Capítulo XVI

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El segundo conflicto más grande de Alemania empezaba a suceder y con ella, la destrucción de todo a su paso. Adina tenía ocho meses de embarazo y se encontraba en su apartamento con Frederick, cuando la gestapo derrumbó su puerta, sin mediar palabras ni consideración, ambos jóvenes fueron notificados de que debían ir a un lugar donde sólo podían estar los judíos y que contaban, como el resto de las personas del edificio, con tres minutos para tomar sus pertenencias esenciales e irse con ellos. No ofrecieron ningún tipo de explicaciones; pero sus gritos, amenazas y atropellos, le indicaron a Frederick Schwartzheim, que lo que se acercaba, no podría ser bueno.

Había escuchado en la calle los  rumores acerca de esos lugares, que los alemanes llamaban "campos de trabajo" y aunque aseguraban que sería por un corto período de tiempo, las personas que se iban, jamás regresaban, y no se había escuchado del primer judío que logrará testificar, sobre las intenciones que los nazis predicaban cuando la gestapo los arrastraban fuera de sus casas, pero su intuición le decía a Frederick, que debía de proteger a Adina, de lo que fuera y quien fuera.

Ambos hicieron una maleta cada uno, Adina incluyo la ropa de bebé que había tejido a lo largo de los meses anteriores, ella también se encontraba nerviosa,  ambos salieron de su hogar y  ninguno de ellos pensó que aquella vez, sería la última vez en la que estarían en aquel lugar al que consideraban hogar.

La noche era sumamente fría, como una típica noche de otoño, las ojas de los árboles caían, se escuchaba el llanto de los bebés y niños asustados, los gritos de las mujeres desesperadas que pedían explicaciones y el silencio inquietante que convertía a los hombres en una tumba, los cuales sólo se dedicaban a murmurar que todo estaría bien.

Aquella escena, parecía sacada de una novela de terror, y si antes el trato a los judíos era pésimo, ahora eran tratados como criminales. Los perros que tenían algunos policías no paraban de ladrar, los gritos de los efectivos de la ley amenzaban y humillaban a quienes se resistían a obedecer sus órdenes.

Y todo lo que parecía ser una noche tranquila, se había convertido en completo caos en cuestión de minutos. Adina tomaba del brazo a su hermano con fuerza, sintiendo que el calor de Frederick y su cercanía era lo único seguro que tenía, y así era. El mayor agudizó sus sentidos, podía entender cada súplica, cads grito, cada lloriqueo, cada demanda y cada atropello, esto con el fin de encontrarse lo más atento que pudiera, para poder reaccionar a tiempo. Varios camiones llegaron que empezaron a llenarse de personas, la mayoría preguntaba a donde se dirigía, sin recibir respuesta alguna, Frederick y otro joven más, ayudaron a Adina a subir en el camión, entre todas las personas allí, era la única embarazada, ya que las otras mujeres tenían hijos o recién habían dado a luz.

—¿Qué pasará con nosotros? — susurro Adina, quien buscaba del calor fraternal de su hermano, el cual sin dudarlo la acogió en sus brazos.

—No lo sé. —respondió con sinceridad. — No te separes nunca de mí. — murmuró entre dientes, mientras observaba como las personas seguían subiendo, incluso cuando el camión había alcanzado el límite de personas a bordo, los niños fueron cargados en los brazos de sus padres, por órdenes de la gestapo para que así, más personas pudieran subir. Y cuando, desearon parar de subir s las personas, un sonoro golpe en la parte trasera del vehículo, indicó que podía avanzar.

Adina observaba como poco a poco se alejaba de su hogar, viendo a lo lejos y recordando cada momento vivido en aquella calle, las risas de los niños que ahora eran adolescentes como ella, el olor a comida recién hecha que emanaba de las ventanas abiertas en verano, toda su vida estaba en esa cuadra y su gato, se había quedado ahí también, observando desde la ventana, era testigo de cómo su dueña abandonaba lo que antes había sido su vida. Pequeñas lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, y no era la única, la mayoría de mujeres que se encontraban aún conmocionadas por la arbitrariedad de la gestapo, derramaban lágrimas silenciosas para no espantar más a los niños.

El viaje duró toda la noche y aunque fue difícil encontrar un sitio donde sentarse, los valores humanos seguían presentes en aquellas personas, las cuales hicieron un pequeño hueco para que Adina, pudiera sentarse. Con un poco de dolor en su vientre, miraba al cielo, haciendo una súplica silenciosa, pidiéndole al Señor que nada le pasara a su bebé.

—Nos llevan a nuestra muerte. — especuló uno de los hombres que allí se encontraban. — he escuchado lo que les hacen a los judíos y es horrible. — murmuró.

Al escuchar esas palabras, Adina sintió como eñ tiempo comenzaba a detenerse, su mente se despejó en un intento de buscar recuerdos felices que mantuvieran su cerebro ocupado en algo para no pensar en el destino incierto que le había tocado. Entonces, recordó momentos cuando era niña, su padre y su madre juntos en la mesa, riendo y hablando con ellos, Frederick tenía una sonrisa en sus labios y todo parecía estar perfecto, hasta que, la imagen de él cuerpo desmembrado de su padre aparecía, luego venía a su mente la muerte de su madre y abrió los ojos asustada.

Simplemente había estado soñando, se tranquilizó. Habían pasado cinco horas más de viaje hasta que llegaron a su destino. Un lugar abandonado a la suerte de Dios, ubicado en un pueblo vecino se encontraba el guetto judío, el sol de medio día iluminaba con gran claridad todo el lugar y a sus personas, las cuales no parecían serlo precisamente. Su mirada apagada y sus cuerpos sucios, mostraron la verdadera realidad de la intención de los alemanes. Frederick tomó con fuerza a su hermana mientras el y otro joven ayudaban a bajarla. La chica sentía sus piernas entumecidas por el largo viaje y con un olfato más agudo gracias a su estado de gestación, los desagradables olores del guetto hicieron que las náuseas que sentía, se convirtieran en vómito. Algo que disgustó a los soldados alemanes que allí se encontraban.

Formaron una fila, mujeres y hombres, las primeras sostenían a los niños con su cuerpo o les tomaban la mano, uno por uno iba empezando con la perfilación de las personas que entraban, revisaban exhaustivamente los equipajes, para descartar cualquier objeto que pudiera servir como arma y también, confiscado aquello que tuviera algo de valor.

El turno de Adina llegó, se encontraba frente a un guardia alemán que estaba sentado en una mesa de madera con un registro en sus manos.

—Nombre y apellido. — demandó el hombre.

—Adina Schwartzheim. — susurró la chica, con la mano en su pancita.

El soldado se bajó los lentes y miró el vientre de Adina, percatandose de que estaba en gestación.

—Vaya, ¿cuántos años tienes?— preguntó.

—diecisiete años señor.

El hombre empezó a reír.

—Vaya que las judías sin unas grandisimas putas. —recalcó entre risas. —¿Donde está el padre del engendro?

Las palabras del guardia hirieron a la chica que por segundos pensaba en decirle "el padre de éste engendro como tu lo llamas, es igual a ti" pero, sabía que no estaba en esa posición, así que miró a su hermano, que no estaba muy lejos y podía escuchar la conversación que la menor estaba teniendo con él guardia.

—Él es mi marido. — respondió, señalando a su hermano mayor.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Where stories live. Discover now