Capítulo XXXXX

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Si algo había perdido Joseph Firgretmann en ese punto, tendría que ser su cordura y tanto Adina como Adler podían notarlo simplemente en la forma como caminaba, se extresaba y hablaba erráticamente. Estos dos últimos seguían atados se pies y manos, sentados en una silla cada uno frente a frente, después de esa dura afirmación de Adina, algo dentro de Adler había cambiado aunque todavía no sabía si para bien o para mal, le costaba mirar los ojos de la joven que como él, estaba prisionera por culpa de la locura de su hermano. En cuanto a cómo se sentía, Adler no podía diferenciar entre el asombro, enojo y la vergüenza ya que por una parte, se sentía extremadamente sorprendido, aunque mirando de cerca y detallando cada aspecto de "Helen" existía una cierta sutileza que asemejaba a esa mujer con la jovencita escuálida del barrio pobre la cual había amado de forma efímera. También, su conciencia empezaba a reclamar dicha promesa que jamás cumplió y aquello, era una de las razones que lo llenaban de vergüenza y lo hacían incapaz de mirarla a los ojos, le había fallado y aunque su recuerdo se desvaneció con el paso de los años, jamás se le cruzó por la cabeza las promesas que había hecho cuando era solo un jovencito, pero la vergüenza que sentía no era el único sentimiento que le impedía mirar a su alrededor, especialmente a la mujer con la que hace solo unas horas antes había compartido la cama, pero en cuanto a sus emociones, ubicado en el extremo contrario se encontraba creciendo como una avalancha la rabia que sentía por ser engañado.

-Parece que el gato te comió la lengua hermano. - comentó con una sonrisa llena de maldad.

Adler se atrevió a observarlo y cuando sus miradas se cruzaron, Joseph comprendió que él no era el único Firgretmann en acumular odio en su interior. Mientras tanto, Adina no había dejado de llorar desde que Joseph entró a la habitación, en ese instante cuando se despertó y lo observó, supo que algo malo pasaría y si bien, le preocupaba toda la situación con Adler, en cuanto a la revelación de la verdad, lo que más aquejaba su mente era las imágenes de su hijo que pasaban una y otra vez por su cabeza, como una clase de recordatorio que encendía dentro de ella una chispa de supervivencia mientras repetía la misma oración dentro de su mente; debo sobrevivir.

Y como por arte de magia, las lágrimas dejaron de correr por sus mejillas, al recordar quienes la esperaban en casa, transformó en ella todo el dolor y tristeza en fuerzas para pelear aunque fuera con sus propias uñas contra Joseph Firgretmann, el cual se encontraba recargando de balas su pistola, al escuchar que el llanto acabó, Joseph levantó la mirada, topandose con el rostro rojo y empapado de Adina, la cual solamente con una mirada lo desafió.

—Vaya, parece que ya vas entendiendo lo que debes hacer cariño. — comentó, llamando la atención de Adler, quien también alzó su mirada. — ¿Sabes Adler...? — hizo una pequeña pausa para respirar. — Adina es muy buena en la cama. — murmuró.

El comandante de las SS observó a la joven directamente a los ojos ¿como pudo? Se preguntó, de sentía herido y sumamente traicionado, porque las mentiras parecían no tener fin, Helen la mujer que tanto había llegado a querer y apreciar solo era parte de una farsa, además de que la verdadera mujer que se encontraba frente a él era Adina, la misma joven que había amado en el pasado estaba en la misma habitación que él y no sólo eso; también se había acostado con su hermano. Todo el odio que ya traía acumulado desde la intromisión de su hermano en su habitación, sumado a todas las verdades que habían sido expuestas entre los tres como si fuera una clase de confesionario, provocó una reacción en él y toda su ira se dirigió sobre Adina.

—¿Como pudiste...?— fue lo único que pudo formular antes de que su hermano se levantará de la cama en donde estaba sentado.

Adina lo observó, parecía estar herido por sus mentiras, pero ese mismo dolor, lo había sentido incontables veces luego que él se marchó y nunca regresó, cuando se entero de su estado de embarazo, cuando dio a luz en  condiciones inhumanas dentro del ghetto, el hambre y esfuerzo que había pasado al lado de su hermano e hijo durante todo el tiempo que estuvieron escapando lo más lejos qu pudieron de Alemania y ahora ¿era él quien se atrevía a juzgarla y condenarla por su silencio? Si Adler se sentía herido, podría estar más que seguros que Adina se sentía el doble de mal.

—Si supieras Adler. — suspiro Joseph, como si lo lamentará— sinceramente no se cual de los dos le ha hecho más daño a Adina, si tu o yo. — dijo colocándose detrás de ella y acomodando su cabello para pasarlo a un lado de su hombro. — quizás yo la hice sufrir en estas últimas semanas, pero tu llevas años haciéndole daño ¿o me equivoco querida?

Detrás de ella se acercó y deposito un suave beso en la parte desnuda de su cuello, Adler lo observó y grito, asqueado ante tal acción. 

—¡Deja tus malditos juegos Joseph! — chillo. —¡y tu dime toda la maldita verdad! — dijo, mirando a Adina.

Ella suspiró y dijo. — tienes un hijo Adler.

Ante la reacción de Adler, su hermano Joseph no pudo evitar carcajearse más de la cuenta, todo lo que había planeado estaba saliendo a la perfección, porque si bien, él era el malo ahora había comenzado una discusión entre Adler y Adina en la que él no estaba participando.

—¡Yo no lo sabía! — dijo el mayor, tratando de digerir la noticia de que era padre, pero a la vez tratando de excusar esa  ausencia por desconocimiento.

—¡Y tampoco te habrías enterado nunca!— grito Adina, en un intento desesperado por desahogar todo lo que estuvo cargando durante años. — fui al ghetto y mi hijo y yo escapamos de la muerte mientras tu andabas en buenas manos con tus prostitutas francesas y no te culpo, lo nuestro era más que imposible y sin embargo, al verte fue casi inevitable para mí rendirme a tus pies ¡como la estúpida que siempre he sido! — chilló. — logré convivir por mucho tiempo con los nazis, baile y canté para ellos, me entregue a los hombres que querían verme muerta, hombres como tú. — hizo una leve pausa para secar algunas lágrimas que habían salido de sus ojos. — pero él y yo estamos bien y vamos a vivir, ni tú. — dijo mirando a Joseph. — ni nadie va a acabar conmigo, soy más fuerte que todos ustedes.

Una bofetada impactó contra su mejilla y la fuerza del golpe de Joseph fue tan brutal, que cayó al suelo con todo y silla. La nariz de Adina se había rotó y lo supo porque cuando abrió sus ojos observó un pequeño charco de sangre en el que se encontraba, su cabeza le dolía y en ese punto aún no sabía, pero su frente también se había magullado por la fricción de su rostro con el suelo. Adler contuvo la respiración sorprendido y a la vez enfurecido por la acción de su hermano, Joseph la levantó de un solo jalón del suelo, pero Adina aún seguía mareada y confundida por el golpe inicial, lo que vino a continuación fue la descarga de golpes sobre el cuerpo inerte de Adina, quien chillaba y lloraba sobre la cama en donde estaba siendo golpeada.

Adler intentó liberarse de las sogas que lo retenian para liberar a Adina de tanto maltrato, si bien, había sacado toda su ira con él, Adler le creía y la mujer que estaba siendo acabada a golpes más que ser la mujer que más quería desde su llegada a Linz, era también la madre de su único hijo, el cual ni siquiera sabía que existía. Los gritos desesperantes de la joven se clavaban en su cerebro y cada golpe que recibía, Adler comenzó a sentirlo como suyo, lo cual incrementó su desesperó por desatar las sogas que lo mantenían prisionero y como expectador de una cruel función.

—¡Te dije que sería tu perdición Adina! — grito Joseph en medio del alboroto. —¡Si alguien va a contigo seré yo! — exclamó, deteniendo sus golpes para contemplar el rostro desfigurado de la joven que yacía sobre la, cama.

Los gritos dejaron de escucharse, Adina había dejado de llorar y de quejarse, sus ojos estaban bien abierto, tanto que parecían ser dos nueces, su respiración era tan calmada y pausada que lo más probable es que se detuviera en cualquier momento, estaba tendida casi como un cadáver y las sábanas blancas estaban teñidas con su sangre. En ese punto ya no había vuelta atrás y el único pensamiento que tenía su joven en la mente seguía siendo el mismo.

—Dios bendiga a mi hijo. — susurró casi con su último aliento, teniendo en cuenta que quizás su final ya había llegado.

Luego de contemplar el cuerpo maltratado de la joven, Joseph sacó la pistola que tenía de su funda y apuntó en medio de su cabeza, un grito ahogado salió de los labios de Adler y un disparo se escucho dentro de aquella habitación.

Luego de eso, absolutamente todo quedó en completo silencio.

Fin.

La Sombra De Mis Recuerdos / EN EDICIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora