12. Algo cruel

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—¿Qué fue eso? —preguntó Adam, intrigado—. ¿Quién era ese hombre?

—Un contratiempo. Nada importante —respondió Herón con indiferencia.

—¿Por qué haces esto?

—¿Por qué lo preguntas? —Pensativo, Herón consideró unos segundos su respuesta—. Quizá me esté preparando para atreverme a lastimar a alguien que me recuerda mucho a ti.

—¿A mí?

—Está fuera de mi alcance. Es alguien que no posee ni deseos ni ambiciones. Pero, quién sabe, un accidente o algún infortunio podría darle motivos para desear... como te pasó a ti.

Hizo un leve ruido con los labios, similar a una pequeña risa contenida, sin serlo realmente. Su expresión se volvió seria, impasible; estaba enojado, incapaz de decir en voz alta que todo ello no había dado ni daría resultado. Eso le enfurecía más de lo que podía contextualizar en palabras. Odiaba sentir algo tan inalcanzable, tan imposible. Porque así se sentía, el alma de Steven se sentía de ese modo.

Era como tener la mano alzada hacia una estrella brillante en el cielo en un intento por alcanzarla, de esa manera se sentía esa alma en particular. La facilidad con la que sonreía podía expresar lo abierto que era con sus emociones, sus ojos azules no ocultaban ni una sola pizca de maldad. Esas eran las cualidades que lo convertían en lo que era: una persona tan gentil que se convertía muy seguido en el hazme reír para todos, excepto para Herón.

Miró a Adam sin sentir nada. La diferencia abismal que existía entre Adam y ese niño, como no iba a ser de otra forma, en el deseo. Porque Steven carecía de ambiciones, Herón no podía tocarlo ni hacerle daño. Pero Adam, que deseó en su lecho de muerte salvar la vida de su novia, terminó condenándose en las manos de Herón.

Adam soltó un suspiró.

—¿Qué quieres que haga? —cuestionó finalmente.

—Nada. No harás nada —respondió él, con la mirada perdida, viendo un punto abstracto en la lejanía del horizonte oscuro—. Ve a donde tus pies te lleven. Camina y no regreses.

Adam arrugó el entrecejo.

—No entiendo. ¿Qué?

Por supuesto, tenía razón. Herón caminó hacia la cama donde reposaba el cuerpo del pequeño Billy, sin mostrar el más mínimo indicio de querer explicarle a Adam su verdadero propósito.

—No necesito que entiendas. Solo obedece —dijo él. Relajó los hombros y levantó la barbilla, observando al chico mientras rozaba con sus dedos el cuerpo inerte sobre la cama.

Parecía que Adam seguiría insistiendo en el asunto, pero decidió guardarse sus palabras al posar los ojos sobre el pequeño niño. No lo había notado hasta ese momento.

—¿Es... está muerto? —inquirió estupefacto—. ¿Acaso es el niño de quien hablaba ese hombre? ¿Es su hijo?

—¿Te gusta, Adam? —Herón lo ignoró.

—Es un niño. ¿Qué harás con él?

—¿Tú qué crees? —espetó él de vuelta, con voz neutra, ligera, pero bastante maliciosa—. A ti te falta un cuerpo y a Billy un alma. ¿No tengo las dos cosas en la misma habitación?

—Imposible —balbuceó de nuevo. Sacudió la cabeza de un lado a otro, incapaz de creerlo—. No pensarás... —Adam estaba horrorizado.

—Supones bien, mi querido chico. Esta es la manera de traerte a la vida otra vez. ¿No es eso increíble?

—De ninguna manera —se apresuró a decir—. ¿Por qué usar a un niño?

—Porque es divertido —respondió Herón, parpadeando—. Porque los niños no tienen pecados y, si los cometen, suelen ser perdonados. Porque los niños son puros.

Adam retrocedió. Sacudió la cabeza, todavía espantado ante las ideas retorcidas de él.

—No...

—¡No te acobardes ahora!

Como un perro que permanece atado del cuello a una correa, a Adam le fue imposible escapar. Las palabras de Herón lo obligaron a acercarse. De pronto, en algún punto irreconocible, comenzó a perder la noción del tiempo y de sus sentidos. Algo se avivó dentro de su pecho, una especie de nostalgia que hizo humedecer lo que quedaba de sus ojos mieles. La frustración acribillaba su mente y su corazón con un pulsante dolor, la ansiedad y la rabia comenzaron a desarrollarse en su interior al ver al niño.

¿Ese era el precio por salvar a Alice? ¿Qué tan lejos llegaría para mantenerla viva? ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué había de divertido en esto? ¿Por qué debía hacerlo?

Por breves instantes había considerado querer volver a la vida, dejar el accidente como un mal sueño, una pesadilla. La ilusión de volver a ver Alicia era el detonante principal para considerar siquiera una idea tan espeluznante e imposible.

Ni la muerte conseguía opacar su amor por ella. Sus últimos latidos se emitieron bajo la esperanza de salvarla.

Adam estaba devastado. Se fue con ese sentimiento mientras era despojado de su propia fuerza de voluntad, de su propio juicio. Algo inconsistente sucedió, frágil e increíble. Algo cruel.

 Algo cruel

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Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora