Capítulo XXIII

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Jamás Adina había visto un lugar tan maravilloso y grande como Linz, el nombre de la capital de "la bellas artes" era un título que tenían muy bien merecido, las plazas estaban repletas de artistas independientes que colocaban sus lienzos terminados a la venta, en cada esquina encontrabas una obra de arte de algún desconocido, Los magníficos edificios dibujaban un paisaje perfecto, sofisticado y elegante, la ciudad irradiaba frescura entre el agetreo de las personas que se movían de un sitio a otro, Adina no había conocido una ciudad así. Ella y su hermano miraban a todos lados con fascinación, no podían creer lo diferente que era a todo lo que habían conocido antes, en Alemania vivían en un pequeño pueblo con tintes de ciudad, un poco parecido al campo en donde actualmente recidian aunque esté último, era una zona rural por completo.

Frederick vestía un antiguo traje del señor Einserberg y parecía un auténtico señor, Adina por su parte llevaba un vestido que Ingrid le había prestado, algo sumamente sencillo pero que tenía su toque de belleza, todo ésto escondido gracias a un pesado abrigo. El pequeño Alaric balbuceaba con frecuencia y también se encontraba cautivado por todos los colores de la inmensa ciudad.

—¿No les parece grandioso? — preguntó Ingrid, dándose la vuelta para toparse con los hermanos.

—Es maravilloso. — indicó Frederick, quien sostenía en sus brazos al bebé, Adina quién caminaba a su lado, asintió sonriente.

La pareja junto con la jovencita caminaron unas cuantas cuadras hasta llegar a una gran iglesia, de aspecto anticuado pero muy bien cuidada, las puertas se encontraban abiertas de par en par, recibiendo en ella a todos los creyentes que quisieran entrar. Pasaron directamente a la administración y rápidamente indicaron el servicio que querían realizar.

—Necesito los documentos de nacimiento del niño y la identificación del padre y la madre. — indicó una mujer de mediana edad con anteojos.

Adina y Frederick se quedaron inmóviles como piedras, como Alaric había nacido bajo las vallas de un ghetto judío, no existía ningún registro de su nacimiento, nada que pudiera identificarlo, y así como se encontraba la situación de documentos del menos, de igual manera ocurría lo mismo con Frederick y Adina, cuando llegaron al ghetto, toda su documentación había desaparecido, ninguno de los tres, poseía identidad legal.

Ingrid se percató del silencio que se formó entre Adina y Frederick, aunque no sabía mucho, lograba percibir que ambos ocultaban algo grave, pero eso no iba a ser impedimento para que ese niño, el cual seria su ahijado, no fuera bautizado.

—Lo que pasa es que perdieron su documentación en el tren. — indicó Ingrid. — no son de aquí, son de Berlín. — mencionó.

—Lamento decirles que no podrán continuar su proceso, sin la documentación. — murmuró la mujer.

—Seguramente podemos resolver éste inconveniente de una manera en la que todos salgan beneficiados. — dijo la pelirubia, dejando boquiabiertos a ambos hermanos debido a la astucia de la joven y sobre todo su valentía de intentar sobornar a la empleada de una iglesia.

—¿Está intentando sobornarme señorita? — preguntó con indignación la mujer.

—Para nada. — respondió con rapidez la jovencita. — no es soborno si ambas salimos beneficiadas. — indicó. — por tu aspecto, se ve que tienes problemas financieros. — hizo una pausa, mirando toda la vestimenta de la mujer. — ¿Y quien no con esta economía de hoy en día? — dijo mirando fijamente a la mujer. — piénsalo de éste modo, me ayudas y yo te ayudo ¿Qué tiene eso de malo? —  cuestionó.

—Creo que nada.— murmuró la mujer, quitándose las gafas que llevaba puestas.

—¡Exacto! — exclamó Ingrid. — veo que nos entendemos. — dijo sonriendo.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Where stories live. Discover now