51. Seducir a un ángel

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«Una vez que alguien conoce la oscuridad, no puede librarse de ella con facilidad. La sombra de lo que vio, de lo que conoció y de lo que vivió, se cernirá sobre sus hombros como un infierno personal».

Bajo esos pensamientos, Herón había logrado acabar con la esperanza que albergaba para volver a ser un ángel, un nuevo deseo había aparecido para abrirle los ojos. De nada le serviría volver a ser una criatura angelical si no podía perdonarse; y, entonces, ilusionado, entendió que ansiaba otro tipo de salvación. Solo temía por las personas a su alrededor, le aterraba seguir corrompiendo el alma de Steven o perder el significado del alma que mantenía cautiva a su lado.

Intentó alojar sus pensamientos en algún rincón de su mente. No quería preocuparse por eso cuando estaba a punto de lograr su objetivo. Se encaminó entre la muchedumbre que compraba, hasta que vio a Adam parado despreocupado cerca de un estante. Había dejado a Mila en el baño, tras esa escena extraña.

—Te he estado buscando. —Adam se posicionó delante de él, parecía alegre—. Mila se lastimó.

Herón quiso decirle que le dijera algo que no supiera, porque de eso ya se había encargado. No respondió, no quería parecer un demente que hablaba solo.

—Hice lo que me dijiste, la seguí a todas partes. Al principio me ignoraba, ni siquiera parecía verme, pero algo en ella cambió y creo que la impresión de tenerme cerca, muy de cerca en realidad, fue lo que provocó que soltara la vajilla. Me vio y trató de fingir que no me había visto, pero ya había sido tarde.

—«¿Qué tan cerca?» —preguntó Herón en la mente de Adam. Era la única forma de hablar con él sin verse afectado por ojos curiosos.

—Muy cerca. Mi cara estaba pegada contra la suya.

«Entonces ella no te veía al principio» —reiteró Herón, pensativo—. «Eso podría responder a unas preguntas, pero sigo sin entender por qué no siento nada en ella. Sé que Mila es completamente humana».

—Al parecer, no lo es del todo.

Herón sacudió la cabeza. Estaba seguro de sus suposiciones, y su encuentro momentáneo solo conseguía acaparar parte de sus inquietudes, pero otras comenzaron a surgir tan pronto unas se resolvían. Solo esperaba que ella no siguiera su consejo cuando le dijo que buscara a su tío para pedirle que le asignara a otra persona. Ahora la necesitaba cerca para averiguar más y confirmar sus sospechas. La necesitaba para indagar en dónde se encontraba el ángel que estaba detrás de todo.

Regresó a la multitud, volvió a su rutina sin esmerarse en cambiar la expresión malhumorada de su rostro. Herón le mostró a Mila cómo usar las máquinas registradoras, le enseñó las posiciones de los productos en los estantes. Le enseñó sobre la bodega o qué hacer cuando algo se agotaba en las repisas, sobre los registros, almacenes y demás. Estuvieron juntos, absortos en sus responsabilidades, y no fue hasta que Herón escuchó las tripas rugir de Mila que recordó que los humanos requerían satisfacer necesidades básicas como la ingesta de alimentos.

—Deberías ir a comer algo, te esperaré aquí.

—¿Por qué no vamos juntos? —sugirió ella.

Herón no respondió. Se llevó una caja vacía que recién desocupaban y partió sin despedirse. Caminó hasta la parte trasera, donde las cajas se amontonaban en pilas unas sobre otras. El silencio y la poca luminosidad del cuarto provocaron en Herón una fatiga anormal, un extraño sentimiento de malestar se coló en su interior. De pronto, quería descansar.

—¿Estás bien?

Adam se paseó entre las cajas, aparecía y se desvanecía una y otra vez. Siguió jugando hasta que Herón le puso un alto. Estaba nervioso.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora