Capítulo XXXX

384 47 15
                                    

El tiempo de convirtió en algo subjetivo, no hubo nada que logrará detener lo que estaba destinado a pasar, tarde o temprano, el deseo entre ambos iba a estallarles en la cara y la únicas barreras que Adina se había encargado construir, las destruyó por completo cuando llegaron apresurados a su apartamento.

Adler ni siquiera pensó en que ahora compartía vivienda con su hermano Joseph, nada estaba claro en su mente y lo único en que podía pensar, era en el sabor de vino que podía percibir de los labios de su compañera, la cual ya se había tomado la confianza como para quitarse sus zapatos al mismo instante cuando él la tomó entre sus brazos. Cada caricia, cada beso, era tan único, tan distinto al anterior, ni siquiera había posibilidad de partida para un punto de comparación entre las otras amantes que estuvieron anteriormente. Helen era tan fugaz, tan explosiva, que parecía ser dinamita. Ella había llegado para cambiar las reglas de su juego y a pesar de que él ahora estaba encima de ella, sabía muy bien que la única que tenía el control total de la situación era ella.

Justo como dos adolescentes, dejándose llevar por las hormonas alteradas y sucumbiendo al deseo de lo prohibido, se deshicieron de todo lo que representaba un obstáculo para amarse sin restricciones. Ambos estaban ahí, uno encima del otro, disfrutando intensamente de cada segundo como si fuera el último. Nadie tuvo que decir nada y cuando sus respiraciones comenzaron a normalizarse, no podían dejar de mirarse. Adina estaba acostada encima de su pecho, justo como Dios la había enviado al mundo, él ni siquiera terminaba de procesar todo lo que había pasado, pero sabía, que era el hombre más afortunado del mundo. Mientras tanto, Adina comenzaba a entrar en razón y el remordimiento comenzaba a inundar sus pensamientos, se había dejado llevar por el placer, por lo que alguna vez había sentido, se dejó vencer por la tentación y no sabía si todas esas copas de vino tomadas en el jardín habían contribuido al gran problema en el que ahora se encontraba. Se sentía muy ansiosa, pero no era capaz de decir una sola palabra, porque a pesar de colocarse la soga al cuello, no quería romper el mágico silencio que comenzó a reinar en la habitación cuando ambos terminaron.

Con sumo cuidado, Adler repartía pequeños besos en sus hombros desnudos mientras ella admiraba algún punto muerto de la habitación, ya no quería pensar, estaba tan cansada de todo el peso que debía soportar para mantener a todos los suyos con vida, ese hombre, era un nazi, un comandante de las SS, Adler pertenecía a los mismos hombres que la habían sacado de su hogar, que habían convertido su vida en un infierno, los hombres que la querían ver trabajar hasta morir, Adler era de esos hombres y no podía negarlo, sus besos y caricias, eran pequeños pañuelos de agua fría, que calmaban la fiebre de la realidad y ella lo sabía, aunque intentaba negarlo, no podía. Él era un nazi, él era un asesino y también, el padre de su hijo. Se sentía débil ante él aunque ya habían pasado alrededor de cuatro años, ella no era la misma chiquilla ilusionada que él había conocido y a sus ojos, ella era Helen Blanch, la joven de cabello parecido al caramelo con voz de ángel, que cantaba y bailaba todas las noches en un cabaret. Eso era ella, una mujer que había caído en los encantos de un nazi, no podían culparla ¿o si? De igual forma, no podía negarse lo bajo que había caído en aquel momento, sentía que había defraudado a toda su familia, principalmente a Frederick.

La joven intentó levantarse, pero fue detenida rápidamente por los fuertes brazos de Adler, quien la sujeto.

—¿Ya te vas? — Adina lo miró en medio de la oscuridad y su rostro se seamejaba al de un cachorro triste. — normalmente, el que se marcha primero luego de hacer el amor, es el que lleva la batuta de la relación.

—No tenemos una relación Adler. — susurro la joven. — sólo fue un momento. —Adler soltó su agarre para que ella se levantará y así lo hizo, tomando del suelo su ropa interior para vestirse de nuevo. — y en el hipotético casi de que ambos tengamos algún tipo de relación, probablemente yo llevaría la batuta. — declaró sonriente.

Adler hizo una mueca y comenzó a reírse sin dejar de observar como poco a poco volvía a ser la misma joven que conocía, pero no dejaba de pensar cuanto le gustaba más ahora que la había visto sin tantas prendas y brillo encima. Con ropa o sin ella, Adina era una estrella y de eso el joven no tenía ninguna duda.

—Bueno, yo solo te pido que momentos así se repitan con regularidad. — dijo, siguiendo la acción de Adina y levantándose para recoger su ropa.

—Está noche me haz pedido muchas cosas. — murmuró Adina, colocándo en orden su cabello frente a un espejo. — si pudiera conceder deseos, ya habrías agotado tus oportunidades. — Adler sonrió, fascinado con la nueva faceta juguetona que tenía Helen ahora.

—En ese caso, debo ser más cauteloso. — comentó el joven rubio acercándose a la chica y plantando un beso en su cuello. — y pediré mis últimos dos deseos ahora. — anunció.

Ambos estaban mirándose a través del espejo de cuerpo completo que había en la habitación de Adler, el joven acariciaba con delicadeza sus caderas y su respiración cerca de su cuello y oído, hacían que sus piernas comenzarán a temblar un poco. Aquellos roces más toda la acción que había presenciado minutos atrás, le daban a entender a la joven que Adler sabía muy bien cómo tocar a una mujer, a diferencia de su primer encuentro cuando ambos tan sólo eran adolescentes, parecía ser un experto en anatomía femenina y que punto exacto estimular para que cualquier mujer, caiga en sus pies.

” Luego de probarte, no creo ser capaz de dejarte tan fácil, por eso es que mi últimos dos deseos es que dejes de trabajar en el jardín y que te vengas a vivir conmigo. — hizo una pausa. — al lado de un comandante de las SS, no te faltará nada, no volverás a trabajar y serás mi chica.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Où les histoires vivent. Découvrez maintenant