Capítulo XVII

471 57 13
                                    

Todo lo que alguna vez había significado la libertad, se ha convertido en más que un simple recuerdo. El guetto, lugar donde ahora Adina se encontraba, no era el mismo que la gestapo había declarado ser, todos los rumores sobre ese lugar era cierto y los días se volvieron en semanas y las semanas en meses, aunque el tiempo ahí, parecía detenerse. Un lugar con condiciones de salud pésima, las personas caían muertas al suelo, por culpa del frío, la mal nutrición o gracias a una enfermedad. Adina se encontraba en el último lugar donde una mujer embarazada podría estar y justo en ese momento, sintió uno de los dolores más fuerte de su vida, mientras se encontraba en su trabajo forzado de oficio: clasificación de pertenencias de los recién llegados al guetto.

Los alemanes se quedaban con todo lo que brillará o tuviera algún valor, entre ellos, ropa costosa, abrigos de piel, anillos de matrimonio o compromiso, relojes finos, ect. Un gritó de desesperación, alertó a los guardias que allí se encontraban, la joven miró al suelo y estaba encima de un charco de una sustancia transparente y muy líquida, ya había leído sobre ese momento y sabía que el bebé estaba a punto de llegar.

Las otras mujeres que se encontraban allí asistieron rápidamente a su compañera y con el permiso de los guardias, una de ellas la acompañó hasta el lugar donde se encontraba la partera del guetto, una anciana gitana que ayudaba a todas las mujeres que llegaban a tener sus hijos dentro de lo más cercano que cualquier ser humano podía conocer como infierno.

Los gritos de la muchacha se escucharon rápidamente en todo el lugar, algunos incluso detuvieron sus actividades para poder enterarse de lo que ocurría, pero las demandas de los soldados hicieron que todos continuarán con sus trabajos, todos excepto Frederick, el cual había abandonado su puesto de trabajo por sugerencia de sus compañeros y permiso del guardia nazi, emprendió su carrera hasta el lugar donde su hermana, y esposa ficticia se encontraba. La idea de hacerse pasar por esposos surgió de la nada, pero era una de las maneras que utilizaron para intentar permanecer más tiempo juntos y para brindarle más protección a una Adina en cinta y aunque los hombres dormían en un sitio y las mujeres en otro, dentro del ghetto, los soldados solían aprovecharse más de las jovencitas desprotegidas, para estos últimos, era más fácil y excitante buscar jovencitas vírgenes, y aunque esa no era la regla a seguir, sentían más emoción en tener relaciones sexuales a la fuerza con una joven indefensa, que con una mujer ya casada.

Esa era una de las verdades llena de atrocidad en el ghetto, las muchachas que llegaban, eran elegidas de forma clandestina por el grupo de soldados y sólo bastaba con un descuido de un par de segundos, para escuchar el llanto de la pobre desafortunada, la risa de los guardias y los gemidos del agresor. Entonces era por esa razón, que Adina siempre intentaba mantenerse y caminar en manada, Frederick le había indicado que debía de hacer en caso de un posible ataque y cada vez que podía, intentaba permanecer a su lado.

Esté último, llegó a la pequeña casita donde su hermana se encontraba gritando, cada chillido aceleraba más el corazón de Frederick, que con arapos y sudor cayendo de su frente, entró a la habitación donde provenía todo el alboroto. Adina se encontraba acostada en una cama vieja, repleta de sudor y con lágrimas bajando por sus mejillas. La partera se encontraba al frente de la chiquilla y otra jovencita más, la misma que la había ayudado a llegar, se encontraba asistiendo el pabre.

—Muy bien, ya llegó el padre. — anunció la anciana esbozando una sonrisa. — Toma la mano de tu esposa y ayúdanos. — pidió.

Frederick no omitió ninguna respuesta, pero si se acercó a su hermana, la tomó de la mano como la mujer mayor había indicado, Adina apretó con fuerza la mano de su hermano cuando sintió el dolor de una nueva contracción.

—Éste bebé quiere salir ya mismo. — comentó la anciana entre risas. — será un niño bastante obstinado.

Adina abrió los ojos y con ambas piernas separadas, miró a la partera gitana.

—¿Es un niño? — susurró entre quejidos.

La mujer asintió.

—Tengo muchos años en ésto y sin duda alguna, será un varón. — aseguró con certeza.

La muchacha iba a comentar algo, pero de sus labios no salieron palabras, sino que un chillido más, otra contracción se estaba haciendo presente y el dolor era insoportable.

—Vamos a empezar. — anunció. — respira y puja.

La anciana contó hasta tres y Adina pujo con todas sus fuerzas, las lágrimas y el sudor bajaban por su rostro en la misma velocidad, mientras que la otra jovencita colocaba un pañuelo en la frente de ésta para secar el sudor y Frederick se mantenía inmóvil a su lado. En estos momentos, no ers capaz de hacer nada para aliviar el dolor que hacía llorar a su hermana, la miraba y silenciosamente le daba fuerzas, si por el dependía, podría también pujar por ella, pero lo único que podía hacer, ers mantenerse en su sitio, presenciando el nacimiento de su sobrino.

El lugar donde se encontraban, no era muy higiénico, pero era lo único que las personas presas en el ghetto tenían. Las sábanas estaban manchadas y todas las personas incluyendo a Adina, tenían manchas de carbón en la piel y su ropa se encontraba con parches y completamente sucia. Un nacimiento de lo más humilde en todo el término de la palabra, pero aquellas personas en la habitación hicieron silencio cuando el llanto de un bebé se hizo escuchar entre los gritos de su madre.

La anciana sustuvo al recién nacido en sus manos y con una tijera corto el cordón umbilical, las sábanas ahora tenían sangre y Adina se quejaba, su pecho subía y bajaba con gran dificultad, pero a pesar de su cansancio, intentaba alzar la vista para observar a su hijo. Desde que se entero de su estado, todas las noches antes de dormir se imaginaba como podía ser su hijo, si sería niña o niño, si tendría sus ojos, o los de Adler...

Unos minutos después y el niño pasó a manos de Frederick, quien a pesar de la conmoción que sentía por lo que había vivido, extendió los brazos para tomar al bebé, lo miró y fue inevitable que se le formará una sonrisa en sus labios, con sólo una mirada del pequeño bebé que había dejado de llorar, se dio cuenta que a parte de Adina, su prioridad ahora sería cuidar a ese pequeño niño, su sobrino.

—Quiero verlo. — murmuró Adina, tendida en la misma posición que estaba antes de dar a luz.

Frederick asintió y con sumo cuidado le paso al bebé. Fue la primer vez que Adina lo vio, y era incluso más hermoso de lo que alguna vez se imaginó. El niño miraba a todos lados sin hacer ningún ruido, su tranquila respiración logró calmar los nervios de su madre y sin poder evitarlo, comenzó a sonreír.

Jamás había experimentado un amor como el que estaba sintiendo dentro de su pecho, colocó al bebé cerca de su pecho, para que sintiera los latidos de su corazón, quería decirle mil cosas y demostrarle cuanto lo amaba.

—Se parece al padre. — murmuró la anciana, mirando de reojo la escena.

—No, se parece a ella. — sugirió Frederick con una sonrisa.

Y aunque estaba muy pequeño para decir a quien tenía similitud, Adina pudo notar la verdadera similitud que tenía, con el verdadero padre de aquel bebé.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz