Capítulo XXVIII

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Adina contempló la nueva identificación que poseía en sus manos, una nueva identidad que la salvaba de cualquier peligro y barbarie nazi, era muy consciente que ese trozo de papel era la diferencia entre la vida y la muerte, un boleto de salvación y la entrada al cielo, se sentía tan privilegiada y bendecida por ello, que inmediatamente pensó en toda la mala suerte que corrían las personas bajo las manos oscuras de los nazis, aquellos uniformes estaban manchados de sangre y cada uno de ellos, en menor o gran medida, eran responsables de la ola de muerte, desgracia y destrucción que dejaban a su paso. Desde 1939 la jovencita había abandonando todo el mundo que pensaba conocer y sin meditarlo conoció el verdadero significado de la vida y la libertad, algo que los nazis habían intentando quitarle y que por cuestión de suerte o destino, como prieferan llamarlo, logró salvarse de aquel infierno.

No era capaz de imaginar por todo lo que sus compañeros estaban pasando, porque a pesar de pertenecer a la minoría judía, ella consideró y consideraba a cada uno de los presos como sus compañeros y su gente, gitanos, homoxesuales, prostitutas, opositores políticos y todo aquel ser humano que para ojos nazis eran considerados como los seres inferiores, formaba parte de los pensamientos y oraciones de la joven. Dentro del ghetto había conocido todo tipo de personas y aunque sus ideales, creencias y culturas eran diferentes, la coexistencia pacífica entre todos era algo que sólo podía haberse logrado gracias a un solo objetivo: la supervivencia.

Y ella lo había logrado, entre miles y quizás millones, Adina, su hermano y su hijo se habían salvado, lamentaba con todo su corazón lo que ocurría con todas esas personas inocentes y más porque ella lo había vivido bajo su propia piel, conoció fue testigo de cómo la humanidad del hombre podría verse eliminada por completo gracias al odio y el rencor, porque en el fondo, Adina sabía que todo lo que estaba sucediendo en el continente Europeo era culpa de esos dos detestable sentimientos. Todas las noches y sin falta, se tomaba el tiempo de darle las gracias a Dios por la oportunidad que les había brindado a ellos, oraba por el fin de la guerra y también por la derrota de Alemania, país que a pesar de haberla visto nacer y crecer no podía evitar sentirse más avergonzada y humillada por formar parte — aunque sólo fueran en sus recuerdos. — de un país al cual ella misma se sentía verdaderamente incomoda al pensar que por sus venas corría sangre alemana, un auténtico y muy razonado repudio comenzó a germinar en lo más profundo de su interior por la Patria que la había parido, el cual no deseaba pisar nuevamente aunque la guerra llegará a su fin. Ese rencor y odio hacia los alemanes inició cuando su hermano y ella fueron deportados, sacados a empujones de su hogar, por todas las cosas que hicieron y dijeron para humillarlos, por todas las personas que caían a su lado muertas por culpa del hambre o el cansancio, todo el dolor y sufrimiento que había en el ambiente, cultivo en ella un odio desmesurado por Alemania, sus soldados y todo lo que tuviera que ver con el Tercer Reich.

Adina no podía mirar la insignia nazi sin sentir asco y para su incomodidad, la insignia se encontraba en todas partes de Linz, los camiones de guerra llenos de soldados alemanes que iban de un lado a otro, los patrullajes que la gestapo realizaba cada tanto, los soldados que caminaban por las calles, portando con orgullo la insignia de la muerte, era algo que se encontraba en todas partes, como una epidemia, de la cual no podía huir y en donde quedaba más que claro, que ellos eran los que mandaban. Sin importar aquello, con ayuda de Ingrid y algunos contactos confiables dentro del gobierno, tanto Frederick como Adina tenían una nueva identidad, sinónimo de libertad, tranquilidad y que todo se lo debían a ella, a la rubia que se encontraba sonriendo mientras salían del recinto estadal.

Con un perfil bajo, para no levantar sospechas. Las nuevas identidades y documentos habían costado un dineral, el cual la mismísima Ingrid prestado a los jóvenes hermanos para así brindarles una nueva oportunidad — y aunque sólo habían cambiado sus nombres y Frederick llevaba el apellido de su abuela partena, Adina portaba el de su madre. — los dos sentían una inmensa deuda con Ingrid, la cual luego de una charla con Frederick había tomado la decisión de seguir ayudándolos, pues a pesar de los sentimientos  involucrados, un pequeño bebé que no tenía la culpa de la maldad que se desataba sobre la tierra, Alaric estaba en el medio e  Ingrid sin querer, se había encariñado rápidamente y aunque Frederick fue partidario de abandonar el apartamento de la rubia, está no lo permitió incluso luego de conocer el verdadero origen de los hermanos y que en realidad, no eran un matrimonio berlinense.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora