Capítulo XII

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Luego de aquellos acontecimientos, tan solo un día había transcurrido, veinticuatro horas desde el encontronazo que Adler protagonizó con el hermano de Adina, éste no habia logrado dormir en la noche por culpa de su nerviosismo, jamás se había sentido ansioso por una cita y en el caso de Adina ella se encontraba igual o más nerviosa que el muchacho. Desayunó temprano y como si las ganas de salir adelante hubieran recobrado vida en su interior, se alistó para ir al colegio. Se miró en el espejo y no pudo olvidar que debía de llevar un accesorio obligatorio, la insignia nazi de color amarillo que ahora descansaba en su antebrazo.

Respiro ondo, pensando en que todo el alboroto contra los judíos sólo era una vaga manera de canalizar la atención del pueblo alemán en otra cosa que no fuera la profunda crisis económica que atravesaba el país. Se despidió de su compañero felino y salió emocionada para la escuela, donde fue recibida de una forma no muy cálida.

Adina se percató que en su corta ausencia, los niños judíos habían dejado de asistir, no fue para nadie una sorpresa que todos observarán con determinación la insignia que descansaba en su antebrazo izquierdo, aquel pedazo insignificante de tela se habia convertido en la carta de presentación que cualquier persona deseaba no poseer, si algo odiaba la jovencita era atención innecesaria y en esos momentos, toda la escuela le estaba brindando lo que ella no quería. Caminó en silencio, adentrándose al edificio con cierto temor que se formaba en su estómago, en el interior del lugar, se consolidó su posición como blanco perfecto de las miradas inquisidoras de toda la comunidad estudiantil que ahí se encontraba.

Adler por su parte, recibía sus clases de economía con total tranquilidad cuando su padre interrumpió el silencio del aula,  
incluso el profesor, quien era el único que hablaba en aquel momento guardó sus palabras cuando el imponente hombre llegó, sólo una mirada bastó y Adler se levantó de su asiento como si fuese un resorte, recogiendo sus cosas mientras el nerviosismo en su cuerpo comenzaba a hacerse más notorio.

—¿Puedo retirarme? — le preguntó el rubio a su profesor, el cual asintió inmediatamente.

Ambos se encontraban caminando por los pasillos de la universidad, Adler intentaba formular alguna palabra para dirigirse a su progenitor pero no era capaz de conseguir las palabras correctas y quizás, se debía en parte al terror que el menor sentía hacia su padre, hombre que cada vez cruzaba menos palabras con él, alguien que parecía tan ajeno que le resultaba extraño al punto de cuestionar sí Arthur Firgretmann era en verdad su padre.

Luego de subirse al automóvil, el chófer personal del señor Firgretmann comenzó a conducir.

—Hijo, te tengo grandes noticias. — anuncio su padre, conservando el semblante serio que siempre lo habia caracterizado.

—¿Qué sucede? — preguntó el menor sintiendo cómo los nervios se apoderaron de sus pensamientos.

—Espera llegar a casa. — murmuró. — es un anuncio para todos. — dijo.

El silencio volvió a reinar dentro del vehículo, pero la calma no duró mucho tiempo cuando toda la familia Firgretmann se encontraba reunida en la sala principal de la casa, su madre y Joseph estaban ahí esperándolos. Y por la ropa que su hermano traía, Adler dedujo que su madre lo había ido a buscar en la escuela, justo como su padre habia hecho con él.

—Tengo anuncios importantes para nuestra familia. — comenzó a hablar el mayor, tomando una bocanada de aire. — De ahora en adelante, todos serviremos a nuestra querida patria. — comunicó.

Los únicos que no comprendían la gravedad del asunto fueron los hijos de aquel matrimonio, la señora Firgretmann hizo una muñeca imitando una sonrisa, pero los rostros confundidos de sus hijos le dio a entender que no estaban comprendiendo del todo a lo que su padre quería referirse.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Where stories live. Discover now