Jorge rozaba suavemente sus labios con los de ella. Silvia subió lentamente su mano y acarició con suavidad la oreja de él, haciéndolo temblar ligeramente por la sensación agradable que le provocó. Justo entonces, él introdujo su lengua entre los labios de ella y Silvia sonrió, antes de enredar su lengua con la de él.
Hasta le costaba trabajo pensar en que, cuando fueron novios, él no sabía besar, porque en ese momento parecía todo un experto. O quizá era simplemente la emoción de que hacía años no sentía un beso con tanto amor.
Percibía las manos grandes de él en su cintura, tomándola de esa manera que siempre recordaba y que por tanto tiempo la hizo temblar.
Se quedaron así un largo rato, hasta que finalmente él se separó poco a poco.
Silvia rio y tomó a Jorge por las mejillas.
- Extrañaba tanto tus besos, mi amor. - le dijo antes de depositar otro beso corto sobre sus labios. Él cerró los ojos un momento.
- ¿Quieres un helado? - le preguntó de repente. Ella volvió a reír.
- Ya te habías tardado en cambiar el tema repentinamente. Pero sí, sí quiero un helado.
Él solo sonrió y la tomó de la mano para comenzar a caminar. Fueron hasta la heladería más cercana.
- ¿Vas a querer uno de cada uno? - le preguntó él.
- No. Ya maduré. Sólo quiero uno napolitano. - Jorge no pudo evitar soltar una carcajada.
Pidieron los helados y regresaron caminando para sentarse cerca de la fuente.
Se sentaron y comenzaron a comer en silencio.
- Esto es lo más bonito que me ha pasado últimamente. - dijo él, dándole un beso en la frente.
- A mí también, George, hace tiempo que no sentía tanta felicidad y tantas ganas de reírme por todo. - ella lo miró, sonriente. - Qué bueno que nos vinimos a encontrar, solos y tan lejos.
Se quedaron mirando la fuente un largo rato, hasta que se terminaron los helados. Jorge miró la hora.
- Hermosa, ¿te acompaño a tu hotel?
- ¿Es una propuesta indecorosa?
- No, esta vez no. Es que... Tengo una reunión con Ricardo y otras personas. Es en media hora y... Debo ir.
- Está bien, llévame a mi hotel. - ella se levantó y se quedó de pie frente a él. - Pero me debes una.
Sin que Jorge se lo esperara, Silvia se paró de puntitas para alcanzar su cuello, y succionó su piel.
- Auch. - él se tocó el cuello en cuanto ella se quitó. - Eso va a dejar marca, ¿lo sabías?
- Sí. - ella comenzó a caminar, y Jorge rio, yendo tras ella.
- Además, ¿por qué tenías que hacerlo en público, en un lugar tan visible?
- Para que no se te olvide lo que me debes.
Caminaron hacia el hotel, y se quedaron parados en la escalerilla del lobby.
- Te veo mañana en el congreso, guapa.
- Hasta mañana. - ella se acercó a abrazarlo y le dio un beso en la mejilla. - Cuídate.
Jorge se dio la vuelta y se fue.
Pasó a su hotel a cambiarse y se fue al lugar donde él y Ricardo habían quedado de ver a los demás. Al llegar, su hermano esperaba ya ahí, recargado en su auto, con un cigarrillo en la mano.
- George, la verdad ya tenía pensado mi discurso para disculparte con los demás. Pensé que no ibas a llegar, vi cuando te saliste con Silvia.
- Tenía que venir, en eso quedamos.
- Si yo fuera tú, me la hubiera robado, y me la hubiera llevado a...
- Pero yo no soy tú. Sólo... Fuimos a caminar un rato y... La llevé a su hotel.
- Qué fuerza de voluntad, hermano, en serio. - Jorge rio y se acercó para recargarse junto a Ricardo.
- ¿Sabes? Mientras venía hacia acá estaba pensando las cosas y... Esto no está bien. Ricardo, Silvia es una mujer casada. No deberíamos habernos besado.
- ¿Se besaron? ¿En el primer día del congreso? ¡Puntos extras para ti!
Se quedaron unos minutos en silencio.
- Así que... Sólo pasearon.
- Sí, por la plaza principal, la catedral, y esa zona.
- Claro. ¿Y el chupetón te lo hizo durante el paseo? - Jorge se ruborizó y asintió. - ¿Y te dejaste? ¿En público? A mí se me hace que se fueron a otro lugar.
- No, claro que no. Y sí, me lo hizo en público. ¿Se nota mucho?
- Sí. Bueno, es pequeño. Pero se nota que lo hizo con ganas. Ni hubieras venido.
- Ya. Le dije que tenía un compromiso, y que la veía mañana.
- Pues mañana aprovecha que no tenemos reuniones por la noche.
- ¿No crees que ella se sienta culpable? Es decir, yo me siento así. ¿Crees que ella también?
- Da lo mismo. La quieres todavía, ¿no? ¿Para qué te sigues haciendo el fuerte y valiente? - Jorge lo miró. - Con todo respeto, hermanito, ya la cagaste una vez, no lo hagas de nuevo. Tienes frente a ti la oportunidad perfecta para buscar tu felicidad ahora que ya estás bien, no puedes dejarla ir.
- Ya, mira, entiendo tu forma de ver las cosas, pero... Imagina que este estado de bienestar no me dura para siempre. Sería como volver a empezar, regresaría mi miedo a hacerle daño, y vivir con eso no es tan fácil.
- Insisto: no dejes ir tu felicidad otra vez. Y con eso, me refiero a que no dejes ir a Silvia.
Durante la reunión, Jorge estaba muy pensativo. Por más que intentaba convencerse de lo contrario, su mente seguía diciendo "No", por las mismas razones de hacía años, sumadas con el hecho de que ella estaba casada.
Al volver al hotel, quiso pensar las cosas un poco más, pero el medicamento hizo pronto su efecto y se quedó dormido.
Por la mañana, se levantó y se arregló para irse otra vez al lugar del congreso; en cuanto entró, buscó a Silvia con la mirada en el lugar donde se habían sentado el día anterior, y la reconoció de inmediato aunque estaba de espaldas.
Caminó hasta ella y se sentó a su lado.
- Hola.
- Hola.
- ¿Qué tal les fue ayer en la reunión?
- Bien, muchas gracias, todo estuvo perfecto. - él se puso a mirar el techo. - Oye, ayer... Luego de lo que hablamos y... de lo que pasó, ya ni fuimos al museo, como habíamos quedado.
- ¿Me estás invitando a ir hoy?
- Sí.
- Acepto. Sólo que... tendrás que esperarme un rato, ¿sí? Tengo una pequeña reunión saliendo de aquí, pero estoy libre a partir de las cinco.
- Está perfecto. Pero con una condición.
- ¿Cuál?
- Que no vuelvas a hacer esto. - él ladeó un poco su cabeza y dejó que ella viera la marca que le había dejado en el cuello el día anterior.
- Oh. Claro, no prometo nada, pero voy a intentarlo. - dijo ella, riendo. - ¿Quieres que te ayude a cubrirlo con un poco de maquillaje?
- Te lo agradecería demasiado. Ricardo me estuvo fastidiando ayer por eso. Dijo que seguramente no habíamos ido sólo a pasear.
- Está bien. Ven, vamos a un lugar menos concurrido.
Ambos se levantaron y salieron del auditorio; estaban en el tercer piso, así que bajaron al segundo, que era otro auditorio, pero que en ese momento estaba vacío.
Había ahí unos sillones, y Silvia llevó a Jorge a sentarse en uno de ellos; sacó de su bolsa un poco de maquillaje.
- Levanta la cabeza. - él obedeció y sintió que ella comenzaba a ponerle algo en el cuello.
Luego de unos minutos, Silvia sacó un espejo y se lo dio a él.
- Listo. Parece que nunca hubiera pasado nada. - él se miró con el espejo y notó que su piel parecía absolutamente limpia.
- Te quedó perfecto. - él le tendió el espejo para que ella lo tomara; justo cuando ella quiso quitárselo de la mano, Jorge atrapó con sus dedos los de ella y Silvia alzó la mirada.
Se quedaron así unos segundos, sólo mirándose fijamente, hasta que escucharon pasos; voltearon hacia la escalera y vieron que varias personas iban subiendo.
Silvia soltó a Jorge rápidamente al notar que eran las personas de la empresa de los padres de David quienes iban subiendo.
- Vamos arriba. Las conferencias están por comenzar. - ella lo jaló del brazo y subieron.
Durante todo el día no hablaron de nada que tuviera que ver con el día anterior porque, además, luego de un rato llegó Ricardo a sentarse con ellos, y no querían evidenciarse tanto ante él, aunque supieran perfectamente que él estaba consciente de que había algo entre ellos.
Al terminar las conferencias del día, Silvia se fue a la reunión que tenía con el resto de su equipo para ver a un posible cliente que quería informarse de la empresa para cambiar de proveedor.
Salió casi a las cinco y media, y se fue con los demás al hotel para no levantar sospechas; entró a su habitación y le llamó a Jorge para avisarle que ya estaba desocupada. Él tardó un poco en responder.
- Dime, guapa.
- Ya estoy en el hotel, me desocupé hace unos quince minutos, pero voy llegando.
- Yo ya estoy afuera de tu hotel, pero si quieres te doy un rato para que te puedas cambiar de ropa y aquí te espero.
- Bajo en unos minutos.
En cuanto colgó, se apresuró a cambiarse de ropa y salió; vio a Jorge sentado en una mesa, cruzando la calle, y fue hasta él.
Se levantó en silencio, le tomó una mano y comenzaron a caminar.
- Es extraño que ahora seas tú quien busca mi mano. - comentó ella luego de ir un rato en silencio. - Antes tenía que hacerlo yo, ¿recuerdas?
- Al principio, sí, porque me costaba trabajo demostrar lo que sentía por ti. Después me acostumbré a ser tierno contigo.
- ¿Ahora ya no te cuesta trabajo demostrar tus sentimientos?
- Depende de la situación. Si me vas a preguntar qué es lo que siento por ti en este momento, huiré corriendo por mi vida. - ella rio.
- No, no pensaba preguntarte nada. - él suspiró, tranquilo. - Es suficiente con ver la forma en que me miras.
Caminaron durante un rato hasta llegar frente a una construcción, a varias calles de ahí; entraron, se registraron y comenzaron a recorrer las salas.
A esa hora, por ser un día común entre semana, no había nadie más, al menos en la sala en la que iniciaron ellos; el lugar estaba en completo silencio y el único ruido que se escuchaba era el de sus propios pasos.
Silvia se quedó mirando una vitrina con pequeñas piezas de flechas de obsidiana, y de repente sintió que Jorge la abrazaba, rodeando con sus fuertes brazos su cintura, para recargar sus manos sobre su abdomen.
- Me encanta estar contigo, me haces sentir diferente. - susurró en su oído antes de darle un beso entre la oreja y la mejilla. Silvia sonrió y comenzó a caminar, colocando sus manos sobre las de Jorge que abrazaban su abdomen.
Recorrieron todas las salas; al terminar, vieron que el vigilante no estaba ya en la entrada, así que fueron directamente hacia la puerta, pero estaba cerrada.
- Creo que ya nos dejaron aquí encerrados. - dijo ella y se soltó un momento de Jorge.
- Eso parece. - se quedaron mirando alrededor por si veían al vigilante, pero no aparecía. - Ven, vamos a sentarnos mientras.
Le dieron la vuelta al pequeño jardín que había en la entrada, y se sentaron en la escalerilla de la sala que quedaba justo detrás.
Ella se recargó en el hombro de él y Jorge la abrazó.
- No quiero regresarme nunca a la ciudad. - murmuró ella.
- Yo tampoco, pero... No creo que debamos huir de la realidad, porque... esto no puede durar para siempre.
- Ya salió el Señor Perfección. - él rio.
- Mira, yo no estoy diciendo que... No podamos disfrutar estos días lejos de todo. Simplemente digo que no es tan fácil, cuando este tiempo acabe, que dejemos botado el trabajo, la familia... ¿Sí me entiendes?
- O sea que pretendes que estos días los pasemos relajados, casi huyendo de la realidad, pero luego que volvamos a nuestras vidas comunes.
- Solo digo que es lo más... adecuado.
- Y, en ese caso, Jorge, ¿qué se supone que soy para ti en este momento? - ella lo soltó, bastante molesta por la propuesta que había hecho Jorge, porque le sonaba a que la quería sólo para pasar el rato durante los días del congreso.
Él se dio cuenta de su reacción y suspiró; le tomó el rostro con ambas manos, haciéndola voltear hacia él.
- Mi Silvia Angélica, en este momento, y siempre, vas a ser la mujer a la que más he amado en la vida, pero también mi imposible más doloroso. - le acarició la mejilla con el dorso de los dedos, sin dejar de mirarla directamente a los ojos.
- Es imposible porque tú así quieres que sea.
- Ahora estás casada, y no quiero ser yo quien arruine ese matrimonio.
- ¿Crees que mi matrimonio me hace feliz? ¿No te parece que, si fuera así, no te hubiera besado ni te hubiera dicho lo que siento?
- No es correcto.
- ¿Esa es tu frase favorita?
- Sí.
- ¿De verdad estás dispuesto a lastimarme de nuevo?
- No, no quiero hacerlo, es por eso que... Pienso que esto es más como una felicidad fugaz, intensa, pero... que no puede ser para siempre. No lo consideres duradero ahora, ¿sí? No quiero prometerte cosas que luego no voy a cumplir.
- Es que eres un perfecto idiota, justo como te recordaba. - ella se levantó y caminó hacia la puerta.
Jorge dejó que caminara un poco antes de ir a alcanzarla. La tomó con ambas manos por los hombros y ella volteó, con los ojos llenos de lágrimas.
- Hermosa, no llores por mi culpa.
- Lloro porque todavía te amo y tú no alcanzas a entender en qué magnitud.
Sintió cosquillas cálidas en el pecho al escucharla decir que aún lo amaba.
- No quiero disfrutar estos días y luego volver a la realidad. Sácame de la realidad y ya.
Él la miró directamente a los ojos. Se acercó hasta sentir la respiración de ella mezclarse con su propio aliento y cerró luego los ojos, soltando un suspiro.
- Si me arriesgo por ti, te voy a meter en problemas.
- No me importa, y lo sabes. Nunca me ha importado.
- A mí sí me importa.
- No seas tan egoísta, piensa tantito en el daño que me vas a hacer si te alejas de mí otra vez.
- No, no te quiero lastimar. Te amo, y no quiero hacerte sufrir nunca más. - él le dio un suave beso en los labios. - Tu esposo va a querer matarme. - murmuró.
- Ése quiere matarte desde que te conoció.
- Lo merezco. Yo también querría matar al hombre que quisiera alejarme de ti si fueras mi esposa.
- Guapo... - ella sonrió. - Había pensado, desde mucho antes de que supiera siquiera de este congreso, en... separarme de David. No soy feliz con él, y mucho menos ahora. Te lo aviso de una vez para que luego no vayas a sentirte culpable por ello.
Cuando él iba a decir algo, escucharon pasos acercándose y se soltaron; el vigilante volvía caminando por uno de los pasillos laterales.
Les abrió la puerta principal, salieron y caminaron de regreso hacia la plaza principal. Pronto llegaron al hotel de ella.
- Te veo mañana, bonita. Tengo que pensar muchas cosas.
- No. Quédate a dormir conmigo. - él pareció pensarlo, pero luego respondió.
- No puedo. Necesito mi medicamento y lo dejé en mi habitación, así que... tengo que irme.
- No busques pretextos, George. Vamos allá.
Silvia le tomó la mano y él sabía que, una vez que ella se prendía de sus dedos, no había poder humano que la hiciera soltarlo.
Caminaron hasta el hotel y subieron a la habitación. Jorge fue a sacar una botella de agua y un vaso.
- ¿Dónde tienes tu medicamento?
- En la bolsa pequeña de la maleta. - él señaló el clóset.
Ella se acercó y abrió la maleta, encontrando de inmediato el frasco; se lo dio a Jorge y él sacó una pastilla.
- Gracias.
Atentamente, ella se quedó observándolo hasta que él volvió a dejar el vaso; Jorge la miró a través del espejo.
- ¿Te das cuenta de lo fácil que es pedirme que te pase el medicamento? - preguntó ella, bajando la mirada. - Mierda, Jorge, ¿por qué hicimos las cosas tan complicadas?
- Oye, lo sé, y tienes razón, pero en ese momento yo no veía otra opción. - él se acercó y le tomó ambas manos. - Además, yo estaba muy mal como para permanecer a tu lado. - ella le dio la espalda, soltándose de él. - Por favor, dime que lo comprendes, dime que entiendes por qué tuve que dejarte. Yo estaba muy mal, fueron los peores días de mi vida, estaba aterrado por haberte causado el accidente, por haberte hecho daño, por... por todo lo que te pasó por mi culpa.
- Yo no sentía ni un poco de miedo por estar contigo. Cuando estábamos en el hospital, yo solo quería que te recuperaras y, cuando iba a entrar a verte por fin, lo único que quería era que estuvieras despierto ya para poder abrazarte y llenarte de besos. Simplemente estaba feliz de que estuvieras vivo.
- No estabas consciente de la gravedad de mi problema.
- Ahora lo estoy. Eres esquizofrénico. Y sigo aquí, frente a ti, sin miedo a que me hagas algo, sin ganas de alejarme, y queriéndote como te quería entonces.
- Silvia, bonita...
- Has cambiado, ¿no? Eres menos inseguro, te valoras más, estás tranquilo y controlado con tus medicamentos, ya no te avergüenza tu condición porque sabes que no fue tu culpa. ¿O me equivoco?
- No, todo eso es cierto.
- Entonces, ¿qué te impide ahora estar conmigo? Me quieres tanto como yo a ti. Esta vez hay que arriesgarnos.
Jorge suspiró.
- ¿Qué vas a hacer con David?
- Ya te lo dije. Quiero divorciarme, porque no me hace feliz estar con él, porque llegué a sentirme cómoda pero no llegué a amarlo.
- ¿Ya se lo dijiste?
- Directamente, no, sabe que no soporto sus actitudes de las últimas semanas, y le dije que estaba cansada de ser su esposa. No he mencionado explícitamente la palabra "divorcio", pero puedo hacerlo en cuanto regresemos.
- Sabrá que es por mí.
- ¿Y? Creo que, en el fondo, siempre lo ha sabido. Yo susurraba tu nombre cuando dormía, y él se dio cuenta. Me lo dijo el día que nos casamos.
- ¿Soñabas conmigo?
- Todo el tiempo. Y creo que lo sigo haciendo.
- Quizá yo pueda comprobarlo hoy, si te quedas aquí conmigo.
- ¿Esta vez sí es una propuesta indecorosa?