Capítulo XXXXVII

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Encerrada en su habitación, luego acostar a Alaric en su cuna de madera, Adina no podía dejar de observarlo, tenía todo un infierno bajo su cabeza y nadie sabía nada, ni ingrid ni mucho menos su hermano, tenía miedo, estaba tan aterrada en cometer un error, un paso en falso y condenar la vida de los que más quería. Aunque sabía muy bien, que probablemente no podría seguir así por mucho tiempo. Joseph era la personificación del diablo y ella no tenía dudas en ese aspecto, tenía que acabar con él repetía constantemente, porque sabía bien que sí no lo hacía, él la destruiría a ella. La tensión y el estrés regresó y su único momento de paz era cuando tomaba a sus hijo en brazos. El pequeño Alaric era su oasis, su pequeño paraíso, el único consuelo que lograba motivarla día tras día, él, su hermano y ahora su futura cuñada, eran lo más importante que tenía y lamentablemente, Adler no entraba en la lista.

Escuchar el apellido Firgretmann revolvía su estómago generando tantos sentimientos encontrados en su interior que era de extrañar la calma que Adina mostraba en el exterior, donde parecía que llevaba una vida perfecta bajo esa faceta dentro del jardín que llevaba, era una muy buena actriz que sabía disfrazar y esconder el dolor para convertirse en un personaje inventado el cual vendia diversión y un buen espectáculo, porque sabía que todo lo que hacía, era para sobrevivir.

Sobrevivir, era la palabra que definía a Adina perfectamente, para ser una joven que no llegaba a los veintidós años de edad, había sufrido y pasado por tantas cosas, que el sentido de supervivencia y el amor que sentía por sus familiares, era lo que todavía la mentenia con vida. Sin saberlo, ella había sacrificado todo por su hermano y su hijo, se convirtió en una especie de mujer capaz de soportar humillaciones, maltratos incluso violaciones en pro de mantener su secreto escondido. Porqué si Joseph abría la boca, sería su fin y no sólo el de ella sino de todo lo que mas amaba. Es así pues que se convenció de que debía eliminar a Joseph con sus propias manos o huir lejos de Linz, donde los nazis y Joseph no pudieran encontrarlos, o por lo menos Frederick y Alaric debían de marcharse muy lejos, porque a ese punto, poco importaba su vida comparada con la vida de su hijo.

Capaz de hacer todo por mantener a su hermano e hijo con vida, esa noche no pegó ojo ni un solo minuto, pensando en todas las opciones que tenía para resolver la amenaza que Joseph significaba y luego de pensarlo en medio de la oscuridad total de la noche que se adueñó de su habitación, llegó a la conclusión de que tenía tres opciones.

1- Matarlo.
2- Huir.
3- Contarle a Adler la verdad.

Con la primera opción, corría el riesgo de no poder deshacerse del cuerpo correctamente y aunque la parte más humana de ella le indicaba que la muerte no debería de figurar como una opción, sabía que era su vida o la de él y a pesar de que lo conociera, había llegado a la conclusión de que Joseph no merecía estar vivo. La segunda opción era la más tentadora de las tres, aunque también era la más costosa y a menos que robara un banco, no tendrían suficiente como para salir de los límites que conquistaron los alemanes, además de que corría el gran riesgo de ser descubierta por su identidad falsa y probablemente la muerte sería su destino. La última opción, quizás era la más riesgosa de todas, incluso más que matar a Joseph ¿Contarle la verdad a Adler? ¿Como lo haría? Y lo más importante de todo ¿le creería? Muchas dudas surgían en su cabeza cuando comenzaba a pensar en la posibilidad de contarle a su comandante la gran verdad que esconde, en el mejor de los casos, él sería su salvación, la ayudaría a ella a deshacerse de Joseph de una manera u otra, pero también podría reaccionar de una forma totalmente diferente y siendo sincera, ella tenía miedo.

Al día siguiente, eran muy notorias sus ojeras luego de la larga meditación que tuvo la noche anterior, algo que Frederick no pasó por desapercibido pero ahora mismo, el joven temia preguntarle a su hermana cualquier cosa, porque aunque ella no se lo confirmará, sabía bien que había tenido que hacer muchas más cosas que simplemente bailar en ese cabaret, por eso tenía auténtico pavor en conocer los pormenores del trabajo de su hermana a la que había jurado proteger, pero que ahora parecía tan solitaria, triste y frágil, marcada no sólo por la guerra y los nazis, sino también por los hombres. Él era su hermano y la conocía, sabía cuando estaba mal y podía sentir que justo ahora, ella no estaba bien, podía notarlo en su rostro serio y semblante apagado, por los movimientos lentos que hacía en la cocina y como agachaba la cabeza en todo instante; sentía vergüenza por todo en lo que se había convertido, en lo que el mundo la había obligado a ser.

Sentada frente a la pequeña ventana que daba a la calle, el parecido entre su madre y hermana ahora era más que evidente, ese pesar con el que su madre caminaba, era el mismo que parecía apoderarse de Adina, recuerdos dolorosos llegaron a su mente, lleno de dudas e incertidumbre, era como si su hermana quisiera decir o hacer algo, pero estaba callada, observando la ventana con la mirada vacía, como si no tuviera alma; justo como su madre lo hacía.

Y no podía permitirlo, no dejaría que su hermana se convirtiera en su madre, no podía quedarse de brazos cruzados, no podía perderla, había perdido tanto en su vida, que lo único que le quedaba era ella, su sobrino e Ingrid. Dejó lo que estaba haciendo en la cocina y se acercó a ella con pasos acelerados, los cuales Adina no escucho, ella estaba sumida en sus pensamientos, tenía en su pecho un dolor inmenso y al ver a su hermano delante de ella, todas las barreras se cayeron y las primeras lágrimas brotaron de sus ojos, ese fue el inicio de su llanto, el cual salía a mares. Tenía muchas cosas contenidas en su interior, mucho dolor y miedo que se clavaba en su pecho como una aguja y probablemente ahora tenía miles de ellas, sin embargo, Frederick no dijo nada, la abrazo sin decir una sola palabra, dejando que su hermana sacará todo el dolor, la rabia y tristeza que traía en sus hombros, aunque no comprendía del todo su situación, él debía de estar ahí con ella, ese siempre había sido su papel y seguiría haciendo por siempre.

Adina por su parte seguía llorando y ahora temblaba bajo los brazos de su hermano que la cubrían por completo, se sentía tan pequeña, tan frágil y débil mientras que Frederick no podía de dejar de sentirse impotente, atado de manos, incapaz de detener el dolor de su hermana.

—Si hay algo que pueda hacer para detener tus lágrimas y calmar tu tristeza, dímelo Adina. — murmuró Frederick, casi como una súplica. — haré lo que me digas. — aseguró, para luego separarse un poco de ella y mirarla así a los ojos, los cuales estaban rojos e hinchados y el resto de su rostro se encontraba empapado con sus lágrimas. — mi pequeña... — susurró acariciando su mejilla con la mano derecha. — ¿Quién te ha hecho tanto daño? — preguntó, pero ella guardo silencio mientras las lagrimas seguían brotando. — dímelo y acabare con el responsable. — dijo con mucha seriedad. — Dime que puedo hacer para detener tu sufrimiento, no quiero perderte, no lo soportaría. — declaró al borde del llanto.

Adina limpio sus lágrimas con la manga del Cardigan blanco de lana que tenía puesto, miró el rostro de su hermano, quien se encontraba a la expectativa, esperando una respuesta que se encontraba atascada en su garganta.

—Pase lo que pase debes cuidar a Alaric. — dijo minutos después de permanecer en silencio. — si algo me llega a pasar... —se detuvo. — debes jurarlo Fred. — pidió. — promete que lo cuidaras.

Frederick confundido y asustado asintió en menos de un segundo.

—Lo protegeré con mi vida si es necesario. — aseguró. —¿debemos prepararnos para lo peor? — Adina asintió, dispuesta a contarle toda la verdad a su hermano.

—Nos descubrieron Frederick. — murmuró, comenzado a llorar nuevamente. — y es mi culpa. — recalcó. — todo es mi maldita culpa.

Frederick seco las lágrimas del rostro de su hermana y la abrazó nuevamente, tratando de que sintiera todo el amor y la compresión posible.

—No acabarán con nosotros. — afirmó. — ¿me oyes Adina? — preguntó tomando el rostro de la joven entre sus manos para observarla directamente a los ojos. — no pudieron en el ghetto, no podrán ahora. — aseguró. — vamos a vivir, sobreviviremos todos juntos. — prometió. — verás a tu hijo crecer, serás una excelente madre y morirás a los noventa años rodeada de nietos maravillosos. — hizo una pausa. — no dejaré que nadie te haga daño, ya no más.

—He hecho cosas horribles Fred. — susurro la joven y fue así como comenzó a relatar la historia de su primer encuentro con Adler, de todo lo que había pasado y la razón de su temor; Joseph Firgretmann, llena de vergüenza se armo de valor para contarle a su hermano como se había acostado con Adler y también la especie de relación que ahora mantenían bajo mentiras de su parte y como si fuera poco, también le mencionó todo lo que se había visto obligada a hacer por culpa de Joseph y por último el plan que pronto iba a ejecutar contra su hermano Adler, Adina lo sabía y aunque en primer lugar debía salvarse ella y a los suyos, sabía que Adler corría un gran peligro porque el plan de Joseph era asesinar a su hermano y ella sería la autora de aquel crimen.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Where stories live. Discover now