El resentimiento es la motivación de los grandes errores y el precio a pagar.
Como música para mis oídos
Será que soy demasiado observadora y puedo ver lo que esconde detrás de su puerta cerrada. Es que puedo ver sus ojos inquietos a través de la mesa, y su silencio perpetuo mientras cenamos. Félix esconde algo, algo que no quiere que llegue a oídos de papá.
Logré verlo escaparse a media noche, la luna un fiel testigo de aquella escena. Inevitablemente lo seguí hasta los barrios bajos de Shinefalls, una boca de lobo en la espera de la ingenua presa.
Observé a través de un callejón cómo se encontraba con sus secretos, las personas que simulaba no conocer. Eran los problemáticos, muchachos que solo se juntaban a fumar, beber y tocar por largas horas su melodía de rock. Boxeadores y corredores ilegales que se escondían bajo chaquetas de cuero.
El éxito de un secreto consiste en poder esconderlo a plena luz del día, pero Félix olvidó que en la noche tampoco se puede confiar para guardarlo.
Cerré mi laptop lentamente al terminar de leer el post de Becca mientras mis ojos se clavaban en la puerta de madera cruzando el pasillo, donde carteles amarillos y rojos, logos de bandas y marcas acreditadas se adherían al material como si fueran parte de él.
Mi hermana sabía algo sobre el chico, y estaba segura de que Félix la repelía por aquello.
¿Becca lo extorsionaba? Casi había apostado todas mis fichas a eso, pero me era un tanto inverosímil creer que él había tenido algo que ver con su desaparición.
Sin descartarlo observé el reloj de mi muñeca, faltaban alrededor de cuarenta minutos para que él llegara del instituto. Me incorporé y crucé la corta distancia que me separaba de su puerta. Mi mano se enroscó alrededor de la gélida perilla mientras me preguntaba si irrumpir en la habitación de alguien sin su consentimiento era alguna clase de pecado.
Becca solo me había dejado pistas dispersas en su diario, pero necesitaba conocer el secreto para presionar a Félix solo un poco.
Soy una persona terrible, no debería estar haciendo esto.
Roté el pomo, el suave sonido del crujir de la puerta inundó mis oídos antes de escuchar pasos provenientes de la escalera. Cerré la puerta sin ser capaz de obtener nada justo en el momento en que Meredith apareció al otro extremo del corredor.
—Becca, el señor Carter quiere que bajes —murmuró con varias prendas de ropa dobladas y planchadas entre sus manos.
Yo asentí lentamente mientras me encaminaba escaleras abajo y veía la forma en que ella entraba en la habitación de Félix a dejar la ropa.
Inquietud hizo latir mi corazón antes de encontrarme a Carter colocándose uno de sus negros y largos sacos de ejecutivo.
—Creo que te haría bien salir a tomar aire fresco, Becca —comentó mientras terminaba de bajar el último peldaño de la escalera. Él tomo del perchero un abrigo rojo y lo sostuvo entre sus manos en la espera de que me lo ponga—. Estuviste encerrada desde que volviste, ¿no crees que ir por un paseo te haga bien? —finalizó con voz suave.
Tragué la bilis antes de darle la espalda y deslizar mi brazo dentro del suave material de la manga. Se sentía fatal hacer pensar a un hombre que su corazón estaba en una pieza cuando yo era consciente de que pronto volvería a romperse contra la realidad.
Sin embargo, aquella sensación empeoró cuando entramos al concurrido café Bloodlines, donde no solo le hice creer a un padre que su hija había regresado, sino a todo un pueblo.
Los pares de ojos curiosos se cernían sobre mí como dagas y un silencio sepulcral pareció reinar en aquella cafetería mientras nos adentrábamos en dirección al mostrador. El sonido invariable de las máquinas de expreso zumbaban en mis oídos como abejas dispersas en al aire junto con el girar de las agujas del reloj que acompañaba cada latido de mi corazón.
—Ignóralos, solo están sorprendidos —aseguró Carter antes de poner una mano en mi espalda e impulsarme a seguir—. ¿Por qué no tomas una mesa mientras yo hago la orden, hija? —preguntó y asentí al instante. Alejarme de él parecía ser una buena idea.
Gran parte de la cafetería volvió a sumergirse en sus propias conversaciones, pero aún varios chismosos susurraban tan indiscretamente como son los grillos al caer la noche.
"¿Por qué volvió?"
"Estábamos mejor sin ella."
"Pensé que había huido."
"El diablo regresó al infierno."
Las voces persistentes atormentaban mi mente a medida que caminaba alrededor de las mesas y sillones de cuero esparcidos por el moderno café. No podía mirarlos a los ojos, y fijar la vista en mis zapatos parecía una buena idea mientras hacía aquella marcha al tártaro a la par de sus críticas voces.
—¿Rebecca Rosewood? —preguntó una voz femenina, y automáticamente una fragancia cítrica irritó mi nariz. Me giré sobre mi propio eje para observar a una muchacha de ojos pardos. Su pálida piel hacía resaltar el color roble y oscuro de su cabello. Se acercó lentamente, sus tacones resonando en mis oídos mientras ella y su gran bolso se balanceaba en mi dirección.
—Stella. —Me forcé a sonreír solo un poco cuando ella sonrió de forma distante en mi dirección. Me sentía una muñeca de trapo a su lado, una pequeña y sucia niña que vestía jeans mientras ella se envolvía en una falda plisada y varias capas de elegantes y selectos collares de plata.
—He oído los rumores, pero nada se compara a verte en carne y hueso, Becky —comentó recorriéndome con aquellos ojos prejuiciosos. Ella tenía el don de hacerte sentir inferior con solo una de sus indómitas miradas—. Luces diferente — reconoció, pero no fui capaz de saber si de sus labios salía honestidad o puro teatro.
—Soy diferente —afirmé asintiendo.
Había leído sobre Stella, y nada de lo que Becca había escrito sobre ella era bueno.
Fueron amigas por muchos años, pero algo las separó. Creo que fue por una suma de cosas lo suficientemente graves como para que comenzaran a odiarse mutuamente.
Rebecca había dormido con el novio de Stella, la había dejado en segundo lugar en cada deporte, club y competencia del instituto en un acto sumamente infantil y cruel para dejarle en claro a Stella que no podía ser dueña de nada, que no mandaba, que Becca podía manejarla y doblegarla a su gusto.
Que tenía el control.
—Ya sabes lo que dicen —divagó la castaña con ojos penetrantes, una mirada capaz de perforar tu alma—. Puedes alejar el pecado de la chica, pero jamás puedes salvar a la chica de pecar.
Aquella sonrisa adornando su rostro de porcelana se evaporó como mi propio aliento mientras un mano se posaba en mi espalda.
—Stella —saludó el señor Carter con una genuina sonrisa elevando las comisuras de sus delgados labios. ¿Seguiría pensando que ella y Becca eran amigas?
—Sr. Carter —correspondió ella con un tono más alegre.
—Es agradable verte a ti y a Becca juntas, como en los viejos tiempos —acotó el hombre de ojos grisáceos, tal tormenta apaciguada en el cielo.
—Sí —respondió ella—, Como en los viejos tiempos —murmuró, pero noté aquel rastro de resentimiento decorando sus cuerdas vocales. Stella solo conservaba las apariencias, y sabía que debía mantener un ojo sobre ella—. Debo irme, pero espero que volvamos a vernos —añadió al padre adoptivo de mi hermana antes de trasladar sus ojos en mi dirección—. Adiós, Becky.
Becky. Rebecca odiaba que la llamaran así, y ciertamente no me gustaba el diminutivo.
Sabía que ella tenía suficientes motivos como para hacer desaparecer a Becca, y la sorpresa en su rostro fue muy notoria al verme. ¿Sería Stella capaz de desterrar de Shinefalls a su amiga de la infancia?
—Toma. —Carter me tendió una bebida y el calor filtrándose a mi piel a través del plástico resultó reconfrtante—. Exactamente como te gusta. Café, crema y avellanas. —Sonrió ladeadamente antes de que tomáramos asiento en una mesa apartada.
—Te agrada Stella —señalé antes de dar un sorbo
En mis adentros solo quería cambiar esta cosa por una taza de café negro.
—Es la única de la familia Bates que me agrada, en realidad —confesó—. Ella no es como sus padres, ni como su hermano Killian.
Killian, así que ese era su nombre.
Me quedé con la vista clavada en Carter. Nunca había leído que Stella tuviera un hermano en el diario online, y mucho menos que se trataba de aquel muchacho.
Había demasiadas cosas que aún no sabía, un paso en falso y todo caería.
Incluyéndome.