Capítulo XXXXVIII

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El macabro plan de Joseph había dado inicio, justo al amanecer cuando el alba empezaba a ganarle a la oscuridad salió de su habitación como un ratón; por las sombras. Se acercó con pasos silenciosos a la habitación de su hermano, donde dormía cómodamente con Adina a su lado, verla ahí, tendida al lado de Adler, envuelta en sus brazos, con el semblante relajado y una pequeña sonrisa que casi no podía notarse. Lograba que su sangre empezará a hervir como si estuviera cocinandose por dentro, lo odiaba tanto por robarle el cariño y respeto de sus padres, además de su oportunidad de vivir un romance con Adina y a ella justamente la detestaba por no fijarse en él, por querer a su hermano y darle un hijo bastado. Todo habría sido diferente si ella se hubiese fijado en él, decía en su mente perturbada, si tan solo ella le hubiese dado una mínima de afecto antes cuando solo eran unos críos o ahora, eso a él no le importaba, pero lastimosamente no había sido así, ella había preferido a su hermano, al igual que sus padres y el resto del mundo, y se convenció de que en el planeta no había lugar para él hasta hoy porque todo iba a cambiar.

La noche anterior no fue capaz de pegar un ojo, porque sabía que su venganza se encontraba a la vuelta de la esquina y aquello le producía demasiada ansiedad porque a partir de éste día, él sería un nuevo hombre, se ganaría el respeto y admiración de su familia con el que tanto había soñado y sobre todo, Adina terminaría quedándose a su lado, de forma voluntaria o en contra de su voluntad, porque en sus propios pensamientos, Joseph era el único que sabía su gran verdad y podía protegerla de un horrible destino. Eso era lo que más quería, ser ese héroe  aclamado y venerado justo como su hermano, deseaba todo lo que Adler tenía, incluyendo a su querida "Helen". Y mirando atrás, probablemente el odio que sentía hacia su hermano inició años antes de que Adina apareciera en sus vidas, cuando los pequeños comentarios de su padre se transformaron en críticas y reproches constantes, si hacía silencio y dejaba que su mente tomará control de todo su organismo, era capaz de escuchar con claridad la voz de su padre diciendo "¿Por qué no eres como Adler? ¡Sé cómo tu hermano! ¡Eres un desastre! Adler no da tantos problemas ¿Que haremos contigo? ¡Eres un dolor de cabeza para la familia!" y seguramente había más oraciones en el repertorio de acoso que su padre utilizaba en su contra, pero justo ahora, no las recordaba. Una lagrima se escapó de sus ojos, la cual rápidamente seco con su mano en un movimiento lleno de brusquedad, el dolor seguía ahí, intacto y fresco como si se tratara de una herida abierta que jamás sano. Eso era lo que tenía dentro de su corazón, un dolor que no podía curarse y en su interior una rabia que lo consumió poco a poco hasta llegar a ser quien era hoy. El mundo lo había convertido en un hombre despiadado, su padre se había encargado de humillarlo toda su vida y su hermano, era ese ser perfecto que llenaba de orgullo a ese hombre que jamás se tomó el tiempo de brindarle una palabra de aliento a un niño escuálido que lo único que intentaba lograr con sus travesuras era llamar la atención de su progenitor. Y ahí estaba él; fuerte, lleno de odio ante un hermano dormido y vulnerable, listo para sentir todo el dolor que él había vivido.

Con un rápido movimiento colocó su afilado cuchillo en el cuello de su hermano, quien sólo se removió en la cama ante el contacto frío de la hoja de acero contra su cálida piel, y aunque aquel movimiento fue demasiado sutil bastó para que Adina abriera sus ojos con pesadez para luego observar lo que en verdad ocurría en aquella habitación, sin pensarlo se levantó de golpe, Joseph la miró y ella pensó que era el mismísimo diablo quien la miraba.

“Si gritas, le corto el cuello" — amenazó con un suave susurró que causó que a la joven se le erizara la piel, pero a pesar del fuerte deseo que se apoderó de su interior de poner en alertar a Adler, decidió callar y agachar la cabeza, dispuesta a hacer lo que Joseph le dijera y así lo hizo, se levantó poco a poco como él le estaba indicando, todavía el cuchillo apuntaba al cuello de Adler, quien se removió en busca del cuerpo de la chica y pesadamente abrió sus ojos, topandose con el rostro aterrado y el cuerpo tembloroso de la jovencita.

Fue entonces cuando observó a su derecha y la cruda verdad sobre su hermano cayó encima de él como una cubeta de agua helada.

—¡Que demonios haces! — dijo exaltado, tratando de alejar el cuchillo de su cuerpo.

—¡Si no te callas juro por Dios que te mató aquí mismo! — amenazó observando como un alcon a Adina, sus movimientos y los movimientos de su hermano.

—Ésto no es un juego Joseph. — murmuró con fastidio Adler, quien en su inocencia o ignorancia, pensaba que todo lo que su hermano estaba haciendo debía de formar parte de algún mal chiste o un juego pesado de su parte. — baja ese cuchillo de inmediato. — ordenó con el mismo tono de voz que solis utilizar cuando su hermano lo sacaba de quicio.

Y fueron justamente esas palabras, las que generaron el descontrol dentro de Joseph Firgretmann.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Where stories live. Discover now