29- EL DOLOR NO SIEMPRE ES MALO.

5K 349 90
                                    

ALICE HARPER

Y ahí estaba yo... cayendo otra vez en su juego. Haciéndome adicta a lo que ocultaba, a esa manía que tenía de mostrarse fuerte e insensible, cuando en realidad, en cada beso podía sentir su deseo de ser amada. Ella no lo sabía, no estaba lista para aceptarlo, y yo me llenaba de paciencia cada vez que mi pecho se acercaba al suyo y podía escuchar su corazón pedir a gritos que la salvaran.

Yo no sabía qué significaba para ella. Con Rebecca había todo menos certezas. Con ella el mañana siempre era incierto. Estar a su lado era como sostener una cuerda invisible. Ese tipo de cuerda que sabes que soltándola, será la única forma de caer en un lugar más seguro, pero también más vacío. Y sí, quizás suene a masoquismo, pero quien no quiso, incluso cuando no fuera correspondido, cuando el adiós era inevitable o cuando lo mejor era alejarse, entonces nunca quiso de verdad.

—Perdón, debo contestar —le dije, mientras, sacaba voluntad de donde no la tenía para poder despegarme de su cuerpo.

Rebecca hizo un gesto de fastidio y por un instante quise desviar la llamada, lanzarme sobre ella y olvidarme de lo que podía pasar después, pero la prioridad en ese momento era Eliot, así que contesté.

Regina me indicó que estaba a cinco minutos del lugar que acordamos e hizo mucho énfasis en que no la hiciera esperar.

Antes de colgar la llamada, vi a Rebecca dirigirse al baño y la escuché asegurar la puerta.

—Ya debo irme —le dije.

—¿Y qué te lo está impidiendo, Harper? Anda, es de mala educación hacer esperar a una mujer. —La escuché decir del otro lado de la puerta.

Pensar en la idea de que pudiera estar celosa, hizo que las ganas de quedarme aumentaran, pero la verdad sobre lo que le pasó a Eliot estaba en mis manos y no podía ignorarlo.

Tomé las llaves de su auto y salí, o por lo menos mi cuerpo lo hizo, porque mi mente se quedó con ella durante toda la noche.

Llegué al lugar y vi a Regina levantarse de la mesa para hacerme señas, tenía un escote que dejaba al descubierto gran parte de sus pechos y una mini falda que no dejaba nada a la imaginación. Me saludó con un beso en la mejilla que se acercó considerablemente a mi boca, y en él pude sentir sus intenciones.

—Bastante loco esto de la lluvia, ¿no lo crees? Tuvimos que quedarnos porque cerraron todas las salidas —dije, intentando evadir su coquetería, pero ella me lo pondría difícil.

—¡Qué lastima escuchar eso! Pensé que te habías quedado por mí. —Sus ojos decían más que sus palabras, pero con ambos, dejaba claro lo que quería.

Sonreí un poco intimidada. Ya había conocido chicas como ella, y aunque no puedo decir que era yo quien tomaba siempre la iniciativa, cuando eran tan directas como Regina, lograba incomodarme fácilmente. Si algo me gustaba de una mujer, era el misterio que podía representar. Esa sensación de tener que descubrir lo que hay en su interior, incluso, más allá de sus bragas. Esa fuerza interna que se oculta en la sutileza de unas manos suaves y en unos ojos que lloran con facilidad. Todo estaba bien en Regina, pero la ausencia de ese misterio por descubrir, hacía que mis ganas por salir corriendo a los brazos de Rebecca, se intensifican.

—¿Ya sabes que vas a ordenar? —le pregunté.

—Sí, lo que todavía me tiene dudosa, es el postre. —Me miró de forma lasciva.

—Bueno, aquí se ve que tienen varias opciones: pastel de chocolate, volcán italiano, tarta de limón... —Antes de poder continuar con las opciones, me interrumpió.

Contra las reglas (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora