Capítulo XXII

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Con los ojos clavados en su bebé, Adina miraba fijamente los rasgos del pequeño y era inevitable negar el parecido que tenía con su verdadero padre, Adler. Y para ser un bebé que no llegaba al año, estaba muy grande, la señora Einserberg especulaba que se debía porque cuando fuese mayor, su gran estatura se convertiría en uno de sus atributos para atrapar mujeres. Eso le causaba gracia y a la vez, imaginaba presenciar aquel momento.

Desde que fue sacada de su hogar y puesta en el campo del ghetto, la mente de Adina Jama había tenido la paz suficiente como para pensar en Adler, el padre de su hijo, habían cosas mucho más importantes que pensar en lo que se había convertido en un viejo amor del pasado, la búsqueda de comida y supervivencia dentro del campo, se habían convertido en una prioridad, pero ahora que estaba tan relajada, sin la presión de la muerte respirando sobre su nuca, podía pensar en él.

¿Qué será de su vida? ¿Estará casado? ¿Tendrá otros hijos? ¿Se acordará de ella?

Esas eran unas de las mil preguntas que se hacía con respecto a Adler, lo último que supo de él fue cuando su madre la visitó meses antes de irse a ghetto, estaba en el ejército, no sabía en qué rama, pero estaba segura de que en estos momentos, era un nazi más, un hombre que sin mostrar el rostro, era causante de dolor y sufrimiento, ella no sabía si estaba en el campo de batalla o si por el contrario, era uno de esos comandantes de un ghetto o campo de concentración, y en verdad, no sabía cuál cargo le generaba más miedo.

Si algo estaba claro, es que ella odiaba a los nazis con toda su alma, todas las muertes de inocentes que presenció, niños, mujeres y hombres pasando hambre y humillaciones para morir de la manera menos humana que existía, dentro de ese lugar, los perros guardianes eran considerados mejores que todas las personas que se encontraban recluidas en ese lugar, sus miradas llenas de odio y malicia, las carcajadas que soltaban cuando alguna mujer era violada, cuando un hombre caía al suelo por culpa del agotamiento físico y cuando un niño era humillado por completo por un trozo de pan para sus hermanos menores, todo eso la hacía pensar ¿Sería Adler así? y el mayor miedo que tenía, ni siquiera tenía que ver con Adler, porque aunque no quisiera admitirlo, en el fondo de su corazón sabía que lo más probable es que sí tenga razón y Adler sea un monstruo más bajo órdenes del Fürher, lo que más le aterraba es que ¿Podría ella perdonarlo apesar de todo el mal que probablemente estaba cometiendo?

Ella ni siquiera sabía dónde estaba él, incluso existía la posibilidad de que en tal caso de encontrarse en el campo de guerra, a éste punto estuviera ya muerto, pero en su interior, tenía la esperanza de verlo con vida, a pesar de que no pudiera acercarse a él debido a los mundos tan diferentes al que ambos pertenecían, Adina sabía que algo la unía de por vida s Adler y no era tanto el amor que alguna vez profesaron, era la consecuencia que el mismo había generado.

El bebé que estaba sentado sobre sus piernas, comiendo papilla de manzana recién cocinada, balbuseaba y comía con gran entusiasmo, esa era la unión que tenía con Adler, pero aunque era así, el joven ni siquiera tenía conocimiento de la existencia de su primogénito, muy bien podría ella rehacer su vida cuando la guerra terminará, hacer lo que noches anteriores había propuesto su hermano. Irse de Europa y empezar desde cero en un país nuevo con su hijo al lado y Frederick sosteniendo su mano. La idea era muy tentadora y aunque ya había empezado a fantasear con la idea, su corazón deseaba sólo hacer una cosa antes de irse; ver al padre y al hijo juntos, solo por una vez.

No sabía si el amor que alguna vez sintió por Adler seguía vigente, pero anhelaba con el día de presentarle a su hijo, que lo tome entre sus brazos y sonría lleno de alegría por el resultado de aquella agria despedida en 1939.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Where stories live. Discover now