- ¿Perdón?
- Me gusta todo de ti. Me gusta tu cabello, tus brazos, tu cintura, tus clavículas, el lunarcito de tu nariz, tus labios, tus ojos... - él se acercó hasta donde estaba ella y dejó la playera sobre la cama para tomarle ambas manos. - ¿Yo te gusto?
El tono de la voz de él le daba una extraña sensación de esperanza; sintió que sus labios temblaban de nervios, y las manos le hormigueaban.
- Dime, por favor, solo es una pregunta, no voy a fastidiarte, sea cual sea la respuesta que me des.
- Estuvimos casados en mi ilusión. ¿Usted qué cree?
- ¿Eso es un sí? – él se acercó hasta que su nariz rozó delicadamente la de ella. Silvia se soltó de él y tomó la playera de la cama.
- Me voy a cambiar. – pasó al lado de Jorge con la intención de salir de la habitación, pero él la detuvo, tomándola por el brazo.
- Quiero saber si te gusto, si Jorge, no el esquizofrénico, sino el psiquiatra, tu psiquiatra, te gusta o no.
- Sí, sí me gusta, pero no está bien.
- ¿Por qué no? – él volvió a acercarse demasiado a su rostro.
- Porque usted sigue siendo mi médico.
- ¿Y? Hay empresarios que se casan con sus secretarias, artistas que se enamoran de sus fans. Yo no le veo inconveniente.
- De acuerdo, bueno... Usted es divorciado, pero yo sigo casada.
- Viuda, si encuentro a David en este momento. – él soltó a Silvia y se dirigió a la puerta, saliendo rápidamente.
- ¿Qué? – Silvia salió casi corriendo detrás de él, temiendo que pudiera hacer alguna tontería. Aunque él dijera que solo estaba mareado y risueño, ella no estaba tan segura de que fuera capaz de mantenerse suficientemente cuerdo. - ¿A dónde vas?
Vio que él entraba por una puerta y lo siguió; había entrado en el estudio y tomó un paraguas.
- ¿Crees que con esto sea suficiente? – preguntó agitándolo en el aire, como si golpeara algo.
- Wow, deja eso donde estaba, y ven acá, no vayas a romper algo, que luego me vayas a querer reclamar a mí. – ella se acercó y Jorge soltó el paraguas; Silvia le tomó ambas manos, sujetándolo con fuerza. – Ya, quieto. ¿Te vas a quedar tranquilo?
- Sí, Silvia. Es broma que vaya a ir a golpearlo con un paraguas. Solo quería ver tu cara de preocupación y que volvieras a hablarme de "tú", porque me choca que te pongas de seria y correcta, cuando ese debería ser mi trabajo. Pero es cierto que no quiero que David siga a tu lado.
- El alcohol te pone demasiado sincero.
- Me quita la vergüenza y el sentido común. Me hace guiarme solo por lo que siento, y creo que está bien hacerlo por un rato. Ha sido la mejor noche que he tenido en años. – él le apretó las manos. – Sé que quizá mañana me arrepienta de haber sido tan honesto contigo en todos los sentidos durante todas estas horas, sé que quizá no recuerde muchas de las cosas que he dicho, porque sí, estoy bastante mareado, siento como si tuviera una burbuja gigante de aire dentro del cráneo, y tengo ganas de reírme de todo, pero cada cosa que he dicho es cierta.
- No creo que estés seguro de lo que dices ya.
- Estoy seguro de que fue una gran idea llevarte a bailar, aunque me meta en mil problemas. Estoy seguro de que, bailando contigo, me pasé las mejores horas de los últimos años. Estoy seguro de que me gustas, y de que probablemente tengas razón y está mal, pero es lo que pienso. Eres hermosa, me atraes, eres mi paciente, y yo tu psiquiatra, pero hoy no me importó que esto esté mal. Fin.
- Muy claro todo. – ella quitó lentamente sus manos de las de él, y dio un paso hacia atrás. – De verdad, creo que es mejor que... Me regrese al hospital.
- No, ya quedamos en que... te llevo yo mañana temprano, ya es tarde. De verdad, no quiero arriesgarte más. Usa mi playera para dormir, quédate. – ella suspiró.
- Voy a cambiarme.
- Tengo un pantalón de pijama limpio, en el último cajón del armario, por si quieres... - ella asintió en silencio y se dirigió a la habitación; se quitó los jeans y los tacones, y se puso la playera de él, para luego buscar el pantalón. Cuando estuvo cambiada, abrió la puerta y vio que Jorge estaba en el pasillo. Se acercó en cuanto la vio. – Te queda bien mi pijama.
- No seas mentiroso. Me queda grande.
- Bueno, con esa cinturita yo creo que cualquier cosa te queda grande. Pero se te ve bien. Puedo regalártela, si quieres. Ya no te voy a entretener más, necesitas descansar, imagino que esos tacones no son fáciles de soportar.
- Estuve muy cómoda a pesar de los tacones.
- Debió ser la compañía. Descansa, Silvia. – él se dio la vuelta y se alejó.
Hasta ese momento fue que ella comenzó a sentir el cansancio; se dirigió a la cama y abrió las sábanas para recostarse. Sin embrago, no podía conciliar el sueño, estaba costándole trabajo.
Jorge estaba dando vueltas y vueltas por la sala; estaba dispuesto a quedarse en el sillón, pero también le provocaba la idea de dormir en la cama, aunque fuera relativamente lejos de ella. Entró a la habitación en silencio, y vio que ella dormía prácticamente en una de las orillas. Rodeó la cama y se arrodilló justo frente a ella.
- Ojalá estuviera más borracho, para atreverme a despertarte y darte todos los besos que te quiero dar, mi amor... Me gustas mucho, me encantas desde que te vi por primera vez. Y, a medida que los días pasaron, me fui dando cuenta de que me preocupabas, de que me quitaba el sueño no poder ayudarte a salir de la crisis. – él suspiró, y siguió hablando en voz baja. – Mi vida a partir de entonces se basó en intentar ayudarte, en el anhelo profundo de verte bien, en querer estar contigo todo el tiempo, en pasarme los días en el hospital. Hasta creo que le quité su trabajo a la enfermera que antes estaba encargada de cuidarte, porque me pasaba todo el turno junto a ti, mirándote dormir cuando tomabas los medicamentos, o siguiendo tu mente en la ilusión. Comía contigo, te leía cuentos, bailaba contigo, escuchábamos música, veíamos películas, comíamos helados. Y tú comenzaste a mostrar... muy evidentemente la excesiva confianza que teníamos. Yo tenía miedo de que algo saliera mal, y dejé el hospital un tiempo para tratar de alejarme de ti. Pero te pusiste peor, hermosa... - él acercó su mano y estuvo a punto de acariciar su mejilla, pero se arrepintió por temor a despertarla. – Yo lo sabía, pero me daba pánico volver a tratarte, porque temía que alguien pudiera darse cuenta de lo que había nacido entre nosotros. Quise que me transfirieran, así que fui al hospital donde podría quedarme, pero... Antes de entrar siquiera, me arrepentí. Fue en ese momento que me di cuenta de lo estúpido que estaba siendo, y de lo enamorado que ya estaba de ti. No pude, mi amor, y me regresé a la ciudad, fui directo al hospital, porque hacía ya tres semanas que ni siquiera te veía. Te leí un cuento, y no sé si te gustó o no, pero yo estaba tan tranquilo a tu lado... Y me quedé dormido contigo. Y justo así, abrazándote en la cama pequeña del hospital, prometí que nunca más te iba a dejar, prometí que te iba a proteger y a cuidar siempre.
No pudo resistirse más y le tomó una mano delicadamente.
- Me tienes demasiado enamorado, Ojitos, y se me pierde la línea entre lo correcto y lo incorrecto cuando estoy contigo...
Silvia sentía que su corazón latía con fuerza y una rapidez impresionante desde hacía unos minutos; hasta le resultaba extraño que él no se hubiera dado cuenta de que estaba despierta.
Sentía la mano de él sujetando la suya, y su aliento a alcohol, lo que la hizo suponer que estaba muy cerca de su rostro; tenía ganas de abrir los ojos y preguntarle abiertamente si era cierto todo lo que había dicho, pero no quería delatarse con él.
- Mierda. No puedo creer que me estés escuchando. – él le soltó la mano y se levantó; Silvia no tuvo más remedio que abrir los ojos y sentarse lentamente en la cama. - ¿Por qué no me dijiste que estabas despierta?
- Porque quería saber cómo terminaba toda la historia.
- Debiste decirme que estabas escuchando.
- Ahora sé toda la verdad, de todo, desde tu punto de vista.
- ¿A qué te refieres con la verdad?
- No todo fue absolutamente creado por mi mente, y tú lo sabes, y ahora yo también lo sé. – él negó con la cabeza, todavía creyendo que podía seguir negándolo y que ella llegaría a creerle. – Los borrachos y los niños siempre dicen la verdad.
- Pero ya te dije que yo no estoy borracho.
- Pero sí estabas diciendo la verdad porque creíste que estaba dormida y que no iba a escucharte. – ella se levantó de la cama y se acercó a él. - ¿De verdad estás enamorado de mí?
- ¿Qué esperas que diga? Ya lo escuchaste todo, Silvia. Sí, todo lo que dije es cierto. Ahora... Tienes que descansar, lamento haberte despertado.
- No, yo... De hecho... No he podido dormir. Me siento... Esta situación es un tanto confusa, pero al mismo tiempo me siento emocionada, y nerviosa, porque... de repente las cosas toman un rumbo demasiado... inesperado.
- Intenta descansar, yo intentaré hacer lo mismo, para que mañana no se nos vaya a hacer tarde. – Silvia se acercó y se quedó de pie justo frente a él.
- Me gusta mucho el psiquiatra, cuando dice las cosas que realmente piensa y siente.
- Y a mí me gusta mucho la esquizofrénica, cuando no se hace la dormida para escucharme desvariar junto a ella. – él suspiró y dio un paso hacia adelante. - ¿Sabes qué te gustaba mucho? Que te tomara por la cintura...
Jorge colocó suavemente sus manos en la cintura de ella, sobre la holgada playera que él le había prestado; a pesar de la tela, Silvia pudo sentir la calidez de las grandes manos de él, y sonrió sin querer.
- No puedo creer que esté aquí, entre ebrio y aterrado, confesándote lo mucho que me gustas...
- Y me llamabas "mi amor". – le recordó ella, riendo.
- Ya, deja de burlarte de mí, ni siquiera es justo porque hiciste trampa para escuchar todo eso.
- Está bien. Ya no te voy a molestar, pero no vayas siquiera a pensar que se me va a olvidar todo lo que escuché. Eso, de repente, me hace pensar que quizá no estoy tan loca... ¿Te puedo hacer una pregunta?
- Siempre que no sea sexual, sí.
- ¿Es solo que yo... le gusto, o... es algo más?
- ¿Para qué me preguntas algo de lo que ya sabes la respuesta? Estoy enamorado, esa es la realidad, y estar enamorado implica mucho más que solo atracción física, Silvia. Me gusta tu forma de ser, me fascina tu voz, tu sonrisa, me encanta estar contigo, y anhelo siempre verte bien.
Ella se paró de puntitas para alcanzar a rodear su cuello con sus brazos.
- Gracias; es demasiado bello escuchar eso luego de haber despertado en una realidad que nunca había imaginado. – le dijo en voz baja, para luego acercarse a darle un suave beso en la mejilla.
- ¿Y tú? Si tuvieras que describir lo que sientes por el psiquiatra, ¿cómo lo harías?
- Diría que... es un sentimiento un tanto extraño, porque... Yo sentí un infinito amor por el joven esquizofrénico, y cuando salí del estado de psicosis, me puse a pensar en que tenía que olvidar ese sentimiento. Pero ahora... veo que el psiquiatra ha resultado... tan encantador como el esquizofrénico, y más.
- Entonces... Tu amor nació por el esquizofrénico de tu ilusión, pero sientes que el psiquiatra podría también... ganarse ese amor.
- Sí, eso. Aunque... ya tiene una buena parte del terreno ganado.
- El problema aquí es tu matrimonio, ¿no es cierto?
- Un poco, pero realmente no. Es decir, estoy segura de que no lo amo, de que no quiero seguir casada con él, de que me haría mucho daño quedarme a su lado, así que... Solo es cuestión de tiempo. El problema en realidad creo que es... que no me he terminado de acostumbrar por completo a la realidad, y a pensar en que... tú seas médico, y yo esté enferma.
- Ya. Entiendo. Bueno, quizá con el tiempo... cuando tengas más claras las cosas, cuando ya... hayas hecho con David lo que tengas que hacer... podamos... intentar algo.
- Si no supiera que vamos a meternos en problemas por lo de esta noche, juro que lo intentaría en este mismo momento. – él sonrió.
- Hay que descansar, hermosa, para estar en el hospital lo más temprano posible. – ella asintió y se soltaron lentamente.
- ¿Te quedas conmigo?
- ¿Segura? Por mí no hay ningún problema, pero... no quisiera incomodarte demasiado.
- No, no me molesta. Me siento segura cuando estás conmigo, porque sé que tú has intentado cuidarme bien todo este tiempo.
- De acuerdo. – él le señaló la cama y ambos fueron a recostarse; en cuanto estuvieron ahí, ella se sintió demasiado nerviosa, pero trató de controlarse. Jorge la miró en silencio durante algunos segundos, y sonrió. - ¿Te puedo abrazar un poquito?
- Sí...
Jorge pasó su brazo por la cintura de ella, acercándose un poco más, y provocando que Silvia acomodara su rostro entre su hombro y su cuello. Ella sintió el aroma de él, que en ese momento era entre su perfume fresco y varonil, y todavía algo de alcohol. El contacto con su cuerpo resultaba cálido, mucho más de lo que podía recordar de la ilusión, y eso la hizo quedarse dormida casi de inmediato.
Él abrió los ojos y notó que seguían en la misma posición; ella dormía tranquilamente en su hombro. Le dio un suave beso en la frente, y luego se quedó mirándola durante un largo rato. Perdió la noción del tiempo y, después recordó que ni siquiera se había preocupado en mirar la hora. La soltó a ella un momento para girarse a buscar su teléfono.
En ese momento, la puerta se abrió y Ricardo los miró, confundido; Jorge alcanzó a verlo y supo que no tenía forma de zafarse. Se levantó rápidamente, despertando a Silvia, y corrió hacia la puerta, para empujar a Ricardo y cerrar.
- ¡¿Es en serio?! – preguntó, gritando, a Jorge.
- Baja la voz. – dijo, lo más calmado que pudo.
- Es tu paciente, ¿cierto? Sí, claro, es ella. Mierda, Jorge, ahora sí te pasaste. Una cosa es que estés enamorado de ella, pero... ¿En serio la sacaste del hospital y la trajiste a tu cama?
- Dije que bajes la voz. – él jaló a su hermano para alejarlo de la puerta de la habitación. Ricardo comenzó a reír.
- Estás muerto, ¿lo sabes? Cuando se den cuenta de que ella no está en el hospital...
- No, por eso tengo que llegar temprano, al menos antes de que llegue el médico del turno de la mañana.
- Ahora sí se te fue la mano, George. – Ricardo seguía sonriendo.
- ¿Y por qué carajo sonríes?
- Porque es impresionante ver lo mucho que te ha cambiado esa mujer. Para bien. Al menos eso creo yo. Me da mucho gusto por ti, en serio, te veo diferente. Durante muchos años me tocó ver a un sujeto aburrido y clavado en el trabajo. Cuando supe que estabas enamorado de ella, me quedé pensando que sería bueno para ti sentir algo por alguien otra vez. Y... esta mañana veo que amanecieron juntos, es genial, de verdad. Vas a meterte en mil problemas, y me extraña porque a ti no te gustan los problemas, pero a la vez me alegra mucho ver que estés así.
- Sí, es emocionante, pero... No me gustaría meterme en tantos problemas. Y menos causarle problemas a ella.
- Entonces... deberían arreglarse, e irse ya mismo para llegar a tiempo.
- Claro... Sí, eso haremos. – Jorge se dirigió a la habitación, pero Ricardo volvió a hablarle.
- ¿Y cómo estuvo?
- ¿Qué?
- ¿Cómo "qué"? Ya sabes. Imagino que... relajado. No me despertaron con ruidos ni nada. ¿O cuando llegaron ya habían...?
- No tuve sexo con ella, si es lo que intentas insinuar.
- ¿Insinuar? Pero si te lo he preguntado directamente. ¿En serio? ¿Nada de nada?
- Es mi paciente.
- Y está cómodamente acostada en la cama de tu habitación. No tiene coherencia lo que defiendes con lo que haces.
- Ni siquiera nos besamos. – Jorge suspiró. – Tengo que ir a despertarla, y... sería mucho más cómodo para ella si... no estuvieras aquí cuando salgamos...
Jorge volvió a la habitación y vio que ella estaba sentada en la cama, recargada en la cabecera, con las piernas cubiertas por la sábana.
- Buenos días. – dijo, acercándose a ella.
- Hola. – respondió Silvia, sonriente.
- No es que quiera presionarte, pero... Ya es hora de que nos alistemos para irnos, y evitar meternos en problemas.
- Está bien.
- ¿Te quieres bañar?
- Va a ser muy extraño si alguien me ve llegar bañada, ¿no? Creo que podría solo... peinarme un poco, lavarme la cara y... ya. Para no ser tan evidentes, y que... no piensen otras cosas.
- Sí, tienes razón. Yo sí tengo que darme un baño rápido, porque... creo que todavía apesto a alcohol. Si quieres puedes irte cambiando, mientras yo me baño.
- Claro, gracias.
Jorge se apresuró a tomar sus cosas y se metió al baño; ella se quedó sentada en la cama unos segundos más antes de levantarse para comenzar a cambiarse. Seguía nerviosa, emocionada, confundida. Pero estaba feliz. Se arregló un poco el cabello, y dejó la cama hecha. Como él todavía no salía de bañarse, Silvia salió de la habitación y se dedicó unos minutos a ver el departamento.
Había partes de la sala, de la cocina, y del lugar en general, que estaba perfectamente ordenadas, pero en ciertos puntos había alguna cosa fuera de su lugar, una basura, o una hoja mal puesta. Estaba mirando la cocina, cuando escuchó pasos y se giró.
- Oh, lo siento. Jorge me dijo que quería que me desapareciera para cuando tuvieras que salir, pero... Creo que me he demorado, perdona. No quería incomodarte.
- ¿Ricardo?
- Sí, hola. ¿Te acuerdas de mí? – él le tendió la mano, y ella correspondió el saludo.
- Solo te recuerdo como parte de mi ilusión.
- Déjame decirte que... tu esquizofrenia es la cosa más bonita que le ha podido pasar a Jorge en la vida. Hasta luego.
Ricardo se dirigió rápidamente hacia la puerta y, pocos segundos después de que se hubo ido, salió Jorge de la habitación.
- Ya estoy. ¿Tú?
- Solo quiero pasar a lavarme la cara, pero no me tardo nada.
- Claro, ve. – ella regresó a la habitación y entró en el baño; se miró en el espejo. A pesar de la desvelada, del cansancio, y de la situación en general, no creía verse tan mal.
Cuando salió, bajó con Jorge al estacionamiento; mientras más iban acercándose al hospital, más nerviosos y tensos comenzaron a sentirse.
- ¿Qué vamos a decir?
- Tú no hables. Déjame todo a mí, yo veré cómo lo resuelvo, ¿sí? Fue mi idea sacarte de aquí, tengo que enfrentar las consecuencias del disparate de anoche. – ella bajó la mirada y se dedicó a mirarse las rodillas, un tanto contrariada por el tono que usó él.
- A mí me gustó. – murmuró, y sintió que Jorge detenía el auto.
Apagó el motor y ella levantó la mirada; estaban estacionados junto a un parque.
- No pongas esa carita, Silvia, a mí también me gustó, en serio, Fue... Lo mejor que me ha pasado, fue casi un sueño, de verdad. No quise ser tan... cortante, es solo que... estoy nervioso.
- Está bien, no hay problema.
- Te conozco, ya te lo he dicho. Te desconcertó mi tono de voz cuando usé la palabra "disparate". No quise hacerte sentir mal. A mí también me gustó. Me gustó que fuéramos a bailar, me gustó que te quedaras a dormir en mi cama, me gustó... todo lo que nos dijimos.
- ¿De verdad lo recuerdas?
- Jamás voy a olvidar todas nuestras palabras de anoche, bonita. Han sido los once mejores meses de mi vida, aunque tú no lo recuerdes... - Él miró la hora en el reloj del auto. – Tenemos que llegar en menos de diez minutos hasta tu habitación.
Silvia asintió en silencio, y se fueron al hospital. Al llegar, él entró con su credencial al estacionamiento, y dejaron el auto casi al fondo. Bajaron y caminaron hacia la escalera. Antes de comenzar a subir, se detuvieron un momento.
- Necesito hacer esto antes de que me entre la cruda moral.
Jorge la sujetó por la cadera, la empujó suavemente, hasta recargarla en la pared y, luego de contenerse toda la noche, unió sus labios con los de ella, cerrando los ojos.