. Podrías escribírtelo en el pecho, con chocolate, y luego dejar que yo me coma el chocolate mientras me repites una y otra vez que me amas. – ella le acarició delicadamente la oreja y bajó hacia su cuello, haciendo que él se estremeciera.
- Necesitamos la farmacia en este momento. – él le tomó la mano y la hizo cruzar la calle.
- Claro, ya te dije mi idea, y la vas a robar, y ahora sí ya te urge, ¿no? Pero sin mi creatividad esta relación estaría destinada al fracaso por falta de novedades en la intimidad, te lo aseguro.
- Mira, allá hay una. – dijo Jorge, señalando hacia una de las otras avenidas; ella solo reía. - ¿De cuáles quieres que compre?
- De los que quieras, amor.
- No puedo creer que estemos poniéndonos de acuerdo para decidir qué condones comprar. Sigues siendo mi paciente y yo tu médico.
- No estamos en el hospital, no tienes tu carpetita ni estás haciéndome pruebas de rutina. Si yo pude asimilarlo, tú también; estamos haciendo las cosas mal, pero al menos hay que disfrutarlas.
- Caramba, cómo me encantas... - él le dio un beso en la comisura de los labios y luego siguieron caminando en la dirección que él había indicado.
Cuando estaban por entrar a la farmacia, Silvia se detuvo abruptamente y Jorge sintió que la manita de ella apretaba la suya con fuerza.
- ¿Qué pasa? – él la miró a ella, y luego en la dirección en que ella tenía la vista clavada.
Ahí, en la fila para la caja, estaba parado David.