2. Pensamientos finales

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La voz de Alicia Palacios quedó ahogada en el mar de sentimientos que la embriagaba y que aprisionaba su corazón en un dolor inmensurable.

Las ganas de luchar o de prolongar la plática volvieron a tomar terreno en su mente, pero quería ponerle fin al silencio torrencial que los envolvía a ambos en ese estrecho espacio. Ni su novio ni ella se atrevían a hablar.

Algo no andaba bien.

Incluso Adam lo podía presentir. Tenía un mal presentimiento con respecto al sentido que tomaba ese encuentro y su plática pendiente. No podía imaginar ni intuir la situación. Y, en vez de echar a perder todo con un comentario fuera de lugar, se limitó a observar, a grabar el rostro de su novia en su mente. La contempló con el deseo de aprender sus gestos, cada parte de la fisonomía de su rostro, a captar en su memoria el tono pardo que cubría el iris de sus ojos. No entendía la razón, pero él quería apreciar cada segundo de esa noche como si fuese el último.

Alicia comenzó a enrollar un mechón de cabello castaño, que reposaba sobre su hombro y pecho, alrededor de su dedo índice.

—Adam, yo... —comenzó a decir ella, evitando el contacto visual. Su voz parecía impedir pronunciar las siguientes palabras. Algo la obstaculizaba. A medida que se obligaba a hablar, un nudo se le formaba en la garganta solo para abrirle una grieta en el corazón.

—Dime.

Su siguiente confesión salió a zarpazos de su boca, para después ocultar el rostro entre sus manos, apenada por el peso de su revelación.

—¡Estoy embarazada! —dijo ella.

—¿Qué?

La importancia del asunto superaba los pensamientos de Adam, tanto que se olvidó de respirar por breves segundos. Soltó un suspiro pesado. Se apoyó contra el respaldo del asiento del auto, procesando la información. Se sentía abatido, un poco decepcionado consigo mismo. Más frustrado que lo otro.

—Ya veo —pronunció minutos más tarde; alborotó su cabello negro y rizado con los dedos, un gesto que solía hacer al caer en la frustración.

—Estás enojado, ¿verdad? —cuestionó ella, titubeante—. ¡Esto es justo lo que trataba de evitar! No quería que me vieras con otros ojos o que me culparas por esto.

—¿Y luego qué? ¿Preferías ocultar esto de mí?

—Tal vez...

Adam la interrumpió.

—Esto cambia todo.

—¿A qué te refieres?

—Ese niño no puede nacer así como así, Alicia.

Ella vio a Adam alzarse hacia adelante y rebuscar en los bolsillos de una chaqueta que colgaba del asiento del piloto. Alicia había temido llegar a decirle a su novio sobre el embarazo porque quería evitar esta situación. No sabía lo que él estaba a punto de decir o lo que sus manos guardaban, pero sus palabras recientes hirieron su corazón.

¿Acaso era dinero lo que buscaba? ¿Pretendía pedirle un aborto? Era las únicas interrogantes que se mantenían latentes en sus pensamientos, que engullían su amor para convertirlo en rabia por la falta de tacto. Antes, había creído en Adam como alguien capaz de despojarse de su orgullo, de cargar la culpa de los demás si con ello podía hacer feliz a otros. En especial a ella.

Adam le daba la razón a Alicia, aun cuando no la tenía. Enfrascaba su enojo con palabras bonitas, con gestos que cautivaron su corazón desde el primer día que lo conoció. Adam no era orgulloso o, al menos, eso creía hasta ahora que figura ser el peor de los idiotas.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora