24- EL DESTINO NO ESTÁ ESCRITO

4.8K 311 26
                                    

TAYLOR FUENTES

Muchos dicen que el amor es la fuerza más poderosa que mueve al mundo. Yo no creo que sea así. A todos nos mueven cosas diferentes, o por lo menos eso fue lo que aprendí con mis amigos: a Oliver, lo movía el poder. A Amber, la venganza. A Rebecca, su egocentrismo. A Verónica, los celos. A Ethan lo movía la culpa y a mí, el dinero.

Y no, no me avergüenza decirlo, porque es que cuando conoces la realidad de los dos mundos. Cuando sientes la pobreza en tu estómago cada noche, y de pronto, un día ya no hay hambre, haces todo lo que sea necesario para no volver al hueco que significa no tener nada.

Ese era mi caso. Crecí rodeado de nada. La escasez abundaba en mi vida. Era el menor de cuatro hermanos que hacían todo lo que mis padres nunca pudieron —por estar sumergidos en vicios— pero sin importar lo mucho que se esforzaban, nuestra realidad seguía siendo la misma, y al final, cada uno tenía sus propios problemas, y yo, tuve que aprender a defenderme por mi propia cuenta.

Desde los cuatro años, comencé a ver cosas que un niño de esa edad no debería ver. Cuando cumplí nueve, no me regalaron un balón de futbol, contrario a eso, recibí mis primeros cincuenta gramos de marihuana para vender, así pude asistir a la escuela porque era lo que quería. A los diecisiete, con un arma en la mano estaba a punto de decidir el rumbo que tomaría mi futuro.

Una noche, Theo, uno de mis hermanos llegó a casa furioso. No había podido conseguir que le pagaran un dinero, y en dos días se vencía el plazo de la hipoteca de la casa.

—Mañana vamos a ir a Bel Air —me dijo, refiriéndose a uno de los barrios más exclusivos de Los Ángeles—. Necesitamos volver aquí con dos mil dólares o nos quedaremos en la calle. Ya eres un hombre y tienes que hacerte cargo. Cualquier cosa, esto te ayudará. Yo estaré contigo, pero debes usarla si es necesario —Puso un arma en mi mano, y el frío del hierro me paralizó.

—¿Me estás jodiendo, cierto? —le dije—. Yo no soy un delincuente y mucho menos un asesino.

—¿Quieres dormir en la calle? —me preguntó y yo me quedé en silencio. Él se dio la vuelta para irse, pero no sin antes agregar—: las personas como nosotros, tenemos que hacer todo lo que sea necesario para sobrevivir en este mundo de mierda. Así es nuestra vida, hermanito. ¡Acéptalo!

No pude dormir en todo la noche, y ni siquiera había usado el arma. Pensaba en qué podía pasarme si tuviera que usarla. ¿Podría vivir con eso? ¿Tendría el valor de halar el gatillo sabiendo que hacerlo significaría apagar la vida de otra persona?

Desde muy temprano nos fuimos al lugar que indicó. Las mansiones y los autos más lujosos estaban en esa parte de la ciudad. Allí vivían los privilegiados o a los que yo llamaba "Los favoritos de Dios".

En ese pedacito del mundo no se conocía de necesidad, de escasez, carencias y mucho menos de hambre. Esa gente lo tenía todo y nosotros, solo necesitábamos dos mil malditos dólares, para poder vivir bajo un techo que estaba muy lejos de parecerse a las mansiones en las que vivían ellos.

Quitarle esa cantidad de dinero a unos niños ricos, no iba a alterar en lo absoluto su vida llena de lujos, así que no estaba tan mal la idea. Era aplicar un poco la balanza de la equidad que no aplicó Dios cuando hizo la repartición de beneficios en la tierra. Era lo justo, o por lo menos, eso fue lo que me dije para convencerme a mí mismo y darme el valor que no tenía.

Theo y yo íbamos recorriendo la zona en su auto de forma sigilosa. Parecíamos dos depredadores en busca de su presa, hasta que lo escuché decir: ¡Bingo!

Mi hermano miraba al frente como si hubiese encontrado el cupón ganador de la lotería. El elegido era un chico alto, rubio y vestido con las marcas más costosas. Él, solo en el reloj que llevaba en su muñeca, tenía más de los dos mil dólares que necesitábamos.

Contra las reglas (Terminada)Where stories live. Discover now