Capítulo XX

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La escapada de Frederick y Adina fue la única fuga que salió bien en aquel ghetto, después de eso, la seguridad se reforzó, las armas y el control aumentó. Y aunque los nazis intentaban olvidar aquel bochornoso recuerdo en donde una pareja de judíos había sido más listos que ellos, y aunque ese fue el único escape efectivo, unaa cuántas revueltas se llevaron a cabo, las cuales siempre terminaron en el mismo resultado; la muerte.

El mito de "la pareja que escapó del ghetto judío" corrió como pólvora entre las personas del ghetto, así como fuera de él. El alcance que tuvo la historia llegó a las bocas de otros judíos quienes recluidos en campos y ghettos relataban la historia con admiración. Solo un bebé se había salvado, de cientos que morían día a día en los distintos campos, una muchachita, que no llegaba a los veinte años y un joven que hizo lo que todo hombre debe de hacer; proteger a su familia.

Muchas personas especulaban sobre la vida y el paradero de la "pareja escapista" algunos decían que luego de adentrarse en el bosque lograron conseguir ayuda o utilizaron la fuerza para irse fuera de los límites del Tercer Reich, otros más pesimistas indicaban que luego de huir, no pudieron encontrar comida ni agua así que probablemente podrían estar muertos, pero en libertad, y algunos cuantos pensaban que ya la gestapo los había encontrado y su destino al igual que el segundo caso, sería la eminente muerte. Pero, ninguno de los tres panoramas, se asemejaba al que los dos hermanos estaban viviendo.

Luego de caminar por horas durante varios días y con casi o nula comida, llegaron a un pueblo, en donde solamente vivían cuatro mil personas, Adina seguía escondida entre la malesa del bosque con su bebé en los brazos, ambos estaban más delgados que cuando estaban dentro del campo, las notables ojeras de Adina delataban el poco sueño que la muchacha había logrado tener luego de la huida, y mientras Frederick amenazaba en la noche la casa de un par de ancianos en busca de comida, Adina se percató del llanto de la mujer y de la disposición del hombre por ayudar a su hermano, que ahora era todo un maleante. Aunque, estaba haciendo lo que debía de hacer, robar y amenazar con una pistola, no era el camino que Adina hubiera deseado para su hermano.

Los minutos pasaron y Frederick seguía sin salir con la comida, aunque las reglas era jamás ser vista, Adina salió de entre las sombras de las hojas y se acercó sigilosamente hacia la pequeña casa.

—¡Es todo lo que tenemos! — chillo la mujer muerta de miedo. — por favor, no nos haga daño. — pidió. — nuestra hija aún no regresa del trabajo y quiero verla.

Adina observó a su hijo, el cual dormía plácidamente en su regazo, entonces entró al pequeño hogar, obteniendo las miradas curiosas de todos los presentes, incluyendo a su hermano.

—¿Qué demonios haces aquí? — preguntó el mayor, sin dejar de sostener la pistola en dirección a los ancianos.

—Tomemos lo necesario y vámonos, por favor. — pidió la pelirubia, en modo de súplica.

Frederick tenía algo de oscuridad en sus ojos, ya no había en él ese brillo que siempre iluminaba su rostro, quizás se debía a todo el sufrimiento, hambre y cansancio al que había sido sometido por culpa de los nazis, pero él a cambio de Adina, había generado un odio hacia los alemanes, siendo él mismo un alemán también.

Antes de que Frederick pudiera hablar, el bebé comenzó a llorar, colocando la atención de todo el grupo de personas en Adina.

—¿Desde cuando no come el bebé? — preguntó la anciana.

—Desde hace dos días. — murmuró Adina, llena de pena mientras sacaba al bebé de su escondite en su roto abrigo, para intentar apasiguar el llanto.

—Oh Dios... Tengo leche fresca de ésta mañana. — indicó la señora. — si me deja, podría buscarla. — la mayor miro a Frederick y esté solo hizo un ademán.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin