Capítulo XXVII

448 49 25
                                    

A solo unos veinte kilómetros de la ciudad de Linz, se encontraba una zona poco poblada, localidad idónea por sus minas de granito, las cuales luego de empezada la guerra, eran de gran ayuda para impulsar la gran máquina constructora del Tercer Reich. El campo de trabajo llevaba el nombre de la misma localidad, un complejo de campos construidos en el mismo lugar, le daba el aspecto de un castillo medieval del terror, Mauthausen-Gusen.

El campo de iba ampliando poco a poco, mientras la demanda aumentaba, el lugar fue extendiéndose hasta convertirse en uno de los complejos de campos de concentración más grandes de la zona nazi en Europa, los subcampos estaban localizados por toda Austria y también al sur de Alemania, donde los reos trabajaban en las fábricas de munición, armamento, minas y plantas de ensamblaje de aviones militares.

La extendidad del lugar impresionó por completo a Adler, quien iba al lado de los generales encargados del campo, con la vista lo más lejos posible de los presos del campo, el joven admiraba el trabajo de arquitectura realizado por los encargados del proyecto del complejo, pisando charcos de lodo y tierra seca que dificultaba su andar, llegó al lugar más escalofriante de todo Mauthausen.

—Nosotros la llamamos "la escalera de la muerte" — indicó el general, admirando con orgullo todos los aspectos que tenía el campo para ofrecer.

Se trataba de una escalera que daba acceso a la cantera, realizada de forma insegura resultaba ser vertiginosa, algunos soldados de menor rango se encontraban controlando a los reos, los cuales estaban siendo azuzados por golpes, subiendo y bajando peldañós cargados de pesado material día tras día, donde un simple tropezón podía significar la muerte. La luz solar iluminaba el inmenso lugar y por instantes, Adler deseo encontrarse nuevamente en París, terreno que había conquistado a base de balas, muertes y lágrimas, lugar que a pesar de vivir un solo año, se había sentido como su hogar, rodeado de las mejores influencias, comiendo en los mejores restaurantes, disfrutando del privilegio y el estilo de vida francés que lo había cautivado, extrañaba el aroma de las flores, el cantar las aves y los rostros de las personas que allí se encontraban. Todo era tan diferente en Mauthausen, en Linz, en Austria incluso en la propia Alemania, había partido desde 1938 a la escuela militar, en donde fue formado y  sorpresivamente sobresalió entre el resto de estudiantes, por eso no fue de extrañar que el día de su graduación, fue uno de los graduados con honores del Reich y así fue como Adler comenzó como miembro de las Ss.

Adaptarse al estilo de vida militar fue un poco complicado para un joven acostumbrado a un estilo de vida más hostentoso y a pesar de que provenía de buena familia, empezó como soldado razo, al igual que sus compañeros, pero al poco tiempo, comenzó a escalar posiciones y cuando la invasión a Francia se hizo un rotundo hecho, el joven de tan sólo veintitrés años lideró su propio pelotón. Su apellido no sólo era famoso por Adler, sino también por su hermano menor, Joseph, que a pesar de tener tan sólo veinte años, formaba parte de la Gestapo y había recibido el nombre del "caza judíos"  ambos hermanos le otorgaban distinción al apellido que portaban, pero al principio no era algo que ellos quisieran y aunque se habían acostumbrado a su nueva realidad, en el fondo, les daba temor pensar en que la decisión de su padre en incluirlos activamente al Tercer Reich, fuese un error.

Aunque la mayoría de soldados dormían cerca del campo, a unos cuantos metros en casas rurales muy bien decoradas, Adler gozaba del privilegio de poder asentarse en la ciudad de Linz, teniendo el compromiso de que estaría a primera hora en el campo y cumpliría de forma correspondiente su horario. Le fue asignado un apartamento en la mejor zona de Linz, en donde vivían las personas más pudientes que en su mayoría eran soldados de alto rango y austriacos adinerados que apoyaban de alguna manera y otra al partido nazi. Su cuerpo cansado luego deo primer día de su jornada laboral llegó al nuevo apartamento que se encontraba justo como había sido entregado y aunque Adler no intentaba averiguar sobre los antiguos dueños, sabía que el inmueble había pasado a manos del estado por pertenecer a una familia adinerada de judíos. Las fotografías personales, así también como cualquier recuerdo había sido previamente eliminado antes de la llegada del joven, al igual que las sábanas, objetos de aseo personal y las prendas que habíab quedado en el lugar, lo que sí seguía intacto eran todas las decoraciones, pinturas, jarrones, radio, vagillas de porcelana entre otras cosa que convertían el lugar en un pequeño palacio de arte y belleza de la más refinada y delicada.

El lugar aunque estaba repleto hasta el cuello de decoración, se sentía vacío y eso fue lo mismo que pensó Adler, cuando le dio un recorrido. En Francia, tenía un apartamento modesto y aunque de igual manera el inmueble había pasado de dueños judíos al estado, el apartamento tenía ese toque hogareño y simple que el joven había empezado a admirar desde sus inicios en las SS. Todo su vida se había rodeado de lujos y exectrincidades que le eran permitidas por la posición de su familia, pero la guerra de algún modo lo conmovió y las vajillas de porcelana, los cubiertos de plata y obras de arte en la pared, pasaron a formar parte de las cosas con las que el podría vivir sin tener la necesidad de obtenerlas.

Fumó un cigarrillo mientras observaba una pintura que estaba colgada en la sala, un hermoso paisaje destellaba lo bello que podía llegar a ser la naturaleza que rodeaba a Austria, y pensaba irse a dormir nuevamente luego de un vaso de agua, hasta que tocaron su puerta.

Si algo le había enseñado la guerra, era a estar siempre preparado para un ataque del enemigo, inconscientemente el joven tomó el arma que descansaba en un mueble y luego de colocarla detrás de su espalda, abrió la puerta. Topandose con el cuerpo de uno de sus amigos de las SS, joven que había sido reclutado el mismo día que él, que se habían graduado juntos con honores y que además de eso, habían partido a Francia juntos. Desde 1938 la amistad de Conrad y Adler comenzó a fortalecerse al punto de convertirse en mejores amigos, el amigo que nunca habían tenido, llegó en la guerra y la muestra de su cercanía fue el cálido abrazo que se dieron cuando se vieron.

—Ulálá. — el acento francés de Conrad retumbó en toda la habitación al entrar. — creo que vendré a vivir contigo. — murmuró admirando el lugar. — a los comandantes siempre les toca la mejor parte.

Adler comenzó a reír. — podríamos vivir juntos, no me haría más feliz que ver esa cara de estúpido todos los días.

El joven que solo era menor a Adler por un año, hizo muecas haciéndose el ofendido para luego reír. Ambos se trataban con cariño, como si fueran hermanos de toda la vida, incluso, se llevaban mejor entre ellos que con sus verdaderos hermanos de sangre, asi que no era de extrañar que el par mantuviera el contacto durante el tiempo que estuvieron separados. Conrad había llegado a Linz meses antes que Adler y estaba trabajando en el mismo campo, cosa que aunque le sorprendió al mayor, era algo que podría esperarse ya que entre los soldados nazis, estaban tomando en cuenta para puestos de alto rango en lugares como Mauthausen y ambos, en diferente medidas, venían de familias influyentes.

—¿Por qué no salimos está noche? —preguntó el menor de los hombres, quien estaba sentado en una silla frente a su compañero. — cuando llegue aquí me llevaron a un lugar llamado El jardín, allí se reúnen los altos mandos y toda la élite de Linz. — indicó. — yo desde que fui, asisto casi todas las noches en busca de una buena compañía femenina.

Al pronunciar las última palabras, Adler comprendió de al tipo de lugar al que se refería su amigo, tenía que tratarse de un cabaret, porque ningún hombre y menos en la primavera de su vida hablaría con tanta emoción sobre un restaurante o un simple bar. Y al contrario de su amigo, a Adler no le agradaba mucho la idea de ir a un sitio a mirar mujeres semidisnudas que se abalanzaban sobre sus piernas en busca de algo más que una simple copa de vino, y aunque antes y luego de irse al ejército había tenido amores, ninguno había perdurado y la prueba de ello era Adina, la, joven rubia que le había arrebatado unos cuantos suspiros. Muy pocas veces, cuando se encontraba en la soledad absoluta, pensaba en ella y aunque no eran muchas veces debido a que sus pensamientos iban dirigidos casi que inmediatamente al hecho de que ers una chica judía, lograba recordar su rostro y cuerpo, en lo que para su mente quedó guardado como un bonito y rápido amor del pasado. Y como Adina, después de ella hubieron otras chicas más, que le arrebataron suspiros de amor en el camino, pero como ella, ninguna de esas relaciones habían funcionado y por eso, se encontraba irremediablemente soltero.

—No tengo muchas ganas. — indicó, fingiendo cansancio. — ¿Te parece si vamos el viernes? — propuso, para así no despreciar la invitación de su amigo.

Conrad asintió mientras encendía un cigarrillo. — te encantará. — aseguró.

~~~~
¡Nenis! Espero que estén de maravilla ❤️ aquí les dejo otro capítulo y espero les guste jiji

Por cierto, no quiero hacer Spoiler pero ¡Se viene reencuentro muy pronto!

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Where stories live. Discover now