Capítulo XXXXV

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Tan solo había transcurrido una semana desde el infortunado encuentro entre Joseph y Adina, su presión en el jardín era insoportable, las horas de trabajo habían aumentado y a pesar de que Ingrid ya podía trabajar de nuevo, Pol prefiero que fuera Adina quien cancelará su deuda.

—Pero Pol, ya puedo trabajar. — dijo en modo de súplica. — Helen tiene un hijo que criar. — le recordó. — no seas un completo mal nacido. — dijo casi enfadada.

El jefe del jardín comenzó a carcajearse, sorprendido por el descaro de la joven, Pol subió ambos pies sobre la mesa de su escritorio y volvió a mirar a las dos jovencitas que se encontraban dentro de su oficina.

—Helen es mucho más rentable que tú Ingrid. — murmuró lleno de cinismo. — esos malditos nazis la aman. — indicó para luego mirar a Adina. — arreglatelas con tu hijo. — dijo. — no es mi problema.

Adina e Ingrid se miraron un par de segundos y salieron de la oficina sin decir una sola palabra, porque sabían que esa era ya una guerra perdida, dentro del jardín lo que salía de los labios de Pol se materializaba rápidamente en hechos y aunque lo que más deseaba Adina era desaparecer y esconderse con su hijo en un pequeño agujero, sabía que por un lado, no faltaba mucho para liquidar dicha deuda y que a pesar de las grandes amenazas de Joseph, podía lograrlo en poco tiempo. Había soportado tanto en ese infierno que sería capaz de habitar en él un tiempo más para liberar a todos de deudas.

—No te preocupes. — dijo Adina colocando su mano sobre el hombro de su amiga de forma alentadora. — Frederick y yo trabajaremos mientras tu cuidas a Alaric. — indicó.

Ingrid asintió, ella jamás creyó que fuera la muy inclinada para ser una ama de casa, cuando era un poco más joven sabía bien que su lugar no estaba dentro de cuatro paredes limpiando y cocinando, pero ahora la vida la colocaba en un lugar fuera de su zona de confort y no tenía otro remedio que aceptarlo o conseguir otro trabajo nuevo, que en tiempos de plena guerra, no caían del cielo precisamente. Y no se trataba del hecho de que no le gustará pasar tiempo con Alaric, porque era el bebé más tierno y cariñoso que alguna vez conoció, eso sumado al hecho de todo lo que había hecho Adina por ella mientras estaba indispuesta le daba a entender que cuidar a su hijo y mantener el apartamento limpio, era lo menos que podía hacer para agradecerle.

—Solo espero que Frederick tenga suerte. — suspiró agotada, recordando una vez más, la ola de desempleos que azotaba con furia al país.

—Fred es un hombre muy resuelto. — comentó Adina, esbozando una sonrisa, recordando todo lo que habían vivido juntos, cuando sólo era una niña y él se había encargado de mantener un techo sobre su cabeza y comida en la mesa. — ha tenido muchísimos empleos. — añadió. — no hay mucho que no sepa hacer y si no lo sabe, lo aprende rápido.

Ingrid asintió, mirando atentamente a su amiga mientras caminaban, hizo un corto silencio para intentar conocer esa versión sobre el hombre con el cual compartía el amor más bonito que alguna vez pudo sentir en toda su vida.

—¿Siempre fueron solo ustedes? — preguntó la joven intrigada. — Freddy no habla mucho de eso. — dijo compartiendo por primera vez con su cuñada, el apodo cariñoso que le había otorgado a Frederick.

Ambas mujeres habían abandonado el establecimiento desde hace unos cuantos minutos y seguían caminando a paso tranquilo hasta el apartamento.

—Nuestra vida no ha sido fácil Ingrid. — dijo la joven, teniendo una lluvia de recuerdos que la cegó por completo. — Frederick ha dedicado su vida por mí, él fue mi padre, mi madre, mi sustento y mi pilar. — susurró casi al borde de las lágrimas que al final logró controlar haciendo una pausa. — nuestro padre murió en las vías del tren, ver su cuerpo desmembrado, no sólo marcó a mamá y a mí, sino a él también.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Where stories live. Discover now