Capítulo XXXVII

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El hostentoso apartamento que le había sido concedido a Adler Firgretmann resultaba ser oscuro y lúgubre, ni siquiera las  elegantes decoraciones podían hacerle justicia. No se lograba percibir ningún sonido, ni se lograba escuchar las respiraciones del joven mientras dormía. Todas las ventanas estaban cerradas o cubiertas y no existía cabida para la luz solar, así como tampoco estaba la posibilidad de reírse en aquel lugar.

Pero, a pesar de ser un hombre relativamente joven, con un nombre importante dentro de las filas de las SS y poseer el dinero suficiente como para tener una vida llena de lujos, Adler se encontraba realmente solo. Y aunque compartía su cama con mujeres, ellas iban y venían, ninguna era permanente por más que ellas quisieran convertirse en la señora del comandante Firgretmann. Las chicas enamoradas no faltaban, y él era muy consciente del efecto que causaba sobre el sexo contrario, podía notarlo cuando caminaba por las calles de linz, así como había ocurrido en Francia, sin importar la edad, las mujeres se detenían a mirar de una forma poco disimulada al joven uniformado, a pesar de que fuera un alemán y decir que Adler no disfrutaba de tal atención, era mentir, aunque su madre ya había comenzado a hablar sobre el matrimonios e hijos, él no se sentía listo aún, para dar tal paso y quizás se debía en parte, a que no había llegado la mujer indicada, que arrojará las semillas de la responsabilidad y germinaran dentro de él las ideas sobre el compromiso.

Justo cómo solía pasar cuando estaba en Francia, amaneció al lado de una chica, de la cual no podía ni siquiera recordar su nombre, una melena rojiza estaba encima de su rostro, apartó los mechones rebeldes que no le dejaban abrir sus ojos y cuando finalmente lo hizo, recuerdos de la noche anterior, llegaron a su mente. Tanto como Conrad como Joseph se las habían intentado para realizar una fiesta en el domicilio de Conrad, la cual, evidentemente estaba llena de jóvenes, en su mayoría austríacas, que estaban ansiosas para complacer (en todos los sentidos) a sus conquistadores.

Adler alzó un poco su cabeza, para mirar con el rabillo de sus ojos la hora que marcaba el reloj. Su guardia en el campo comenzaba dentro de una hora, tiempo suficiente para arreglarse, despedir a la desconocida y partir a su trabajo detestable. Fue así como se puso de pie, sin importar si despertaba a su joven acompañante de cama, la cual se removió, extendiendo sus extremidades por lo largo y ancho del colchón, abrazando una almohada. Su rostro ahora estaba descubierto y podo admirarla unos instantes, tenía pequeñas pecas sobre sus mejillas y no parecía tener más de veinticuatro años. Pero, a pesar del encanto inicial, su mente viajo directamente al recuerdo de Helen, la chica que trabajaba en el jardín y la razón por la cual iba hasta ese lugar, casi todas las noches. Mientras se aseaba, Adler pensaba en sí Helen lo había extrañado aunque sea un poquito, ya que ayer, evidentemente, no había podido ir hasta el cabaret. Luego de bañarse y cepillarse los dientes, tomó su uniforme y se vistió frente un espejo de cuerpo completo que había en medío de la habitación principal. El panorama de la alcoba daba a entender que dos jóvenes la habían pasado muy bien la noche anterior, las sábanas estaban arrugadas, algunas almohadas yacían en el suelo, mientras que la ropa de ambos, se encontraba tirada por sillones y muebles que habían alrededor.

Otro pensamiento se vino a su mente sobre Helen y se preguntó a sí mismo ¿por qué le estaba sucediendo eso? No era una chica con belleza extremadamente inigualable, era bastante guapa y bien parecida, a pesar de su bochornoso lugar de trabajo, ella muy bien podía ser una mujer alemana hecha y derecha, tenía el porte de una joven alemana, entonces pensó, que Helen en Alemania, tendría muchos prospectos para maridos, sabía que allá en su país, ella sería como un par de díamantes en venta, que serían dados al mejor postor. No era, difícil imaginarse a esa chica, como una ama de casa, una buena partidaria para madre, pero ¿por qué Adler pensaba en ella como si pudiera ser buena esposa y madre?

Y entre tanto la curiosidad lo mataba por dentro, pues sabía que su joven castaña le mentía, descubrió una noche cuando la llevaba a lo que él pensaba que era su residencia, que simplemente desaparecía, sin siquiera abrir la puerta del edificio, había intentado seguirla, pero en un momento sabía exactamente donde estaba y luego de parpadear, se mezclaba entre la oscuridad de la noche. Pensó entonces en comunicarse con la gestapo, para averiguar más sobre ella, pero sabía que sí encontraba algo que fuera correcto, sería envíada a un campo, a esos mismos campos donde el trabaja, donde los niños morían de hambre, las mujeres eran abusadas y los hombres, caían al suelo sin vida. No podía imaginar a Helen en un lugar de esos, ella era tan guapa, pero tan misteriosa, que le hacía preguntarse si estaba bien seguir viéndola.

Podría ser una comunista, que esperaba el momento perfecto para matarlo a sangre fría, pero analizando la situación más allá de la locura, la teoría, no tenía ni pies ni cabeza. En el jardín habían personajes más importantes que un simple comandante. Y aunque pensaba en razones y justificaciones para la joven, no lograba encontrar una que pudiera saciar su curiosidad.

El juego sensual y coqueto en el que ambos participaban, era divertido para Adler y a pesar de sus incógnitas, estaba decidido a seguiremos viendo a la chica en cuestión, pero algo había decidido, iba a descubrir sus misterios, así terminará destruyendo la ilusión por ella que comenzaba a crecer en su interior.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Where stories live. Discover now