La perfidia de la sarracenia

By AnyaJulchen

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Sin familia ni amigos en un país desconocido, Sung despierta de un secuestro en la habitación secreta de un d... More

Advertencia de contenido
La primera y la última vez
Visitas por la mañana
Llegadas por la noche
La visiones de la guerra
Primeras veces
A mano
Descubrimientos de primer orden
Manos que se ayudan
Borrones de tinta
Tensiones fuera de serie
Tensiones fuera de serie II
Dimensiones de la mentira I
Dimensiones de la mentira II
Dimensiones de la mentira III
Mudanza I
Mudanza II
Clientes I
Clientes II
Ellos I
Ellos II
Conspiración I
Conspiración II
Razones I
Razones II
Compromisos I
Compromisos II
Consecuencias de las acciones I
Consecuencias de las acciones II
Fallos en el plan I
Fallos en el plan II
Rarezas I
Rarezas II
Investigación I
Lobo en piel de oveja I
Lobo en piel de oveja II
Giro de tuerca I
Giro de tuerca II
Doble cuchilla I
Doble cuchilla II
El pago a Judas I
El pago a Judas II
La verdad tras la máscara
Epílogo
Agradecimientos

Investigación II

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By AnyaJulchen

Al acabarse el tercer cigarrillo, Bianco estiró su brazo en dirección al vidente mientras se limpiaba el resto de las cenizas del regazo. Atrapó la tela de su camisa con la punta de sus dedos y jaló, cuidándose de no alterarlo más de lo que ya estaba.

Sung no respondió a sus avances. Se encogió en su esquina, bajo la cobija proveída en un punto por el dueño de la casa, y le dio la espalda. El suspiro de Bianco llevó las nubes de nicotina a su alrededor, provocándole un deseo de ahogarse en las telas y olvidarse de las angustias que lo habían impulsado a la cueva del lobo.

El rubio se irguió en su puesto, tosió en la manga de su camisa antes de sonreír en calculada calma. Se levantaba y se sentaba en dirección al vidente, agitando los cojines con la fuerza de su propio impulso.

—¿Quieres algo de comer? ¿Tal vez echarte una siesta? Ya le cogí el truco al espagueti, y mi padre me envió un envase de salsa de tomate. —El orgullo de su avance en algo tan básico arrancó una sonrisa sarcástica de Sung. Fugaz, corta, pero suficiente para destensar el ambiente

En el último impulso de sus piernas, Bianco se sentó. Su pierna derecha rozándose contra la pierna izquierda de Sung. La diferencia entre sus contexturas hablaba no solo de sus pasados, sino también de la juventud del vidente y de los años que todavía faltaban para que su cuerpo se desarrollara. Era un adulto solo para la ley, su mente el de un adolescente aferrándose a la moral de su infancia.

Sung acarició la rodilla contraria, suspirando al imaginarse la piel cubierta de sangre de su futura muerte. Entrelazó sus manos con las de él, el vello rubio contraste con sus dedos libres de cualquier tipo de pelos.

En esa imagen, el vidente cayó en cuenta el paso de las semanas y de los meses. Sus uñas eran ahora más gruesas, sus manos algo más grandes que aquellas aferrándose a las de su padre. ¿Los primos detectarían los cambios en sus rasgos? ¿O, como el espejo, la costumbre los cegaba al paso de los años? Las conversaciones entre ambos estaban contadas, pero la opinión de Bianco no era una que Sung considerara valiosa.

Buscó sus ojos y los encontró llenos de angustia, de confusiones que tenían un solo nombre: Michel. El fantasma de su presencia era más intimidante en la mente de ambos, el puño de sus decisiones costumbre en alterarles la vida. Bianco acarició la cabeza del adolescente.

—No tengo estómago para soportar tu comida a medio hacer. Luego te prepararé algo.

—Uy, unos fideos entonces. La pasta de trigo te queda muy aceitosa.

La conversación murió, la sonrisa de Bianco volviéndose una línea recta pálida al tiempo que Sung se ajustaba el vendaje. El espacio entre ellos fue llenado por el espectro de los continuos abusos, el secuestro y las visiones inventadas por el vidente. La amistad sería una absurda posibilidad entre ambos, el mayor de los dos fuente constantes de heridas y de abusos imposibles de perdonar.

Sung inclinó la cabeza sobre su hombro. Cerró los ojos contra el calor y la solidez de músculos, huesos. Sangre pronto a empapar las paredes de una residencia tradicional en las montañas.

—Estoy a punto de cumplir veinte años... En el futuro, no sé cómo explicarme estos dos años de pérdida y de aislamiento.

Bianco bufó.

—¿De verdad viniste a hablar de esto? Por la forma en la que te lanzaste a mis brazos, yo creí que tendría que consolarte entre lágrimas, envolverte como una empanada y hacer una sopa de pollo.

Fue el turno de Sung de reír. ¿Era nicotina lo único en esos pitillos?

—Intento romper el hielo. Es difícil llegar y decir «Oye, sé que me secuestraste y me violas a diario, pero tu primo está planeando mi muerte, tu muerte, la de sus aliados y seguro también tiene que ver en la tragedia de los hermanos incestuosos». —Rodó los ojos, sonrisilla despreciativa como cereza a su pastel— Digo, ¿habrías abierto la puerta de conocer mis intenciones de antemano?

El mafioso se hundió en el sofá, levantando los brazos. Sung rió.

—.... Ya. Me atrapaste. —Palpó el bolsillo de su camisa. No sacó la cajetilla, pero sí le sonrió con una disculpa en los labios—.Oye, yo pensé que los retrasados no podían ser sarcásticos o irónicos.

—Neurodiversidades, autistas en mi caso. Y sí, lo somos, de las frases bien hechas.

—Ustedes y sus términos inventados, luego vas a empezar con los elejebetes y los géneros en un prisma, ¿o era en un croma?

El vidente negó sin controlar la carcajada a la absurdez del momento. Debía darle cierto mérito a Biancho, su capacidad de ser imbécil era un talento harto trabajado.

—Pagas por acostarte con adolescentes y dices que soy muy iluminado para ti.

—Es que todo era más sencillo antes. Digo, era secuestro de hombre y de mujeres. Venta a hombres para el trabajo, órganos, prostitución y muebles. Mujeres para lo mismo, más los vientres... Y ya, no existía diferenciaciones ni categorías. —Las intenciones de controlar el vicio murieron en el chasquido del zippo, en la profunda aspiración. Sung se cubrió la nariz, esfuerzo fútil a los humos—. Ahora todo es tan complicado y raro...

La sala se llenó de humo. Sung olió solo la nicotina quemándose junto a los pulmones de ambos.

—No comparaste mi autismo con el uso de mujeres como incubadoras humanas... —Sung dejó caer la cabeza en el espaldar después de cruzarse de brazos—. Por eso Michel ha logrado engañarte. Sé que son uña y carne de niños, pero deberías contagiarte de una pizca de su cerebro. Se nota que su genética tiene poco que ver con la tuya...

—Ni tanto.

Sung ladeó la cabeza, observando el perfil del rubio. Bianco lo había imitado al apoyar también la cabeza en el respaldo, sosteniéndose el cigarrillo mientras su brazo libre caía sobre el regazo del vidente.

—¿A qué te refieres? —Preguntó el más joven, la fumarada picándole los ojos. Parpadeaba, los ojos acuosos.

Bianco hizo una pausa para responder su pregunta. Giró el cuello a su dirección, la mata de cabellos cayéndole sobre los rasgos. El verde de sus ojos lucía cálido por la punta ardiente en la oscuridad de sus pupilas, su alma lejana en la languidez que penetraba al recordar tiempos más felices.

—Michel y yo compartimos la mitad de nuestros genes... Es mi hermano mayor, hijo de mi padre con una prostituta.

Sung se irguió.

—¿Qué estás diciendo? Michel... ¿Quiere matar a su propio padre?

Bianco también se sentó, estirándose tan largo era. Subió los pies sobre la mesa, sacándose los zapatos entre dos movimientos. Dio un par de caladas, acariciándole la rodilla a Sung como se le dan cariños a un perro.

—Mi padre tampoco es la persona más filial. Insiste en que lo llamen «tío» aunque ya somos adultos y sabemos la verdad hace años... Cierto es que entiendo muy bien a Michel, también a mi padre. Esto va a estallar y nos llevará a los tres por delante. Ya lo acepto.

Sung lo miró con nuevos ojos, su cansancio en las bolsas bajo sus párpados, la pérdida de plasticidad en su piel. Lástima no era el sentimiento en él, sino más bien una mezcla de hastío y de aceptación. Era sencillo imaginar el tipo de crianza que podría tener un bastardo junto al hijo legítimo de una persona violenta, en un ambiente destinado a crear seres humanos poco empáticos y llenos de ira.

—En mis sueños... —Comenzó el vidente, aferrándose a las mantas sobre él, buscando calor y un cierto tipo de seguridad—. Vi a Dalmacio y a Michel discutiendo en una mansión sobre mí... Mi existencia y los secretos de mi talento.

El mafioso suspiró, asintiendo con una cierta desgana.

—Mi padre escuchó el rumor del renacimiento del niño Sol. Cuando mi tía seguía viva, entraba muy en la onda de las religiones alternativas y la mitología de distintas partes del mundo. El niño Sol era muy popular en esos momentos entre las esposas de los mafiosos, al menos los de nuestro círculo. —Golpeó el cigarrillo en el cenicero de vidrio entre sus piernas—. ¿Una persona capaz de ver el futuro y convertirlo en piedra? Era el sueño de cualquiera de los líderes emergentes de las nuevas generaciones.

—¿Cómo supieron de mí? De verdad... —Era necesario saberlo para matarlos. Sung respondió las caricias, realizando círculos en el estómago del hombre—. Tengo a duda desde que llegué.

Biancho chasqueó la lengua, tomó una de sus muñecas y le besó la mejilla. Su saliva tenía un toque de alcohol.

—La familia que te esperaba aquí te vendió, Sung. —El joven no reaccionó—. ¿Ya lo sospechabas, verdad?

—Es una de las razones por las cuales mi padre me subió a ese avión. Descubrió a una de mis tías negociando mi venta con unos capos de las drogas en la frontera colombiana. —Su garganta estaba seca, el pitido de los dolores de cabeza un rumor lejano y presente—. No fui el único que acabó en el mercado de seres humanos, pero mi precio no era el mismo que el de otras personas. Había perdido la casa de forma reciente, no la culpo. Tenía hijos para alimentar.

Bianco le ofreció su cigarrillo y le ayudó a dar un par de caladas, sobándole los hombros. Sung tosió, el ardor en la boca de su estómago, en la garganta y en la nariz. Se sorbió la nariz, devolviéndole el pitillo para no quemarse la piel.

El mafioso, en un extraño arranque de empatía, metió los dedos en el cenicero y, entre los restos blancos, sacó lo que, a simple vista, parecía un botón. Sung lo recibió, la duda en la expresión.

—Esto encontré en tu habitación hace un par de días. Es un micrófono, igual a los que saqué de las lámparas de mi cuarto y de la oficina.

Sung cerró el puño, llevándolo a su pecho. Temblaba y el ardor de la piel de Bianco era igual al fuego. El mafioso asintió, acariciándole los brazos al notar la agitación creciente de cada uno de sus músculos.

—¿Rastreaste el origen de la señal?

—Usa tu imaginación al respecto. —Señaló la puerta principal—. No tan lejos de aquí. Escuché que, incluso, pasaste la noche ayer allí.

El vidente asintió.

—En el departamento de Shin y en las oficinas de Temujin también debe haber...

—Y en las oficinas de papá. De otro modo, no estaría tan tranquilo. —Bianco asintió de nuevo. Parecía uno de esos animales que colocaban en los autos, cabezas bailarinas a cada golpe o curva—. Ya se lo he advertido a papá.

—¿Y qué te dijo?

—Nada, está ocupado contra Temujin. Intenta hacerse con los territorios de los indios, pero prefieren a los chinos que a un montón de italianos y de latinos. —Se levantó—. Igual hablaré con Michel. Papá es muy tolerante con él, no así si alguien fuera de nosotros se entera. No les costará cortarle la cabeza y venderle la muerte a alguno de nuestros enemigos. Los traidores no son bien vistos en ninguna familia.

Sung también lo siguió a la cocina, mucho más tranquilo por la conversación y la seguridad de que no estaba tan loco como pensaba.

—No te hará caso, cree que eres bobo. —Aceptó el delantal. Se sujetó el cabello en un moño alto.

—Igual tengo que intentarlo. Es trabajo de los hermanos menores evitar que sus mayores hagan un cagadero tan grande. —Bianco descolgó las ollas más grandes, vistiéndose también con uno de los delantales—. No podré dirigir a mi grupo si Michel nos abandona.

Sung no dijo nada, quitándole el utensilio para llenarlo de agua. Su reflejo lleno de burbujas era más real que cualquier información de sus sentidos.

Sus pensamientos no estaban en él, sino en cuánto sabía en verdad Michel sobre sus conversaciones con Shin, las llamadas, las palabras con sus clientes y con el propio Dalmacio. El piso bajo sus pies se caía a sus pasos. Ahora solo era cuestión de tiempo pisar en falso y caer al horror que le sonreía desde el fondo del abismo.

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