77. Súplica silenciosa

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El demonio no recordaba haberse doblegado ante su propio dolor en el pasado porque no había tenido tiempo siquiera para sufrir. Pero, ahora que volvía a atravesar la derrota, no podía concebir el hecho de que tendría que enfrentarse a la soledad.

Ese era el principal infierno de Herón.

En su silencioso lamento, le pareció sentir un cambio en el aire, el empuje del remolino provocado por un par de alas que se batían en un vaivén incontrolable. Todavía quieto en su posición y con la extraña de sensación martilleando en su pecho, contuvo el impulso de carcajear ante lo que comenzaba a suponer.

«Un ángel de la muerte», pensó.

Él había cumplido con ese papel en el pasado y por ello distinguía la presencia de una criatura angélica. Del ser recién llegado emanaba el brillo de la vida aunque también un distante dejo sombrío. Era imponente y nostálgico, acogedor a su manera. En los ángeles de la muerte convergían lo bueno y lo malo, lo vivo y lo muerto.

Herón no sintió la necesidad de voltearse, sabía que sus suposiciones eran certeras. No importaba cuántos años transcurrieran, aún podría recordar con viveza lo que significaba ser un ángel.

Con lentitud, se levantó de su sitio y dejó el cuerpo inerte en el suelo mientras soltaba un suspiro hondo.

—Vaya, pero qué agradable sorpresa —dijo con sorna.

Apenas mirando por encima de sus hombros y por el rabillo del ojo, logró distinguir la silueta que se posaba con serenidad a tan solo unos pasos de él.

—Podría decir lo mismo —respondió el recién llegado.

Una carcajada vacía escapó de los labios de Herón

—¿Te burlas de mí? —inquirió, incrédulo.

—Jamás lo haría.

—¿Entonces? —insistió el demonio.

—Solo en este momento me permitiré ser respetuoso, eso es todo. Puede que después seamos unos completos desconocidos o incluso enemigos.

—¿Por qué no ser como perros y gatos justo ahora? —espetó Herón—. ¿Por qué no tratarnos como lo que verdaderamente somos? —Hizo una breve pausa antes de agregar—: Enemigos, pequeño Azrael. Eso es lo que somos ahora.

—Puede que tenga razón. Nosotros no congeniamos con escorias, con la aberración del mundo... ¿recuerda? —cuestionó el ángel, pero no esperó una respuesta—. No hace falta que siga, eso usted lo sabe muy bien. Aun así... —prosiguió tras un instante de silencio e inhalar y exhalar aire—, aún así, le guardo respeto al ángel que usted fue una vez.

Esas palabras fueron como puñales certeros y directos al corazón del demonio, como si le hubiesen arrojado inmundicia en el rostro. Era absolutamente humillante. Y, como Herón hallaba razón en lo dicho, se molestó al escuchar las palabras escapar de los labios de él. Era como ser atacado por sus propias frases, como si el ángel que fue una vez atacara al demonio que era ahora.

—Respeto. Honor. Misericordia. Eso no tiene significado —murmuró Herón entonces.

Aún de espalda, sintió el cambio en el ambiente, la sacudida de las alas cesó.

—Eso lo dice un deshonesto corazón que se muestra bondadoso y que se permitió ser miserable por quien ama —respondió con sinceridad.

Herón se giró y encaró al ángel, dispuesto a responder a su comentario, pero solo con verlo se detuvo de sopetón. Algo parecía estar mal. Lo supo en el instante en que escudriñó la profundidad de sus ojos mieles.

La expresión del ángel Azrael lo dejó descolocado. Lo que veía en su semblante era... ¿miedo? ¿Una súplica silenciosa? Quizás era la combinación de ambas junto con un poco de angustia.

¿Por qué razón estaba Azrael de ese modo? ¿Qué motivaba a un verdadero ángel de la muerte a mostrarse ante un demonio?

El recién llegado parecía estar arrinconado, como si estar frente a un demonio como Herón hubiese sido su última opción a considerar. A juzgar las palabras que habían intercambiado hacía unos instantes, creyó indudablemente en la repulsión del ángel hacia él. Y lo comprendía, se lo esperaba. Un hombre como él, entregado a la oscuridad, solo merecía la repulsión y el desprecio de otros.

—¿Qué sucede? —preguntó el demonio, más molesto que confundido. Ignoró el comentario anterior.

—Por favor —susurró Azrael con la voz agobiada—. Por favor. Usted puede ayudarme.

Herón se quedó inmóvil en su sitio, observó impasible y analizó en silencio lo que podrían significar esas simples palabras. En otra situación, en la boca de otras personas, ese modo de implorar, le habría resultado patético y hasta se habría burlado; pero no ahora.

El hecho de que un ángel admitiera que lo necesitaba a él, a un demonio, despertaba su interés y su curiosidad. 

 

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Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora