Capítulo XXX

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La algarabía del ambiente en el jardín era notable y Adina pensó entonces que los alemanes, eran muy ruidosos a pesar de que ella, aunque sólo fuera en sus recuerdos, también era alemana. La música alegre sonaba, los soldados gritaban, bebían y reían, lo que causó repulsión en la jovencita, eran unos completos monstruos en el día y en la noche, se divertían, como si todo lo que estuvieran haciendo en los ghettos y los campos de trabajo fuera lo correcto. Con una actitud pomposa, Adina se movía de un lado al otro, al igual que sus compañeras, el baile estaba por terminar y quizás, era la parte más sana de aquella noche ya que después de eso, las jóvenes debían de cambisrse el atuendo, para empezar a trabajar de verdad, algunas de ellas directamente no bailaban sino que se sentaban en los regazos de los hombres que les permitía hacerlo, tomaba de su vaso de vino, fumaba y reía mientras otros hacían chistes sin gracia, parecía ser un mundo desconocido en el que Adina no quería estar, pero luego de concluir el baile y optar por un vestido blanco al estilo griego, salió de las sombras, mirando a su alrededor y deseando que nadie la considerará lo suficientemente atractiva como para pasar el tiempo con ella.

Pero, no podía estar más equivocada, la suerte no estaba de su parte aquella noche ya que entre todos los soldados nazis un par de ellos se habían fijado en ella y entre esos, se encontraba Adler, que dándole vida al significado de su nombre, miraba fijamente — sin que ella se diera cuenta. — a la chica, justo como un águila observa a su presa. Analizaba cada parte de su diminuto cuerpo envuelto en un vestido blanco, parecía ser una de las más jóvenes y la más tímida de todas ellas, ya que era la única que no se acercaba a ninguna mesa, luego de unos segundos, decidió sentarse sobre un taburete al frente de la barra, apoyo su rostro sobre su mano mientras mantenía los codos sobre la mesa, parecía aburrida y en cierta parte, daba la sensación de que no deseaba encontrarse en ese lugar. Ya que la única vez que la había visto sonreír en la noche, fue cuando salió en el escenario.

—¿Vas a ir a hablar con ella? — la pregunta de Conrad hizo que Adler volviera a caer en la realidad.

El chico, frunció el ceño y su amigo sonrió abiertamente. — no te hagas el desentendido Adler. — pidió entre risas. — no le haz quitado la mirada desde que salió por ese escenario. — indicó. — y si yo fuera tú, estaría ya entre sus piernas.

Adler sonrió de manera cómplice y por segundos se imaginó una escena de pasión desenfrenada con la jovencita que descansa encima del taburete de madera de abedul. Acariciaba con las yemas de sus dedos la copa de vino tinto que estaba sobre la barra, parecía estar tranquila, pero al mismo tiempo observaba el lugar y a las personas, como si no pudiera creer que alguien como ella pudiera encontrarse en un cabaret austriaco. Si lo grabas mirarla atentamente, podrías darte cuenta que en verdad, no parecía ser el tipo de mujer que se encontraba divirtiéndose a éstas horas de la noche, un leve y tímido bostezo comprobó que no estaba acostumbrada a estar despierta tan entrada la noche.

Tomando impulso, Adler se levantó, dispuesto a acercarse a la jovencita que apenas terminaba su primera copa de vino en la noche, y mientras más cerca estaba, se daba cuenta que se veía mucho más simpática de lo que pensaba y justo cuando iba a tocar su hombro, otra chica le tocó el suyo, distrayendo por completo al joven, quien se dio vuelta para mirar a la voluptuosa peli negra que había pedido su atención con leves toquesitos.

—¿Te gustaría bailar, muñeco? — preguntó la mujer, de forma juguetona, con la típica actitud que una mujer de cabaret debería tener y Adler estaba acostumbrado a aquel tono de voz tan... condescendiente.

El rubio negó y la chica siguió su camino sin tomarle importancia al hecho de que había sido rechazada por un soldado, cuando Adler se dio la vuelta nuevamente para encontrarse con la chica que había estado observando, ella ya no se encontraba en la barra, había desaparecido entre las multitudes como un saltamontes, entonces el joven miró a su amigo, en busca de apoyo, pero Conrad se encontraba atendiendo asuntos más importantes como la rubia que descansaba encima de sus piernas y que de manera sensual, le hacía cariñitos en el cabello. El joven bufó enfadado, si algo había aprendido en las SS era a tener el control y más allá de su personalidad, Adler odiaba cuando todo se salía de su zona de confort, podría decirse que el ejército lo convirtió en un hombre más autoritario, frío y controlador que jamás había sido y en esos momentos, esos atributos estaban floreciendo en su intoxicado cuerpo.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora